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TODAS  IBAMOS A SER REINAS - Extracto

Estudio sobre nueve mujeres embarazadas que fueron detenidas y desaparecidas en Chile  - Serie Verdad y Justicia - Volumen 1 - CODEPU  - 1990


GLORIA ESTER LAGOS NILSSON

 

Era alta, delgada, trigueña, hermosa, alegre, llena de vida. De ojos grises, de mirada profunda y dulce, extraordinariamente cariñosa.

Al momento de ser detenida el día 26 de agosto de 1974 tenía 28 años y se encontraba embarazada de tres meses y medio. Tenía tres hi­jos de su primer matrimonio: Hector de 10 años, Marcela de 8 y Patricio de 6. Había nacido en Porvenir, al sur de Chile el día 29 de septiembre de 1945. El hermano de Gloria se habla asilado a comienzos de 1974 en la Embajada de México debido a que era intensamente perseguido; es­te hecho produjo en Gloria una enorme tristeza.

 

De profesión secretaria, trabajó en La Moneda junto al presiden­te Salvador Allende a quien Gloria admiraba profundamente. Sus hijos pequeños la habían acompañado varias veces al palacio presidencial.

 

Después del golpe militar su casa fue allanada violentamente en dos oportunidades.

 

Dos días antes de su secuestro había presentado en el Comité por la Paz un Recurso de Amparo por Julio Humberto Rodríguez Jorquera, su conviviente, quien había sido detenido por el Servicio de Inteligencia Militar. El mismo día que la detuvieron venía de presentar un nuevo Re­curso de Amparo, el que consta en los archivos del Comité por la Paz. Al llegar a su casa los vecinos le advirtieron que no entrara pues había hombres armados en su departamento. Ella respondió “como no voy a entrar si están mis hijos adentro”.

 

Esa noche los agentes habían conducido a Julio Humberto a ca­sa de Gloria donde ella y sus hijos lo vieron brutalmente torturado. En esa oportunidad Julio Humberto logra huir por la cocina del departa­mento ante un descuido de sus aprehensores.

 

Al parecer, por antecedentes que tenemos, Gloria fue llevada de rehén debido a la huida de Julio Humberto Rodríguez, quién luego lo­gró asilarse en una embajada.

 

Muchos años después su hija Marcela relata así su secuestro: “en ese momento tocaron la puerta en forma violenta preguntando por ‘ni ma­dre, ante nuestra desesperación y súplica, los militares respondieron que no nos preocupáramos, que le harían algunas preguntas y que al día siguiente estaría de regreso”.

 

Su hija Marcela tiene la imagen grabada nítidamente en la memoria, como si hubiera sido ayer: “cuando vi que mi madre se alejaba co­ma la ventana llorando y gritando una y otra vez que no se la llevaran, allí divisé unos como vestidos para la guerra. Yo quería que mi ma­dre se quedara conmigo, con nosotros tres, pero no fue así”.

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Sobre lo sucedido con GLORIA LAGOS NILSON luego de su detención hemos logrado saberlo por Adriana Urrutia, C.I. 2.136.718 -4 de Santiago, quien estuvo detenida con ella en una pieza de incomu­nicados de Cuatro Álamos, aproximadamente a fines de agosto y prime­ros días de septiembre de 1974.

Adriana Urrutia dice: “fui detenida el día 8 de agosto de 1974 en mi casa, junto a mi esposo Ernesto Mewes. Nos denunció Marcia Merino Vega a quien decían la Flaca Alejandra y que había vivido con nosotros como una hija  por casi un año. Después del golpe, se refugió en nuestra ca­sa”.

 

“En el operativo iban 3 hombres y Marcia, quién permaneció en la cabina de la camioneta. Fue como a las 11 de la noche, yo ya estaba en ba­ta, golpean fuertemente la puerta, al abrir entran violentamente dos hom­bres... uno alto, macizo, medio bruto, con muy mal cutis, como picado de viruela, cara roja, sanguínea, pelo negro, ...el otro, medio rubio, delgado, tez blanca, de buen trato. Nos hicieron pocas preguntas, luego me ordenan que me vista y  que lleve dos frazadas. Luego que nos fuimos supe que nuestra  casa posteriormente fue ocupada por la DINA. Al subir a la parte de atrás de la camioneta, divisé a Marca Merino Vega quien se tapó la cara con las manos. Una vez arriba nos pusieron scotch sobre los ojos. Nos con­dujeron hacia el centro de la ciudad, al llegar a una casa nos preguntaron nombres completos, carnet de identidad, estado civil, es decir todos nues­tros antecedentes. Luego nos dejaron sentados en lo que debe haber sido el hall. Con mi esposo estábamos decididos a no darlos nombres de los jóve­nes del MIR que conocíamos: no decir una palabra, ni dar una seña. Al ca­bo de un tiempo nos llevaron a una pieza, Marca Merino, la Flaca Alejan­dra, me sacó el scotch y me dijo: ‘mírame Adriana como estoy; y me supli­có lo dijera todo. A su lado estaba Osvaldo Romo, a quien yo también co­nocía con anterioridad: Me negué, la ignoré, y entonces fui desnudada, atada en una cama metálica  y torturada, igual cosa hicieron con mi esposo. Los dos permanecimos callados”.

