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Testimonio de Hugo Chacaltana Silva
 

 

HACE 34 AÑOS Hugo Chacaltana Silva


Hace 34 años, la madrugada del 03 de Mayo de 1974, fui detenido en mi hogar por una patrulla del Ejército cuyos integrantes saltaron la reja del antejardín de mi casa y procedieron a allanarla completamente.

Entonces yo cursaba tercer año medio en el Liceo Manuel de Salas y había ingresado al FER (Frente de Estudiantes Revolucionarios) a los 13 años cuando cursaba octavo básico. Recuerdo que para ir a mi primera reunión, fue el también alumno de mi Liceo Edwin Van Yurick (ahora desaparecido), quien me fue a buscar a mi casa. El estaba entonces en 3er año medio

Yo vivía en la calle Clorinda Wilshaw 678 en la comuna de Ñuñoa y mi hogar había servido de lugar de refugio para muchos compañeros que en ese momento se encontraban en la clandestinidad.

Esa había sido durante dos años también, la casa de seguridad de Bautista Van Schowen, miembro de la Comisión Política del MIR y fue desde ese lugar de donde salió en dirección a la Iglesia de Capuchinos donde finalmente fue detenido para luego desaparecer. El Bauchi y Edgardo Enríquez (hermano de Miguel), se escondieron por años allí. Juntos contemplamos cuando por la TV, la Junta Militar ofrecía una recompensa para entregar a alguno de ellos. Ambos integraban la lista de los 10 mas buscados.

Al momento de mi detención, se escondía en mi casa Agustín Reyes González (hoy desaparecido), también militante del MIR y que era intensamente buscado por la DINA. Con él habíamos concluido que la casa podía ser allanada en cualquier momento, ya que su esposa Atenas Caballero Nadeau y su hermano Juan Carlos también ex alumnos del LMS, habían sido detenidos la noche previa al 1ro de Mayo del 1974.

Habíamos hecho una prolija limpieza de la casa, concentrando todos los microfilms y documentos comprometedores en un maletín que habíamos acordado llevar en la huída. Esto en el caso de que uno de los dos se encontrara en el domicilio al momento de materializarse ese temor.

Paralelamente, yo había sido interrogado por la máxima autoridad interventora de mi Liceo, el ex oficial de la Fuerza Aérea Alfredo Gómez Lobos, quien unas semanas antes acompañado de dos civiles me hizo abandonar la sala de clases, siendo registrado por aquellos individuos que en ningún momento se identificaron y que me trataron groseramente en presencia del Director.

Me amenazaron diciéndome que me cuidara porque conocían la militancia de mi padre en el Partido Comunista y su calidad de Arquitecto y Director del Ministerio de Obras Públicas en el gobierno de Salvador Allende, así como su detención posterior al Golpe en dependencias del Ministerio de Defensa y luego en el Estadio Nacional.

A mi padre lo acusaron de haber entregado las credenciales de funcionarios del Ministerio al grupo de GAP (Escoltas de Salvador Allende), que resistieron en ese edificio y que ya en la tarde, incendiada la Moneda y muerto el presidente Allende y luego de esconder las armas en el entretecho del Ministerio, pudieron gracias a esos documentos abandonar la sede de la repartición y no correr la misma suerte de los escoltas que resistieron en la Moneda y que posteriormente fueron asesinados en los regimientos Tacna y Peldehue.

Cuando vi a los militares saltando la reja de mi casa, yo tuve dudas de que a lo mejor venían por mi padre (a pesar que no vivía con nosotros desde hacía 3 años) o por (Alfonso) Agustín Reyes. Entonces yo corrí hasta el dormitorio donde él dormía y lo desperté. Aún recuerdo su mirada con una sonrisa de incredulidad, saltó de la cama en calzoncillos y luego por el ventanal del dormitorio salió hacia el jardín lateral y saltó la muralla, sentí vidrios quebrarse mientras los milicos pateaban la puerta principal.

Entonces abrí la puerta y se me acercó un oficial que venía a cargo del operativo. Me preguntó donde estaba Hugo Chacaltana Silva, le dije que era yo, sintiendo un poco de tranquilidad porque consideraba mas grave que vinieran por Agustín.

Me llevaron hasta el living ubicado al fondo de la casa y encerraron a mis hermanos en cada uno de los dormitorios donde los interrogaron respecto a la presencia de un señor que conocíamos como “Goyo”, quien era contacto de Agustín y que esa noche se había quedado en la casa a dormir. El no pudo huir ya que era mayor y asmático.


