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El fin del silencio - General (R) Sergio Arellano Stark


Raquel Correa
Reportajes, El Mercurio
Domingo 16 de marzo de 1986



En septiembre del 73 vestía traje de campaña. Era Comandante de la Guarnición de Santiago y Comandante en Jefe de la Segunda División, por lo cual le correspondió ser, también, juez militar. "Alrededor de cuatro mil procesos llevaba el Segundo Juzgado Militar en esos días".

Era un hombre recio de rostro moreno, robusto, de voz acostumbrada al mando.

Se había graduado de alférez en 1940, primer uniformado en su familia de ascendencia germana (su abuelo materno era alemán). Compañeros suyos fueron los generales Sergio Nuño y Sergio Canebasso, además del general -también en retiro- Gustavo Leigh, porque hasta 1942 los oficiales de Aviación se formaban en la Escuela Militar.

Hoy (64 años, casado con Raquel Iturriaga, dos hijos ("Sergio, abogado y María Elena, profesora básica, intérprete en inglés y catequista titulada", seis nietos), el general en retiro Sergio Arellano Stark conserva la reciedumbre de antaño y las indelebles formas militares, a pesar del impecable terno sal y pimienta biege con corbata y camisa en el tono y esas pocas canas en las sienes que le suavizan la expresión de la cara.

Llegó a la cumbre de la carrera militar (General de División en esa época, Mayor General hoy día) y se retiró en enero de 1976. Del arma de Infantería ("la reina de las batallas"); cuenta que desde niño siempre sintió admiración por el Ejército.

-¿Le gustaba el uniforme, la disciplina..., el poder?

-De niño tal vez uno admira cosas superficiales; con el tiempo ve las cosas con mayor profundidad. En cuanto al poder..., nunca pensé que yo era poderoso, ni siquiera cuando tuve el mando de la Zona de Emergencia de Santiago. Recuerdo que el general Schneider decía para qué ponerse violento ni reprender a nadie si el arma que tengo en mis manos son la ley y el reglamento.

-¿Era admirador del general Schneider?

-Sí. Ha sido uno de los jefes más distinguidos que yo conocí en el Ejército.

Lo que más le gustó de las Fuerzas Armadas, de adulto, fue "que tienen que mantener su eficiencia por muchas razones: de seguridad nacional, orden interno y, además, porque desempeñan una función social muy importante. Las Fuerzas Armadas son los pilares en que descansa nuestro sistema de vida".

-Y cumplen una función política muy decisiva... ¿O ya no debiera ser?

-Ocasionalmente. Ocasionalmente ha ocurrido esto, pero yo diría que las Fuerzas Armadas -particularmente el Ejército que recibe la mayor parte del contingente- están muy vinculadas con el pueblo.

ALTA RESPONSABILIDAD

-¿A usted le preocupa, como general de la República, que las Fuerzas Armadas puedan desgastarse debido al proceso en que están comprometidas?

-Bueno, este proceso ha sido circunstancial. Las Fuerzas Armadas deben mantener su prestigio tradicional. Formar parte del pueblo.

-Pero mi pregunta era si a usted le preocupa que se desgasten...

(Arellano, que fue oficial de Estado Mayor, profesor de la Academia de Guerra en Informaciones y en Táctica, elude las preguntas de cariz político, sin apelación. Simplemente se queda callado).

-Usted fue edecán del Presidente Frei, ¿qué recuerdo personal tiene de él?

-El mejor. Un gran líder. Un hombre profundamente inteligente y de una calidad humana extraordinaria.

-De ese cargo pasó a ser agregado militar, naval y aéreo en España. De Franco, ¿qué recuerdo tiene?

-Tuve muy poco contacto con él; más con el Rey Juan Carlos, que en ese tiempo era príncipe. Un hombre muy capaz, muy culto, de mucho manejo.

-¿Se imaginó que llevaría a España a la democracia?

-En ese tiempo la situación la dominaba Franco, sin contrapeso.

Militar ciento por ciento, aficionado a los deportes, aún hoy día juega tenis todas las semanas, y, desde que se retiró del Ejército, "no he parado de trabajar".

