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Testimonio de Carlos Montes

 

"Tuve miedo de trastornarme" 

Después de 24 años, todavía se pone tenso al hablar de las vejaciones que vivió durante su detención. Más que nada, dice, siente pudor ante lo que sufrieron las otras víctimas. El diputado considera que el impacto del informe será aún más sobrecogedor que el texto de la Comisión Rettig. "Que estas cosas salgan, que la sociedad se enfrente a su propia historia, después de quince años de democracia, indica que no es llegar y taparlo. Chile lo ha procesado y es bueno capitalizarlo".

Sube las escaleras del Palacio Ariztía tan rápido, que es imposible seguirlo. Ya instalado en su pequeña oficina del segundo piso, de espaldas a la luz del mediodía, su rostro se ve abrumado, inquieto, sombrío. El diputado socialista Carlos Montes, un político que sobresale por su facilidad de palabra y por la claridad para exponer sus ideas, está visiblemente nervioso. Le cuesta romper el pudor para contar la experiencia personal de haber sido torturado: "Estuve a punto de no venir. No me gusta hablar de esto. No es algo para compartir tan abiertamente", dice, cruzando ante sí ambos brazos en un ademán defensivo.

Montes fue a declarar en febrero ante la comisión Valech. Y, aunque no ha leído el informe, está al tanto de su contenido y piensa que cuando se haga público provocará un impacto aún mayor que el Informe Rettig. "Hubo cerca de mil recintos en que se torturó a través de todo el país; hay muchas personas que fueron violadas, tanto hombres como mujeres, y no sólo por seres humanos, sino también por animales; hay casos de personas que fueron metidas en ataúdes llenos de ratones y víctimas de conductas aberrantes".

Ante la crueldad del sufrimiento de tantas otras víctimas que no son parlamentarios ni están siendo solicitados por los medios, le avergüenza personalizar lo que a él le tocó vivir y constantemente evade detenerse en detalles. Confiesa que tardó años en procesar el desgarro emocional que le causaron los veinte días en el cuartel de la CNI de calle Borgoño, los ocho meses de cárcel y los casi siete años de exilio en México. Cuando volvió al país, en 1987, sufrió una crisis tan fuerte, que casi hizo naufragar su matrimonio. De hecho, él y su mujer, Gloria Cruz, una de las pocas parejas que siguieron casadas en el exilio, estuvieron separados durante un tiempo, aunque gracias a ayuda especializada se reencontraron y siguen juntos hasta hoy.

El miedo permanente

Carlos Montes Cisternas, 58 años, es un ex alumno del Colegio Saint George que se tituló de economista en la Católica. En el fragor político que agitaba las universidades en los sesenta, fue dirigente y representante estudiantil en el Consejo Superior de la UC. Formó parte de los jóvenes que fundaron el MAPU en 1969. Y era miembro de la Comisión Política cuando sobrevino el golpe de 1973. Mientras la mayoría de los dirigentes de más alto rango se asilaban en diversas embajadas, Montes se quedó en el país y se hizo cargo del funcionamiento del partido en la clandestinidad.

Desde esa época llevaba una vida tan peligrosa (con otra identidad y continuos cambios de casa) que la adrenalina del miedo se instaló en su cuerpo disfrazada bajo cólicos estomacales que le causaban mucho dolor. Pese a que se sometía constantemente a numerosos exámenes, la medicina no tenía explicación. "El día que fui detenido, desaparecieron para siempre esos extraños dolores", recuerda.

Apenas un año antes de su captura, según relata en el libro Chile La Memoria Prohibida, Montes había dejado la vida oculta y armó casa con Gloria y sus hijos, después de tres años en que sólo se veían esporádicamente simulando estar de cámping en el Cajón del Maipo. Aunque seguía siendo el Secretario General del Mapu y en secreto continuaba con sus actividades partidarias, la represión de la CNI de comienzos de los ochenta era más acotada que la de la DINA post golpe y Montes se atrevió a trabajar como administrador del restaurant El Naturista, y se desplazaba por Santiago en su vehículo utilitario japonés.

Aunque lo detuvieron el 30 de diciembre de 1980, a la salida de un supuesto "seminario profesional" que era en realidad una reunión del MAPU, su captura fue sólo una casualidad. Esa tarde un grupo armado clandestino atacó un recinto de carabineros y tras matar a varios funcionarios, se fugó en un vehículo del mismo modelo que el que tenía Montes.