Entonces comenzaron a preguntarme por gente de mi colegio, ex alumnos de izquierda, entre los cuales nombraron a José Cademartori (hijo del Ministro de Economía de Allende del mismo nombre), David Cuevas Sharim y por (el ex profesor de Historia y Geografía hasta el momento del golpe) Oscar Nilo. Querían saber si yo conocía sus domicilios si tenía algún contacto con ellos, etc.

Yo negué toda relación con esas personas, ellos eran comunistas y el profesor militante socialista. Sí acepté que los conocía, pero que nada me ligaba a ellos. De pronto el oficial me ordena ir a vestirme aduciendo que debido a que yo estaba mintiendo me llevarían detenido.

Cuando entré a mi dormitorio, observé a los soldados robando algunas cosas y contemplé con horror que el maletín negro con los documentos se encontraba sobre un piso dentro de mi closet, comprendí entonces el grave peligro que aquello significaba para todos nosotros. Habíamos olvidado lo más importante.

A través de esos documentos, que yo leía con una lupa encerrado por horas en el baño, me había enterado de la existencia de la DINA, y de la detención de muchos compañeros del MIR. Me los entregaban en un almacén dentro de paquetes de detergente. También estaban los folletos adhesivos que yo pegaba en el colegio y que llamaban a integrarse a la resistencia estudiantil contra el fascismo.

Entonces me acerque al closet para sacar la ropa que iba a ponerme y frente a los soldados aproveché ese instante (simulando que sacaba un chaquetón), para tomar el piso y correrlo hasta el fondo, de manera que así quedara oculto bajo la ropa colgada.

Cuando me subieron al bus me preguntaron si conocía a dos personas que llevaban sentadas al fondo del vehículo. Era David Cuevas y el profesor Nilo, venían cabizbajos y en silencio. Yo les respondí que sí los conocía. Al partir el bus miré mi casa por última vez y vi a mis 3 hermanos llorando en la ventana del dormitorio, observando como me llevaban.

Meses antes en Octubre del 73, habían fusilado a mi tío, el abogado de 39 años Mario Silva Iriarte, quien era Gerente de la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) en Antofagasta. El fue uno de los asesinados por la Caravana de la Muerte que dirigió el General Sergio Arellano Stark. Creo que esto y tantas cosas de las que habíamos ido enterándonos fue lo que hizo que mi familia temiera que yo correría la misma suerte.

Fuimos esa noche trasladados a la Escuela Militar y allí conducidos a un subterráneo donde nos dejaron toda la noche. Ya amaneciendo, bajó un soldado y me llamó. Me llevó hasta la Guardia donde un Sargento me dijo que llamara a mi familia y les indicara que me encontraba allí, ya que él tenía la información de que a las 10 de la mañana vendrían a buscarnos de la DINA.

Llamé a mi casa y nadie respondió. Entonces recordé que el teléfono extrañamente, se encontraba cortado desde el día anterior. Llamé entonces a casa de mi abuela y allí una prima avisó a mi madre, la que junto a mis hermanos llegó hasta la Escuela Militar poco antes de que fuéramos sacados de allí. Pude ver a mi prima y mi hermana ingresar con ropa y alimentos que nunca nos entregaron.

Media hora antes, había llegado un grupo de soldados boinas verdes. Venían a cargo de un oficial rubio y cara de asesino al cual sus subordinados llamaban “el Nazi”. Se acercó a nosotros y nos hizo ponernos de pié, decir en voz alta nuestro nombre y el motivo de la detención, para luego, cuando finalizábamos de hablar, nos lanzaba una fuerte patada en el estómago para que volviéramos a sentarnos. Luego tendidos en el piso y con los brazos y las manos extendidas, caminaron sobre nosotros y volvieron a patearnos.

Fue como al mediodía que nos bajaron por una salida lateral. A mí me sacaron primero y me hicieron tenderme boca abajo sobre el asiento de un Furgón de color celeste. Después vino David Cuevas y el profesor Nilo. A ellos los tendieron uno arriba del otro entre los asientos del Furgón. Una vez en esa posición vino el oficial y con la empuñadura de su pistola nos golpeó a cada uno en la cabeza y nos advirtió que de hacer cualquier movimiento nos dispararía. Después sabría que mi Madre y hermanos siguieron al Furgón en su recorrido para no perderme de vista.