-¿Por qué, si son tan buenas las jubilaciones de los generales?

-No son tan buenas. Son normales para gente que ha ocupado alta jerarquía y ha tenido las más altas responsabilidades.

Le ha ido bien en el área privada, actualmente -y desde hace cinco años- es asesor administrativo de la gerencia general de una entidad financiera.

-Pero, en verdad, la situación económica no es el imperativo que lo lleva a trabajar. Creo que la persona, siempre que tenga la oportunidad, debe trabajar hasta el final, como una manera de mantenerse vigente.

-¿Qué tal salud tiene?

-Bien, gracias a Dios. Y gracias al tenis.

-¿Insomnio no sufre?

-No. Yo soy un gran dormilón.

-¿Y cuál es el secreto del buen dormir?

-Usted lo sabe.

-Dicen que la conciencia en paz permite dormir bien...

-Es posible. La religión ayuda también. Da cierta tranquilidad. Tengo muchos y buenos amigos sacerdotes.

-¿Siempre fue muy religioso?

-No diría eso. Pero soy católico, soy observante. Lo que más ha influido en la tranquilidad de mi buen dormir es la gente de Schoenstatt que reza por mi. Y mis amigos capellanes.

Hasta ese minuto la entrevista parecía normal, a una persona común y corriente. Pero, sin decirlo, ambos sabíamos que mi interés -no el suyo- era un simple reportaje humano a un general en retiro. Porque, el general Sergio Arellano Stark; jefe de la Guarnición de Santiago en los días de la intervención militar, se encuentra procesado. Y aunque él hubiera querido rozar apenas ese tema y abundar en otros, resultaba absolutamente insoslayable.

EL PROCESO DE CALAMA

Desde que fuera presentada una querella en su contra por la responsabilidad que le podría caber en la ejecución del periodista Carlos Berger -en Calama, octubre de 1973, estando condenado a sólo sesenta y tres días de cárcel-, el general Arellano se ha negado a conceder entrevistas.

-Ahora, por única y última vez, rompo mi silencio. Y no entraré en polémicas con nadie, anunció con gesto decidido.

En todo caso, algunas inquietudes prefirió entregarlas por escrito, otras sencillamente no las respondió, argumentando que son "secretos del sumario". Las más, las resolvió taxativamente.

Como era de esperar, ha leído todo lo publicado respecto al tema ("hablan del Caso Arellano", dice dolido) y sabe que la misión que él dirigió en octubre de 1973 al norte (La Serena, Copiapó, Antofagasta y Calama) ha sido llamada "la caravana de la muerte", porque se acusa que en esos días y por esos lugares fueron ejecutados 73 detenidos después del "once".

-¿Cuál es su situación procesal?

-La primera querella presentada en Calama pasó a la Corte Marcial, y la Corte Marcial, por unanimidad, decidió aplicar la Ley de Amnistía. La parte querellante recurrió de queja a la Corte Suprema. Está en ese trámite. Además, hay otra querella, también en Calama, que la está viendo -me parece- la jueza del Segundo Juzgado.

-¿Cuál es su estado anímico frente a esta situación?

-Mire, para serle franco nadie puede permanecer indiferente cuando tiene querellas, especialmente cuando son explotadas con falta de ética por parte de algunos órganos periodísticos que me condenan sin juicio previo, atribuyéndome hechos y conductas a los que he sido ajeno, silenciando mis públicas declaciones. Bajo el pretexto de buscar la verdad, se limita así, seriamente, la acción de la justicia y se intenta profundizar los factores de ruptura, con odiosidad y revanchismo. Resulta fácil enlodar la honra ajena, olvidando que el resguardo de la honra también es un derecho humano. En ese aspecto son completamente inefectivos los mecanismos judiciales de que dispone un simple particular.

-¿A qué atribuye que estas querellas se hayan presentado doce años después de los hechos, incluso hallándose prescritos los delitos?

-Eso tendría que preguntárselo a la parte querellante.

-¿Usted pensó alguna vez que podría ser llevado a la justicia?