Cuando él y sus dos compañeros llegaron a buscar el auto, el sector estaba en medio de un operativo. Trató de escapar, pero antes ocultó sus documentos y los motoristas policiales no tardaron en capturarlo. Eran más de las cinco de la tarde y lo llevaron en un furgón a la Comisaría de Quilín. "Mi problema era que iban a fregar a toda la gente que saliera en mi libreta de teléfonos, y sólo me preocupaba hacer desaparecer esas páginas". Lo encerraron en una celda con un borracho que le ayudó a comerse los papeles que le quedaban.

Desde allí, esposado, lo trasladaron a la Décimo Octava Comisaría de Ñuñoa, donde 40 carabineros de Fuerzas Especiales lo interrogaron desnudo. Como los testigos del ataque no lo identificaron como uno de los autores, Montes fue encerrado en una celda. "Después de las primeras patadas, me tiré en la cama y me quedé dormido". Pero los archivos político policiales de los servicios de seguridad del régimen ya habían arrojado sus antecedentes y sospechaban que estaba metido en algo más grande que el atentado de esa tarde. Vehículos de la CNI custodiaron su traslado a la Sexta Comisaría, donde le permitieron telefonear a su familia que pudo visitarlo a la mañana siguiente. Alrededor de las 3 de la tarde del 31 de diciembre, llegó la CNI a tomarle las huellas y a interrogarlo, "suave, sin vendas", recuerda el diputado.

Dos horas después comenzaría su calvario. Una situación largamente temida y esperada por Montes. Casi en un susurro, admite: "Sí, pensé que me podían torturar; que me podía ocurrir lo que a mucha gente. Vivíamos con un miedo permanente y a cada reunión que iba aumentaba la incertidumbre. Todo lo que había escuchado, leído o conversado, era atroz. Que te metan la cabeza al agua, que te pongan corriente, eso era una dimensión que yo no tenía. Le tenía miedo a la locura, tuve miedo de trastornarme sin poder resistir situaciones tan límites, tan extremas. Y mi intención era sobrevivir, ponerme a la defensiva para poder sobrevivir". Cuando llegaron a buscarlo y le pusieron cinta adhesiva sobre los párpados, trató de no cerrar completamente los ojos y algo podía ver, aunque además del scotch, le pusieron anteojos oscuros. Lo subieron a un automóvil con Rodrigo Villamandos, un joven del Movimiento Obrero Campesino, y fueron conducidos al recién inaugurado cuartel de la CNI en calle Borgoño.

No volvería a ver la luz del sol hasta 18 días después.

"El objetivo era desintegrarte"

Cuenta que, apenas pisó el recinto, le pegaron puñetes y patadas, mientras le preguntaban por una peruana, "la Chola", a quien ni siquiera conocía. Luego, le sacaron la cinta adhesiva, le vendaron los ojos y sintió que lo examinaban superficialmente. "No sé por qué se me ocurrió decir que tenía problemas al corazón", y para convencerlos se valió de un medicamento que llevaba en el bolsillo. Pero lo que fue una mentira para aminorar la brutalidad del trato, dentro de pocos días se convertiría en realidad.

Tras el examen lo bajaron al subterráneo, a un celda lúgubre, de mal olor, y lo sentaron en un banco, esposado. Recuerda que había camarotes y mucha gente. Deben haber sido las siete y media, relata, cuando lo llevaron a interrogar a una habitación donde, calcula, había unos cuarenta agentes. Montes estaba de pie. "Me gritaban, me golpeaban en diferentes partes, lo que más me dolía era cuando me enterraban los dedos en la columna".

Recuerda que le preguntaban por cosas de su vida que sólo podía saber alguien cercano, sus actividades en el socialismo y el MAPU, que lo grababan. "Era kafkiano, preguntaban casi puras estupideces para envolverte y marearte. El objetivo no era captar información, sino destruirte, desintegrarte como persona. Me preguntaban qué tenía que ver con el profesor de castellano Hugo Montes, o si tenía algún vínculo con la congregación Holly Cross".