El vehículo partió y anduvo como treinta minutos. Entonces llegamos a un lugar que inmediatamente reconocí como el Estadio Chile. Nos bajaron nuevamente con las manos en la nuca. Al llegar a la Guardia un oficial de carabineros que se encontraba a cargo, le dijo al Nazi que no podía autorizar mi ingreso ya que yo era menor de edad. Sin embargo este último se impuso y fuimos ingresados a este recinto que funcionaba como campo de concentración desde el mismo día del Golpe. Allí habían asesinado entre otros compañeros, al cantante Víctor Jara.

Fuimos rápidamente acogidos por los casi 300 detenidos que allí se encontraban, había de todas las edades y clases sociales. Estudiantes, profesionales y trabajadores, que como yo, compartíamos el haber creído en un mundo mejor. Recibí mi primera visita a las dos semanas de estar allí. Recuerdo entrando a mi madre inválida acompañada de mi hermano de ocho años con un chaquetoncito escocés. Esa imagen ha acompañado toda mi vida, verla afuera del estadio cada martes y sábado, parada bajo la lluvia esperando que autorizaran la entrada.

Nos abrazamos, me preguntó como estaba y como me habían tratado. Pero rápidamente me insistió en que por ningún motivo ni bajo ninguna presión, nombrara la casa ni a quienes allí habían estado.

Comprendí entonces que ha pesar de todo, aún había gente escondida en mi hogar, que no teníamos mas infraestructura y que mi madre seguiría protegiendo compañeros clandestinos aunque fuera al precio de su vida.

El Estadio Chile funcionó hasta mediados de Junio del 74. Cada sábado llegaban nuevos compañeros detenidos y el lugar ya no soportaba mas personas. Dormíamos sobre colchonetas. Casi todos los que venían traían las marcas de haber sido torturados, colgados y quemados con cigarrillos. Los traían de la calle Londres y del AGA (Academia de Guerra de la Fach). Muchas veces vi los camiones Frigoríficos desde donde los bajaban tomados unos de otros, vendados, a veces lloraban cuando sentían que habían vuelto a la vida. Un día trajeron por equivocación al Conejo Grez, (Jorge Grez Aburto, hoy detenido desaparecido). Fue la única vez que lo vi conversando con los compañeros. Por la tarde lo llamaron y nunca más supimos de él

Por aquellos compañeros nos enteramos de que el Guatón Romo era un agente de la DINA, yo lo conocía porque era dirigente poblacional de Lo Hermida y militante de un pequeño partido llamado USOPO (Unión Socialista Popular). Romo era muy cercano al MIR, conocía a sus cuadros y luego del golpe se dedicó a entregar y torturar militantes.

Una mañana muy temprano los focos se encendieron y nos hicieron formar. Nos dieron diez minutos para arreglar las cosas y llevar lo más necesario. Nos subieron a los buses que esperaban y nos llevaron a todos a Tres Álamos. Fuimos los primeros en llegar, había camarotes y un sector para mujeres. Me tocó en el ala que luego se llamó Cuatro Álamos, allí los detenidos aún no eran reconocidos oficialmente y eran sacados a nuevos interrogatorios. En resumidas cuentas seguían en manos de la DINA.

Había un Mayor de nombre Conrado Pacheco. Fuè uno de los encargados del control de ese lugar. En una ocasión al pasar la lista, no estaba uno de los detenidos, preguntó que pasaba con él y le dijeron que estaba mal y no podía caminar. Entonces dijo: tráiganlo. Lo trajeron en andas, ordenó que lo soltaran y apenas podía mantenerse en pie. Le preguntó el porqué no podía caminar y este le señaló que estaba mal producto de las torturas. Le dijo quédate entonces parado allí frente al árbol, nos miró y nos dijo: “le pasó por desleal”.

Esa tarde llovió y lo vimos que aún estaba parado frente al árbol. Estuvo allí todo el día y toda la noche, no olvido su posición erguida y su mirada digna a pesar del frío y su dolor.

Una mañana a fines de Junio llegó el Coronel Jorge Espinoza, este estaba a cargo del SENDET (Servicio Nacional de Detenidos). Me acerqué a él y me identifiqué. Le señalé que llevaba detenido dos meses y que no se me daban razones para continuar manteniéndome en esa calidad. Me respondió que estudiaría mi caso.