-No lo pensé. Pero estaba dentro de las posibilidades.

-Personalmente, ¿es partidario del juicio a los militares o se inclina porque se eche tierra a todo lo ocurrido?

-En dos oportunidades -en una declaración de prensa y en mi presentación a la Corte Marcial- he dicho claramente que yo deseo que se investigue, que se nombre un Fiscal Militar.

-¿Para revisar todos los casos?

-A medida que vayan produciéndose las querellas.

JUSTICIA MILITAR

-En declaración pública del 21 de octubre de 1985 usted afirmó: "el supremo interés de que se establezca toda la verdad de lo ocurrido en aras de la verdad y la justicia...".

-Sí. Claro.

-Pero fue sobreseído por "Ley de Amnistía y, seguramente, pasará lo mismo con la otra querella..."

-No, porque la Corte de Apelaciones de Antofagasta ordenó que se investigara. Si recibió esa orden, la jueza tiene que investigar. Y eso es lo que he pedido también indudablemente. Y como la gente que apareciera involucrada está repartida en diferentes ciudades, incluso en el extranjero.

-En Brasil.

-Eso lo dijo usted, no yo. El proceso no es resorte mio. Está en manos de la justicia. Y tengo entendido que la magistrada está trabajando en ello.

-Pero usted, ¿qué espera de ese proceso?...

-Espero que se aclaren las cosas tal como lo dije en mi declaración en octubre pasado, y en mi posterior presentación a la Corte Marcial. Que se aclaren los hechos.

-¿Y cuál es su versión de los hechos, general?

-Se niega absolutamente a responder. En cambio, me señala parte de su texto escrito. Dice:

-En octubre de 1973, el Gobierno me asignó misiones institucionales y de gobierno interior a cumplir en diversas ciudades. Atendidas las circunstancias que el país vivía, esta labor revestía gran importancia, particularmente en la aplicación y coordinación de políticas de administración general. Para tal efecto, me fueron conferidas facultades que, entre otras, incluían funciones jurisdiccionales para el solo efecto de disponer la revisión de procesos sustanciados por tribunales militares de tiempo de guerra, conforme a las disposiciones del Código de Justicia Militar. Asimismo, me fue asignado un Estado Mayor y se me proporcionó la asesoría jurídica correspondiente. A ello se ajustó invariablemente mi actividad e intenté llevar a cabo con el mismo sentido profesional que mantuve siempre a lo largo de mi carrera. En consecuencia, soy categórico en afirmar que no recibí, ni impartí instrucciones que no se ciñeran estrictamente al ámbito descrito. Es más, en modo alguno hubiese aceptado órdenes que considerase ajenas a mi formación humana y profesional, así como a las funciones propias de un general de Ejército.

-Cuando dice que recibió facultades jurisdiccionales "para el solo efecto de disponer de revisión de procesos sustanciados por tribunales militares en tiempo de guerra", ¿quiére significar que usted no dictó sentencia en los procesos?

-No podía dictar sentencia. Yo no era juez militar de la zona.

-¿Cómo se entiende, entonces, que usted haya firmado sentencias de pena de muerte?

-Yo no he firmado sentencias, replica, categórico.

-El coronel en retiro, Eugenio Rivera, que era gobernador de El Loa en ese tiempo, aseguró en carta pública en "Análisis" que usted había firmado las sentencias a eso de las 20.30 horas del 19 de octubre de 1973, "algunas horas después de haberse realizado la ejecución".

-Eso es absolutamente falso, como podría comprobarse revisando los procesos de la época. Por mi parte, reitero mi vehemente y sincero deseo de que se investiguen los hechos a través de los tribunales competentes, a fin de contribuir a establecer la verdad.

Con esa frase da por cerrado el capítulo proceso, para abrirse hacia una defensa de las Fuerzas Armadas en su intervención en la vida política chilena.

PROFUNDA AUTOCRITICA

-¿Qué papel específico desempeño usted el 11 de septiembre de 1973?

-Estuve a cargo de las tropas en el centro de Santiago.