Dice que media hora antes de que terminara ese interrogatorio, le sacaron la venda y le pusieron delante a un gordo pelado, que tenía tras de sí un montón de cables. Montes pensó que le iban a aplicar corriente, pero no ocurrió. Aprovechó de gritonearlos: "En todos los interrogatorios fui muy aniñado, no sé de dónde me venía eso. Me puse muy agresivo. Les decía asesinos, torturadores, pero dentro de cierta cordura, no les saqué la madre. Estaba agotadísimo, habían pasado como cuatro horas, tenía el cuerpo machucado y me dolía todo".

Al día siguiente comprendió que el gordo jugaba el papel de "torturador bueno". Es el único agente del que conoce su identidad. "Lo apodaban 'Dog' y es el hipnotizador que hoy está procesado por el homicidio del carpintero Alegría Mundaca". Pero también, añade, existía otro que hacía de "torturador malo". Al diputado le cuesta hablar de él, porque piensa que es una persona con quien habían sido amigos desde niños. "Después supe que mientras estuve detenido, él llamaba por teléfono a mi casa todos los días y le contaba a mi familia cómo estaba yo", dice rehusando ahondar en más detalles ni revelar la identidad, porque no tiene certeza absoluta.

Ese 31 de diciembre no le dieron comida, el 1 de enero sólo un caldo de fideos que debió ingerir sin cubiertos ("Era algo tan vejatorio para tu dignidad de persona") y al día siguiente un café y un pan. Pero no recuerda haber sentido mucho hambre, por la tensión. Para no perder la noción del tiempo, marcaba los días en unos hoyos en la pared. "Sabía del transcurso del día y de la noche por los ruidos de la ciudad que se lograba sentir adentro. Podía escuchar el sonido de los trenes en la Estación Mapocho".Sufría una combinación de interrogatorios "buenos" y "malos". Si eran buenos, estaban a cargo del "gordo", quien le inventó que su hermano en 1975 había chocado en auto y llevaba armas en el portamaletas. O le decía: 'Mire, estuvimos con su hermana, y ella le mandó muchos saludos'. "Eso a mí me afectó como diablo, porque lo reconecta a uno con el mundo familiar, afectivo. Y uno ahí trata de autocontrolarse". En los interrogatorios "malos", lo conducían a una bóveda donde, al comienzo, sólo le pegaban. Incluso por la noche, lo despertaban a golpes.

Montes buscaba tranquilidad en cosas tan básicas como oír la respiración de Villamandos, o sentir que le habían dejado un poco más sueltas las esposas con que lo mantenían engrillado a una cama de fierro. "Evitaba pensar en mi hijos, en mi señora, era la única manera de sobrevivir en ese lugar".

Al octavo día, cuenta que liberaron a Villamandos y Montes fue trasladado a una celda individual en la parte recién remodelada del cuartel. Lo vistieron con un overol y unas zapatillas, el uniforme de los detenidos. En esa celda lo mantenían sin vendas. "Cuando estuve en Auschwitz y en Cracovia, vi que era la réplica exacta de las que había en esos campos de concentración: tenía un altillo de concreto donde dormías y un recipiente para hacer tus necesidades. Por las noches pasaba mucho frío".

En esa etapa comenzaron a aplicarle electricidad. Calcula que la primera sesión duró unas 10 o 12 horas y terminó con el cuerpo tan hinchado, que está seguro de que le dieron drogas. Sentía mucha sed, pero por los efectos de la corriente no podía beber demasiada agua. Al día siguiente lo pusieron de nuevo en la parrilla. Gritó que era enfermo del corazón y recuerda que una mujer muy joven que manejaba la electricidad, le gritó fríamente: "A mí no me importa nada". Y fue subiendo poco a poco la intensidad, hasta que ocurrió algo muy extraño: "Se me dio vuelta la lengua hacia atrás y me estaba ahogando", y tuvieron que regresarlo a su celda. Lo volvieron a llevar al otro día y le ocurrió lo mismo; al día subsiguiente le dio un paro cardíaco y quedó inconsciente. "Desperté en la celda rodeado de electros, médicos y enfermeras muy asustados. No sé por qué, desperté llorando, en esas condiciones uno ya no piensa, tiene sólo sensaciones primarias, de supervivencia".