Dos días después, me llamaron y me llevaron a la casona principal donde dos civiles me dijeron que ellos eran de Investigaciones y que me ayudarían a salir pronto pero que debía cooperar con ellos. Me tomaron una declaración en la cual yo relaté lo sucedido siempre negando cualquier vinculación política con David Cuevas Sharim y el profesor Oscar Nilo.

Ese día en la tarde comenzó a circular fuerte el rumor entre los detenidos, que los tres seríamos llevados a interrogar por la DINA. Sentí pavor, vinieron a hablarme varios compañeros que ya habían vivido la tortura, me decían que por mi edad no creían que fuese sometido a flagelaciones, pero que nunca reconociera nada, por que de hacerlo no pararían hasta sacarme toda la información que necesitaran, fuera verdad o inventada.

Efectivamente esa noche fuimos llevados los tres a la Calle Londres 38, conocido centro de tortura de la DINA. Recuerdo la voz del tipo de civil que nos ordenó cerrar los ojos apretándolos fuerte para que nos pusieran scotch. Nos subieron a una camioneta y yo distinguí cuando llegamos a la Alameda, luego una calle con adoquines, dos bocinasos y nos entraron hasta un lugar donde me sobresaltó la presencia de un perro al que llamaban “Patán”.

Los agentes al percatarse de que veía, me sacaron el cinturón y todo lo que tenía en los bolsillos. El tipo que me registró, me dijo que dejara los cigarrillos porque: “los vai a necesitar” me dijo. Rápidamente me llevaron por escaleras y luego estaba sentado frente a un tipo que comenzó a interrogarme. Me preguntó por la propaganda y yo le respondí que no sabía de qué estaba hablando.

El tipo tenía una voz como irónica, siniestra. Dijo:” primera pregunta primera mentira huevón a la tercera la vai a pasar mal”. Me preguntó si yo conocía las empresas Chilectra o Endesa, yo me quedé en silencio. Entonces volvió a preguntar, mi respuesta fue la misma, no sabía de qué me estaba hablando. Entonces un fuerte golpe en la cara, sentí salada la sangre de mi boca e inmediatamente alguien que estaba parado atrás mío me golpeó los oídos con las manos abiertas y sentí que perdía la audición y un poco el conocimiento.

Escuché al interrogador decir:”traigan la máquina”, volvió a preguntar mientras sentía que me pasaban algo húmedo por el cuello. Algo metálico que me rozo y un golpetazo de corriente como el golpe de un látigo que me quemó y me hizo caer con la silla a la cual me habían amarrado. Luego las patadas para que me parara, pero no podía. Me tomaron del pelo y sentado nuevamente, pusieron una bolsa de plástico en mi cabeza, me sentía emborrachado por los golpes y luego la sensación de estar asfixiándome con la bolsa que me impedía respirar. Me decían que esto era sólo un anticipo de lo que vendría.

Perdí esa noche la noción de tiempo, me arrastraron hasta una sala donde se escuchaba una fuerte música y al cambiarme el scotch por una venda pude ver los pies de personas tiradas en el suelo. Me acostaron entre ellos de lado y esposada mi muñeca derecha con la izquierda del que estaba adelante y así sucesivamente.

Sentí cuando llegaron con el profesor Nilo y David. Esa noche sentí por primera vez los gritos desgarradores de la gente a la cual torturaban. Me congelaba el terror de sentir esos sonidos, eran como berridos de animal.

Me hicieron memorizar los pasos que había hasta el baño (siete hasta la puerta, tres por el pasillo, bajar dos escalones y subir uno a la izquierda). Observaba mi orina por debajo de la venda y esta era de color sanguinoliento.

Por la mañana las órdenes violentas para incorporarnos y sentarnos en sillas alineadas. Ya pasado el mediodía alguien se me acerca y me dice que fuera a comer algo y que el me ayudaría a ponerme de pie. Tuve miedo y le dije que no tenía hambre, entonces el me dijo “yo soy tan preso como tú”. Fue entonces que conocí a Álvaro Modesto Vallejos Villagrán o el Loro Matías. Le permitían ayudar a dar la poca comida y lavar las cosas, los guardias lo respetaban mucho, a veces le pasaban cajetillas con cigarrillos o panes frescos.