-Por estos días han surgido opiniones que pretenden dar al "once" el carácter de una asonada callejera...

En la época del pronunciamiento militar el país se encontraba profundamente convulsionado por una crisis política, económica y social que había llevado a sus instituciones más representativas, incluidos los poderes Legislativo y Judicial, a considerar que se habían "destruido elementos esenciales de la institucionalidad y del Estado de Derecho", imputándose al gobierno encontrarse "empeñado en la conquista del poder total" y buscar "la instauración de un sistema totalitario", lo que configuraba una pérdida de su legitimidad de ejercicio. En medio de los primeros síntomas de una guerra civil que ya era proclamada abiertamente, se produjo la forzada interrupción de un proceso que para una gran mayoría había dejado de ser democrático o al menos, constitucional. Considero imprescindible, en la búsqueda del reencuentro, ponderar objetivamente las circunstancias que llevaron a esa crisis. Me parece, importante no perder esa perspectiva, en lugar de optar por simplificar un proceso que fue largo y complejo. Es ciertamente necesario que todos los chilenos, sin excepción, nos hagamos una profunda y honesta autocrítica, pero sería absurdo e irreal que los conductores civiles no se sometan a ella, más allá de sus posiciones de derecha, centro o izquierda. El quiebre social no se produjo el 11 de septiembre de 1973, y lo ocurrido en esa oportunidad no fue una simple asonada militar, sino la culminación de un enorme y generalizado conflicto. Así lo entendieron también los obispos, al declarar -dentro de un amplio análisis retrospectivo- que las Fuerzas Armadas habían interpretado un anhelo mayoritario y "apartado un obstáculo para la paz" ante la inminencia de "una dictadura que parecía inevitable y que había de ser irreversible, dictadura que sería impuesta en contra de la mayoría y que luego aplastaría a esa mayoría", como sostuvo en el capítulo tercero del documento "Evangelio y Paz", del 5 de septiembre de 1975.

PARTE DE LA HISTORIA

-¿Usted piensa que en 1973 no existía una salida política?

-Nosotros deseábamos, desde todo punto de vista, la salida política. A las Fuerzas Armadas les fue muy doloroso violentar su formación profesional, pero la gran mayoría del país pedía su intervención. El memorándum enviado por los altos mandos al Presidente Allende en julio de 1973 demuestra, fuera de toda duda, que las instituciones armadas no abrigaban aspiraciones de asumir el gobierno, sino de obtener drásticos cambios en materias que sensibilizaban a la opinión pública y, en particular, a sectores castrenses. Estos planteamientos no diferían mayormente de los formulados por colegios profesionales, partidos políticos y otras organizaciones comunitarias, aunque en forma bastante más moderada.

-¡Y qué pasó con ese documento de los altos mandos?

-No obtuvo respuesta, a pesar de haber sido entregado personalmente al Presidente Allende por el general Prats, según expresa éste en sus memorias.

-¡A qué lo atribuye?

-Lo ignoro. Quizás se debió a la falta de movilidad que tenía frente a una mayoría que exigía rectificaciones y a dirigentes oficialistas que lo instaban a consolidar su poder. Luego se frustraría la última instancia del diálogo, propiciada por la Iglesia, entre gobierno y oposición y se ahondaría la ruptura en los conflictos con la Corte Suprema y la Contraloría General de la República, con declaraciones perentorias de entidades sindicales y gremiales, en especial los colegios Médico y de Abogados, y con el crucial acuerdo de la Cámara de Diputados. Y hubo quienes fueron todavía más explícitos. Todo eso ya es parte de la historia.

-Las Fuerzas Armadas produjeron el quiebre constitucional...

-El quiebre constitucional ya estaba producido por el gobierno de la Unidad Popular.

-Sostiene que no le parece prudente ni positivo replantear el conflicto de entonces, porque "creo que hacerlo haría más daño a una convivencia que ya está demasiado dañada". Sin embargo, añade, "no podemos ignorar los elementos centrales de la crisis de 1973 si deseamos comprender y enfrentar la situación actual. Muchos de aquellos siguen vigentes hoy y si no son erradicados, se constituirán en un factor de permanente inestabilidad".