Había sufrido el paro en el decimoquinto día de su detención y faltaban cinco días para que se cumpliera el plazo que tenía la CNI para llevarlo a tribunales. Dice que no lo volvieron a torturar y que comenzaron a tratarlo mejor. Le daban comidas más consistentes, carne, arroz, ensaladas, incluso Coca-Cola. Al vigésimo día, le permitieron ducharse, le devolvieron su ropa y lo hicieron firmar una declaración jurada de que no le habían causado ningún daño y que no tenía ningún reclamo que presentar. Montes exigió leerlo y discutió con ellos, porque no quería firmar. "También me negaba a firmar las confesiones y tras cinco intentos, el último día, firmé un texto, que casi no leí, en que te hacían declarar que no te había pasado nada". El torturador "bueno", quien le llevaba esas confesiones, le reveló que su arresto los había tomado tan de sorpresa que no habían podido prepararse para interrogarlo bien.

Cuando estuvo en la calle camino a los tribunales, la luz del sol le impedía ver bien. Recuerda que estaba mareado, caminaba con inseguridad, y sentía un puntada en el pecho que le duró muchos meses, aunque los médicos que lo revisaron después le dijeron que era un efecto psicológico. En la Corte, agrega, lo esperaba su familia, llorando, y el juez Ricardo Gálvez Blanco, quien a solicitud del Ministerio del Interior, lo condenó por infracción a la Ley de Seguridad Interior del Estado.

Pero los servicios de seguridad, comenta Montes, "cometieron un error que después les costó muy caro". Intentando imputarle conductas subversivas, echaron mano a un documento que él le había entregado a Juan Maino Canales ­su amigo­ desaparecido desde 1976. "Fue el elemento que confirmó que Juan había estado en manos de los servicios de seguridad".

Después Montes estuvo detenido en la ex Penitenciaría y posteriormente en la Cárcel Pública, en la misma celda que ocupó el general Bachelet. "Volví a rezar, a ir a misa y a intentar construirme una cotidianidad en ese pozo negro que era la cárcel, donde había que seguir intentando sobrevivir".

A fines de octubre salió al exilio en México. Durante el primer año tuvo que someterse a tratamiento psiquiátrico con un médico argentino que se había especializado en atender víctimas de violaciones a los derechos humanos; también debió tomar antidepresivos durante un tiempo: "Lo pasé muy mal, porque se me vino encima todo lo que viví. No me quiero detener en eso, pero sentí pena, mucha pena. Tuve que empezar a reconstruirme como persona desde las sensaciones más elementales, como recuperar el olfato, aprender a sentir las flores hasta rescatar los afectos y la capacidad intelectual. Aunque igual quedan huellas para siempre".

Carlos Montes está convencido de que el informe sobre la tortura ayudará a sanear a la sociedad chilena: "Que estas cosas salgan, que la sociedad se enfrente a su propia historia después de 15 años de democracia, indica que no es llegar y taparlo. Chile lo ha procesado y es bueno capitalizarlo cultural y valóricamente para que estas cosas no vuelvan a ocurrir y que los que fueron responsables asuman su responsabilidad".

Dice que ha sentido mucha rabia contra Pinochet y su régimen, pero nunca, asegura, un odio personalizado.

El diputado valora el gesto del general Cheyre de reconocer que su institución se salió del carril durante un período de la historia, pero dice que hace falta más. "Que las otras ramas digan lo mismo; que el Poder Judicial se pronuncie, y que los civiles de la derecha, y especialmente la UDI, lean este informe y vuelvan a leer el de los desaparecidos, que se salgan del cálculo político y lo miren y reflexionen en profundidad, desde su visión de la sociedad. A lo mejor es mucho pedir para algunos".

El diputado espera también que las reparaciones sean materiales además de simbólicas. "Hay que pensar con más creatividad, no sólo en soluciones individuales. Muchas familias requieren una atención institucional, que las víctimas puedan contar con un espacio para encontrarse, estudiar y tener atención médica. Esa solución debería acordarse con las propias víctimas".

La reflexión lo entusiasma, la fuerte tensión del comienzo ha ido desapareciendo a medida que su relato sale de la intimidad dolorosa de los recuerdos. Reaparece de nuevo el Carlos Montes de siempre con su palabra fluida: "Nunca he sentido una amargura como lo central de esta experiencia. Tengo energía, soy positivo y entiendo que lo que me pasó era parte de una historia que jamás debe volver a repetirse", dice sonriendo, por primera vez. 

Fuentes de Informacion:  El Mercurio (20 de Noviembre 2004)

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