Un día el Loro me contó que el estaba allí desde Marzo de ese año, que lo habían torturado dos semanas y que habían quemado sus genitales para que hablara. El no había dicho nada, con el habían hecho las cosas mas atroces y el no habló. Era súper bajo de estatura y usaba unos zapatos que estaban de moda y eran con una plataforma para verse mas alto. El Loro cursaba 4to año de Medicina en la Universidad de Concepción y era militante del MIR. (Su rastro se perdió para siempre en Agosto de ese año en La Colonia Dignidad)

Acepté entonces ir a comer algo y cuando estaba sentado en esa mesa larga llamaron a Jaime Buzzio Lorca, también era Mirista y ex alumno del Liceo Manuel de Salas. Yo podía ver un poco por debajo de la venda. Lo pararon y se lo llevaron, nunca mas lo volví a ver ni nombrar, hoy figura en la lista de detenidos desaparecidos.

Desde ese día me volví inseparable del Loro Matías, trataba siempre de quedar sentado a su lado. Hablábamos de comidas, de salir a un restaurant o ir a Providencia. El Loro llevaba un control de los prisioneros, memorizaba nombres y ubicaba a los torturadores. Una noche me mostró al Guatón Romo, me dijo que interrogaba preferentemente de noche y en el día salía a reconocer gente. También me habló del “Coronel” que estaba a cargo del lugar. Mas tarde y a través de otros detenidos supe que se trataba del Mamo Contreras.

Esa tarde de sábado 6 de Julio del 74, una mujer embarazada y que pese a su estado había sido torturada, perdió a su hijo en ese lugar y yo vi un hilito de sangre que venía hacia mis pies. Estábamos a cargo de la guardia de Jaime o Jefe Jaime. Ese grupo se caracterizaba por ser mas humano y no maltratarnos. El personalmente llevó a la mujer a un centro asistencial diciendo que asumiría las consecuencias. Una semana más tarde esa guardia fue cambiada del lugar y no los volvimos a ver.

A veces en la tarde los agentes que llegaban con detenidos, manipulaban sobre nosotros los fusiles AKA 47 que usaba la DINA y nos decían”Estos se los quitamos a ustedes”. Recuerdo a un agente rubio que luego supe era el torturador Miguel Krassnoff Marchenko.

El domingo 7 de Julio por la noche, llegaron dos mujeres, una de ellas era mi ex profesora del Liceo, la señora Viola Soto. Al día siguiente, el lunes 08 de Julio sentí los pasos venir desde el lugar de donde provenían los gritos de dolor. Escuché como lentamente se acercaron, un golpe en el hombro y la orden: “arriba”. Me pararon, apretaron fuerte la venda de mis ojos y al salir de la sala me tomaron dos agentes.

De inmediato un golpe fuerte en el estómago y la pregunta ¿vai a cooperar concha de tu madre? Me arrastraron por las escaleras, subía y bajaba, estaba totalmente desorientado. Recibía patadas y golpes por todo el cuerpo. Llegamos como a un entrepiso a una sala fría y húmeda, me pidieron el nombre de todos mis familiares desde mis abuelos, tíos primos etc.

Ahí escuché la voz ronca de este nuevo interrogador, caminaba frente a mí, podía por debajo de la venda ver sus zapatos color café bien lustrados pasando de un lado a otro de esa pieza. Mira“hijo de puta”...Comenzó diciendo, … “cuando veas lo que somos capaces de hacer contigo, comprenderás que no te queda mas remedio que hablar, nosotros tenemos todo el tiempo del mundo para hacerte cantar, desvístete”

Me sacaron la ropa a tirones entre golpes e insultos, me amarraron en una especie de catre metálico y me ataron las piernas y los brazos a unos fierros a los lados. Sentí que pasaban algo húmedo por mis genitales, me tomaron el dedo meñique de la mano derecha y me dijeron que lo levantara cuando quisiera hablar. Entonces sentí que subían la música, me ponían un trapo en la boca y la voz del interrogador que dijo...”Comiencen con medio para este huevón...” El dolor indescriptible de la electricidad en mi pene, los testículos y yo levantando de inmediato el dedo.

No sé cuanto duró eso, perdí toda noción del tiempo. Cuando me regresaron a la sala escuché que decían que yo estaba incomunicado y que me mantuvieran lejos del Loro Matías. Me prohibieron tomar agua y comer. Sentía luego los gritos desgarradores mientras torturaban al profesor y cuando lo traían arrastrando de regreso hablando incoherencias. Me habían sentado al lado de la profesora Viola Solo y yo me dormí en su hombro sintiendo algo así como un calor de madre.