 

“El día 9 de agosto en la mañana me sacan de esa casa, a mí sola, sin vendo. Me doy cuenta que estoy en la calle Londres y veo el No 38. Lue­go me suben a un auto, me ponen un pañuelo, mi propio pañuelo, sobre los ojos. Yo veía a través de él pues era de seda. Me condujeron hacia el ba­rrio alto, reconocí la calle Arrieta y la casa donde paramos. Había estado allí para un remate, había sido la residencia del Embajador de Allende en Roma Carlos Vasallo. Esa casa es la conocida como Villa Grimaldi; en esa época no tenían presos allá al parecer la estaban acondicionando”.

 

“Me introdujeron en una gran pieza, era Osvaldo Romo el que me conducía. Frente a mi un inmenso escritorio, detrás de él un hombre sen­tado, que me interrogó. Años después al ver su foto reconocí al militar Pe­dro Espinoza Bravo. Me insistió a que reconociera a Marcia Merino, me negué.  Me ofreció un pasaje a Buenos Aires si hablaba, insistí en mi nega­tiva. Entonces cambió de tono y ordenó en forma violenta que me sacaran de la pieza. Fue algo espantoso, afuera me esperaba una verdadera jauría de hombres; eran como 10 que me gritaban, me insultaban, me arrastra­ron hasta un patio amarrándome en el suelo los brazos y piernas. Luego sentí el ruido de un motor, de una máquina, me gritaban habla sino te va­mos a atropellar,  permanecí desesperada en silencio. Alguien dijo nosotros aquí no matamos pero dejamos lisiados para el resto de la vida.  Me pasaron una rueda sobre ambas piernas, quemante, atroz,... confesé.., per­dí el conocimiento”.

 

Adriana fue trasladada esa noche del día 9 de agosto de nuevo a la casa de calle Londres. Allí la dejan tirada en una colchoneta en el hall, las piernas amoratadas, hinchadas, edematosas, le era imposible siquie­ra apoyarse en ellas. “Durante esos tres días fui  testigo de la presencia de Mauricio Jorquera en esa sala. Mauricio está ahora desaparecido. A ese muchacho que se quejaba pidiendo agua, le dijeron ‘si hablas te vas al hos­pital, sino te vas a morir. Ella recuerda, “nos dejaron solos, le hablé por su nombre y exigí que le trajeran agua”.

 

Al cabo de 3 días a Adriana la vuelven a torturar junto a su espo­so. Con un laque le produjeron una lesión en la columna, lesión que se­ría comprobada más tarde en un hospital de Dinamarca y de la cual se guardan los exámenes.

Adriana continua así su relato: “el día 18 o tal vez 19 de agosto fui­mos trasladados junto con todos los prisioneros que nos encontrábamos en Londres  38 al pabellón de incomunicados de Cuatro Álamos. Allí estuve con Muriel Dokendorff, María Elena Gonzalez y Patricia Herrera”.

 

“Afines de agosto entran a nuestra pieza a una mujer alta, delga­da, tez clara, pelo casi rubio, ojos muy lindos, posiblemente verdes. Se en­contraba embarazada. Venía muy asustada, nerviosa, nos relató que la ha­bían detenido en su hogar. Estaba desesperada porque sus tres lujos habían quedado solos llorando en su departamento. Nos dijo que se llamaba Glo­ria Esther Lagos Nilsson, nos revelo  todo lo que con ella había pasado, de cómo entró de todos modos a su casa a pesar de la advertencia de sus vecinos, de cómo su conviviente se había fugado de la DINA...”. A princi­pios de septiembre Adriana fue trasladada a libre plática, Gloria quedó en el pabellón de incomunicados. “La esperamos; a Tres Álamos no llegó nunca”.

 

 

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