UNA REFLEXION

-Qué útil sería que los sectores democráticos iniciaran una reflexión en tal sentido -dice-. Creo que de otra manera, no se podrá establecer bases sólidas de entendimiento con las Fuerzas Armadas y Carabineros. Sin duda, puede parecer más fácil y productivo en el corto plazo eludir toda responsabilidad personal y colectiva en lo sucedido hasta 1973, y aún con posterioridad, pero esa tergiversación jamás podrá prosperar si realmente se desea una solución concertada.

-En cuanto a las Fuerzas Armadas, ¿no cree que en Chile se está distorsionando su papel propio?

-En Chile, y en cualquier país del mundo, el soldado es preparado para la guerra. Esto es algo elemental, pero a menudo es olvidado. Al ejército de Chile le correspondió en el siglo pasado enfrentar contingencias bélicas que esperamos, nunca se repitan, ya que somos pueblos hermanos y debemos integrarnos, pero que contribuyeron a forjar y consolidar nuestra patria e hicieron de la institución un pilar de nuestra nacionalidad. Durante el presente siglo ella no estuvo ajena a los cambios sociales y a los conflictos políticos, a pesar del relativo aislamiento que le imponían sus actividades, pero no sólo no perdió su sentido profesional sino que logró redefinir su rol dentro de una sociedad en constante evolución. El Alto Mando mantuvo una línea de prescindencia política y de irrestricto respeto a la Constitución, posición que se vio trágicamente simbolizada en el general René Schneider. Sin embargo, la enorme polarización producida a partir de 1970, unida a la reiterada incorporación de oficiales generales a labores de gobierno, introdujeron factores de deliberación interna que se intentó vanamente controlar.

-Sin duda -reflexiona- dirigentes políticos, conscientes de su responsabilidad, tanto en el gobierno como en la oposición, buscaron afanosamente soluciones pacíficas, pero ellas no surgieron y parecía poco factible que ello sucediera en medio del clima de tensión y odiosidad imperantes. En ese ambiente, y bajo esa inmensa presión social, las Fuerzas Armadas y Carabineros depusieron al gobierno en una "no deseada intervención", para "restaurar la institucionalidad quebrantada" y "por el solo lapso que las circunstancias exijan", según se expresó en los primeros bandos.

MARCO DE GUERRA

-La situación del país que usted está recordando, ¿justifica, según su criterio, la forma en que actuaron las Fuerzas Armadas?

-Se puso en acción, paradojal pero lógicamente, la potencialidad bélica de hombres preparados para la guerra, que no eran inmunes a las pasiones y rencores que se habían enraizado en Chile. Muchos de ellos cayeron luchando por una causa que consideraban justa, como sin duda consideraban la suya quienes profesaban ideas distintas, pero para nosotros lo que estaba en juego era mucho más que una dosis de idealismo. El llamado a la guerra civil formulado en la portada de la revista del MIR, respaldado por declaraciones de los dirigentes máximos de los principales partidos de gobierno, por una anunciada acción de copamiento de los denominados "cordones industriales" y por el flagrante intento de subvertir unidades de la Armada, eran, entre otras manifestaciones, signo inequívocos de la intención de algunos sectores de restaurar un sistema totalitario. Ese fue, por lo demás, el fundamento más importante, considerado en el Acuerdo de la Cámara del 22 de agosto. Y resultaba claro que quienes perseguían ese objetivo justificaban el uso generalizado de la violencia... A nadie pudo sorprender, entonces, que las Fuerzas Armadas y Carabineros actuaran dentro del marco de un estado de guerra. Nadie podría asegurar qué habría sucedido si hubiéramos permanecido impasibles.

REVOLUCION CIVICO-MILITAR

-General, ¿cuál es el papel específico de las Fuerzas Armadas?