Esa noche o ya en la madrugada del 9 de Julio trajeron a mis amigos del FER Miguel Ángel Acuña (Pampino), y a Héctor Garay Hermosilla (Titin), reconocí sus voces y los miré desde el suelo, al día siguiente temprano se llevaron al Titín, le pusieron unos anteojos oscuros y partieron con él. (Un día me comentó que lo sacaban a reconocer gente por Ñuñoa). Al rato me vinieron a buscar y nuevamente me amarraron al catre de fierro. Al lado se escuchaban los gritos terribles de una mujer, me dijeron que era mi madre, que ellos pararían si yo hablaba. Tenía la boca seca y una sed indescriptible, los labios partidos. ¿Seria efectivamente mi madre?

De nuevo la electricidad, esta vez en las sienes y detrás de los oídos. También en los genitales y el ano. Perdí de nuevo la noción del tiempo y tuve nuevamente aquella sensación de estar mirándome desde lo alto salido de mi cuerpo. Me arrastraron hasta la sala, otra vez sin poder comer ni tomar líquido, me dijeron que estaba muriendo, que sólo debía decir que David y el profesor Nilo eran mis contactos y podrían llevarme a mí casa y dejarme en paz.

Creo que fue el miércoles 10 de Julio cuando sentí que me había muerto y veía todo desde fuera, hubo carreras y yo estaba semiinconsciente, riéndome de todo, ya no sentía dolor. Solo una paz inmensa.

Esa tarde ví cuando llegaron con Edwin Van Yurick y le estaban cambiando la venda de sus ojos, escuché sus gritos mientras lo torturaban y los de su esposa Bárbara Uribe Tamblay.
En un momento sentí los pasos nuevamente venir hacia a mi. El golpe en el hombro y la orden seca: ¡parate! Me sacaron de la sala y en el pasillo me esperaba el primer interrogador ese de la voz siniestra. Caminamos unos metros, entonces me dijo que ellos ya sabían que yo había mentido todo el tiempo y que por lo tanto tenía ordenes de eliminarme. Me preguntó si yo tenía algo que decir y le respondí que no, que mantenía mi versión. Entonces sentí que sacaba un arma y la manipulaba, sentí pasar la bala, luego el metal frío del cañon en mi sien izquierda y el sonido de cuando percutó la pistola en seco. No tenía balas.

Es extraño, pero no sentí nada, no tuve miedo, ya estaba entregado a lo que viniera y eso me producía una especie de alivio, sentí las risas de quienes estaban alrededor. Me ingresaron a una sala y por debajo de la venda vi los pies de varios hombres, entre ellos uno con uniforme del ejército. Una vez más me hicieron repetir mi versión. Repetí lo de siempre, me convidaron un cigarrillo y me llevaron a un rincón desde donde los escuchaba hablar en voz baja.

Me llevaron de vuelta a la sala y me sentaron al lado del Loro Matías. Le dije que ahora tenía mucho miedo ya que algo pasaba. O me habían creído o me iban a matar de verdad.
Entonces el Loro me dijo algo que me tranquilizó y era con respecto a mi edad. Me señaló que nadie podía imaginar que yo pudiera por mis años estar involucrado en algo tan importante y que el creía que ya no me harían nada mas.

No pasaron cinco minutos y nuevamente me llevaron, pero esta vez era para firmar un documento. Pedí leerlo y el Jefe de los agentes que estaban allí y a quien hoy identifico como Manuel Contreras, les ordenó que me sacara la venda porque “era obvio que tenía derecho a leer lo que iba a firmar”. Sin embargo no pude leer nada, las letras las vi borrosas y dispersas, ya nada me importaba y firme algo que nunca sabré lo que fue.

Desde entonces el trato cambió, nunca mas me tocaron, sin embargo me torturaba el escuchar los gritos desgarradores de mis amigos, de ver cuando llevaban a Edwin y a Christian Van Yurick, recuerdo a Bárbara Uribe llorando como una niña chica pidiendo que no le hicieran nada, o gritando una vez que vio en el piso con los brazos enyesados a un joven rubio de apellido Espinoza y que ella confundió con Edwin.

Una madrugada escuché cuando Edwin entregaba una dirección en la calle Los Talaveras de Ñuñoa y recordé que era una casa que nos habían dicho en el FER que podíamos entregar en caso de emergencia ya que había pertenecido a unas hermanas extranjeras que también eran del FER y ya habían salido del país.

Pasaron los días hasta la mañana del 18 de Julio. Frente a mi se encontraban tres personas a quienes requirieron sus nombres, uno de ellos era Martín Elgueta Pinto (hoy detenido desaparecido), estaba con un matrimonio de apellido Chacón. Yo conocía a Martín porque era un militante destacado del MIR y había sido presidente del centro de alumnos del Manuel de Salas.

Ese día alrededor de las 12am nos llamaron a los tres (David, Oscar Nilo y yo). Llegamos a la entrada y sentimos los tacos del Loro Matías. Nos dijo voy con ustedes y eso nos alegró, significaba que si íbamos de vuelta a Tres Álamos que nos salvaríamos.

Nos llevaron en una camioneta celeste y de doble cabina Chevrolet C-10, yo iba atrás esposado junto a David Cuevas Sharim. A las pocas cuadras nos hicieron incorporarnos y nos sacaron la venda, fue impresionante ver de nuevo el sol y los autos pasar. Adelante en la cabina iba el profesor Nilo y el Loro Matías. Atrás David y yo custodiados por dos agentes.

Al llegar a Tres Álamos nos bajaron de la camioneta y entonces nos abrazamos los cuatro, parecíamos náufragos. Ingresamos hasta la guardia y allí Conrado Pacheco dijo indicando al Loro. ¡A este Concha de su madre me lo revisan y me lo traen! Vimos cuando le quitaron las cosas al Loro, entre las cuales tenía una mini radio portátil. Se lo llevaron hacia el pabellón de Cuatro Álamos, le dijimos que nos veríamos en dos semanas (el tiempo de recuperación que estipulaban) sin embargo fue la última vez que lo vi.

El 26 de Julio llegó una Comisión de Derechos Humanos de la OEA. Me llevaron a la casa principal y me escondieron en el tercer piso donde trabajaban los supuestos agentes de Investigaciones. Entonces me acerqué a una ventana y allí David y otros compañeros me vieron y denunciaron a los miembros de la Comisión que yo había sido misteriosamente sacado del lugar.
El Coronel Jorge Espinoza había negado que yo estuviera recluido allí y que hubiese menores de edad.

Espinoza subió furioso y me dijo: “Para esta gente a ti nadie te ha torturado ni tocado, ¿entiendes?, de eso depende ahora tu libertad. Esos señores te van a preguntar cosas y tú debes saber que responder para que puedas volver a tu casa.”

Lo que Espinoza ignoraba, era que la noche anterior, mi madre había tomado contacto con los miembros de la comisión reuniéndose con ellos en el Hotel Crillón de Santiago.

Una vez reunido con los integrantes del grupo de la OEA, narré en detalle todo por lo que había pasado y sido testigo, los nombres de quienes habían quedado en Londres 38, Las torturas, los agentes y el más salvaje de mis torturadores que fue Marcelo Moren Brito.

El 29 de Julio fui dejado en libertad, tenía 16 años y aun recuerdo los momentos, las canciones, los nombres de mis amigos y a todos los detenidos formados en dos largas filas en el pasillo de Tres álamos aplaudiendo a mi paso el día que me liberaron. Afuera estaba mi madre quien salvó mi vida tocando todas las puertas, mientras, paralelamente, nunca dejó de proteger a quienes a esa altura ya casi no tenían lugar donde esconderse.

Han pasado 34 años y siento que mi vida se detuvo entonces, una mañana estando en Londres 38 le prometí a Dios que nunca sería adulto, porque no podía entender como los hombres podían hacer cosas tan terribles. A veces, cuando camino ausente por las calles de Santiago, me quedo observando los rostros de la gente y creo reconocer a los que ya no están y como serían hoy día. Para que decir cuando he tenido que declarar ante jueces y personal del departamento V de investigaciones.

Muchas veces les he pedido perdón por estar vivo y por cierto, no ha habido un solo día en todos estos años en que no recuerde a mis compañeros Héctor Garay Hermosilla (Titin), Edwin VanYurick Altamirano y su esposa Bárbara Uribe Tamblay, Miguel Ángel Acuña (Pampino) y al hombre mas valiente que he conocido y conoceré en mi vida, Álvaro Modesto Vallejos Villagràn (El Loro Matías). Todos ellos viven en mí, y yo vivo para mantener vivo su recuerdo. En ellos pienso cuando creo derrumbarme y a ellos dedico esta memoria.


27 de Mayo de 2008





 

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