-La función prioritaria de los cuerpos armados no es otra que la defensa de la soberanía y de nuestra integridad como nación. Ese es para mí el exacto sentido de la seguridad nacional. Ello en nada desvirtúa la legitimidad del pronunciamiento de 1973, que operó en un contexto anormal y no fue otra cosa que una revolución cívico-militar, con inspiración y objetivos democráticos, legitimidad que se mantiene en tanto se mantenga esa inspiración y se actúe de acuerdo a esos objetivos.

-¿Y qué rol cree usted que deben jugar las Fuerzas Armadas en el regreso a la democracia?

-No es concebible una democracia en que los criterios militares se impongan sobre el poder civil legítimamente constituido. Ello me parece una deformación del espíritu profesional y representa, en mi opinión, una opción equivocada. pero tampoco será posible restablecer las instituciones democráticas si se confunde el necesario acatamiento con la claudicación. Podremos, como soldados y como hombres, asumir errores y enfrentar nuestras eventuales responsabilidades individuales pero las Fuerzas Armadas y Carabineros no serán doblegadas ni arrastradas a suscribir un acta de rendición como algunos parecen creer. No veo posible recuperar la convivencia con odio, terrorismo o demagogia. Quiera Dios que quienes desempeñan hoy labores de conducción o forman opinión pública, lleguen a entender la lección de los últimos quince años, en política no existe lo definitivo, tal vez porque los seres humanos estamos tan lejos de serlo. La única base política sólida de convivencia estable es el respeto mutuo y la tolerancia. pero —continúa— no concibo el respeto mutuo como una mera condición a futuro’’. También debemos aprender a respetar la pasado, a comprender lo que nos sucedió, a asumir colectivamente el sufrimiento de tantos para que no volvamos a enfrentarnos entre chilenos, para que todos tengamos cabida en nuestra patria, para que el hambre de unos no deje indiferentes a otros, y para que podamos darle un sentido a la palabra convivencia.

LA VIA DEL DIALOGO

-¿Cuál es la vía para salir de la actual situación?

-Para salir del desencuentro sólo existe una vía de acción, y esta es el diálogo, con participación de todos quienes crean en él y posean suficiente representatividad -a pesar de lo relativo del concepto-, para ofrecer a Chile un futuro viable y la necesaria disminución para apartarse de esquemas preconcebidos. Este parece ser el único medio para lograr una auténtica unidad nacional que, nos guste o no, pasará ineludiblemente por fórmulas de consenso.

-¿Un consenso para volver a la democracia, general?

-Sí, pero casi todos proclaman su fe en la democracia -y no lo digo en sentido peyorativo- Sinceramente pienso que sun un buen punto de partida. Pero la democracia nunca podrá ser lo que un sector; partido o institución quiera hacer de ella. Son muchas las naciones que se califican de democráticas y sus pueblos bien saben que no lo son y no lo serán en tanto no posean estructuras fundadas en un auténtico consenso. No hay ni podría haber un país civil y un país militar. La construcción de Chile es tarea de todos, no importa dónde estemos ni cómo pensemos si estamos de acuerdo en lo esencial, y estoy convencido de que la mayoría aspira a una sociedad democrática basada en el respeto, la justicia y la solidaridad. Debemos buscar un medio que dé lugar a una forma de comunicación que permita encontrar soluciones pacíficas y concertadas que superen la peligrosa polarización que actualmente impera.

-¿Qué escollos alejan al país de ese camino?

-Es sorprendente que los mismos elementos que nos disociaron hace trece años continúen vigentes hoy, como si nada hubiera sucedido. Es casi agobiante observar cómo quienes sustentan posiciones disímiles persisten en una lógica absolutista y excluyente otorgándose recíproca justificación. Este es un círculo vicioso que debe romperse; de otra manera continuará arrastrando a él a toda la sociedad como ya ha sucedido en alguna medida. Además, debemos convencernos que tales medios no pueden conducirnos a un buen fin. Si el objetivo común es la democracia, ésta deberá alcanzarse mediante procedimientos democráticos y en esta materia, no pueden tener cabida la ambigüedad o el ventajismo de corto plazo, como tampoco el sectarismo o la descalificación, que son el elemento natural de la polarización y la violencia.


 

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