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Recuerdos Explosivos. La Callejas Responde a Contreras.

El Mercurio – 2/1/00


El ex jefe de la Dina la acusó de apretar el botón de la bomba que mató al general Prats. La reactualización del caso sorprendió a Mariana Callejas como allegada en una pieza del patio trasero de la casa de sus hermanos mayores, criando, "como abuela chocha", al menor de sus siete nietos.


Por Mauricio Carvallo

EN su prisión de Punta de Peuco Manuel Contreras Sepúlveda no dudó en culpar a una mujer de uno de los crímenes más espeluznantes de la historia chilena.

"Mariana Callejas fue quien apretó el botón del control remoto que detonó la bomba o artefacto explosivo que destruyó el auto del general Carlos Prats", aseguró a otra mujer, la jueza argentina María Servini de Cubría, respondiendo a sus numerosas consultas sobre el atentado ocurrido hace 25 años en Buenos Aires.

El extenso tiempo transcurrido sin culpables quedó en evidencia cuando el fiscal que acompañaba a la jueza recordó que apenas tenía nueve años cuando se produjo la muerte del ex Comandante en Jefe del Ejército y de su esposa, Sofía Cuthbert, ese 30 de septiembre de 1974 en el elegante barrio Palermo.

La magistrada rechazó la prescripción del caso aduciendo crímenes de lesa humanidad. Y tras 10 años de pesquisas en América Latina, EE.UU. y Europa y enarbolando un permiso especial de la Corte Suprema chilena, les hizo a ambos ex uniformados - en forma separada y a través de un juez local- 68 preguntas en nueve horas, las que contestaron todas.

Pero aunque las pistas más serias habían conducido hasta sus celdas, el ex jefe de la Dina y su ex lugarteniente, el brigadier (r) Pedro Espinoza, aprovecharon la única ocasión judicial de que han dispuesto en este caso para culpar a una escritora menuda y misteriosa, que en la década del 60, a pesar de ser mucho mayor y encontrarse divorciada y con tres hijos, se casó con un casi adolescente Michael Townely, con quien tuvo otros dos niños.

A pesar de que las condenas por el caso Letelier aparecen como la mejor demostración de que la justicia chilena no creyó en la intervención criminal de la CIA, repitieron este antiguo argumento. Así, Contreras aseguró que el asesinato del general Prats fue planificado por ese organismo "y llevada a cabo por el agente de la CIA Michael Townley y su mujer, Mariana Callejas, en concomitancia con individuos de los grupos Milicias y Triple A de Argentina".

Por su parte, Espinoza explicó que quien podía tener conocimiento del caso era el general Odlanier Mena (sucesor de Contreras en la CNI, organismo que reemplazó a la Dina), porque éste le reveló que la Callejas entregó a la inteligencia argentina una carta con los antecedentes.

Incluso, la magistrada trasandina tiene acreditado que Townley entró a Buenos Aires en la fecha del atentado con el nombre de Kenneth Enyart y que su esposa lo acompañó con la chapa de Ana Luisa Pizarro.

Testamento de Townley

La reactualización del caso Prats sorprendió a Mariana Callejas como allegada en una pieza del patio trasero de la casa de sus hermanos mayores, criando "como abuela chocha" al menor de sus siete nietos.

Ya no la conocen en la calle. "Estoy tan vieja", se queja. Sus hijos mayores cumplieron 36 y 32 años, y seis el mayor de sus nietos.

Como "esto parece de nunca acabar", quiere terminar con el tema para evitar que éstos se enteren de las andanzas de sus abuelos. Por eso, éstos desistieron de la idea de la realización de una película sobre el caso Letelier propuesta por HBO, en que el fiscal Eugene Propper iba a ser el héroe. "Yo iba a actuar como... lo que fui".

Además, la Callejas no quiere contestar porque lo que diga Contreras "me tiene sin cuidado. Es su venganza por lo que declaré en el caso Letelier. Está buscando cómo sacarle el cuerpo al bulto. Me tiene cansada que cada cierto tiempo aparezca un tema como éste".

Espinoza podía haber salido en libertad al cumplir la mayor parte de su pena este mes de enero y Contreras un poco después. Están obligados a culpar a la Callejas y a Townley porque esta causa pendiente puede afectarles en sus esperanzas de abandonar pronto la cárcel, ya que una decidida jueza Servini (que ya encarceló al almirante Emilio Massera) podría dictarles un auto de procesamiento.

La Callejas recuerda la carta citada por Espinoza como una especie de testamento que dejó Townley. "Pero no decía nada explícito sobre Prats. Era un papel con el cual quería evitar su extradición el 78 y que yo repartí por todos lados. Decía algo así: 'Conozco quién ordenó el asesinato de Prats; sé del intento de asesinato de Leighton; sé de los 119 desaparecidos en Argentina', en fin. A veces fue un poco exagerado porque mencionaba cosas de las que no sabía tanto".

Por ahí andan todavía esos documentos, dice. Recuerda haber entregado uno al fiscal de EE.UU. Así cumplió lo que le dijo a Mena: que todo se revelaría si Townley fuese extraditado.

Su persona, que ahora evita mostrar, es como un recuerdo angustioso del pasado que intenta superar Chile.

"¡Qué mejor para mí que se diga que nunca estuvimos en la Dina! Estaría feliz, pero desgraciadamente está bien detallado en la investigación del caso Letelier cómo conocimos a Contreras y Espinoza; cómo se compró la casa de Lo Curro; cómo comenzamos a funcionar allí. Eso comprueba que pertenecimos a la Dina. ¿Por qué le iba a interesar a la CIA la muerte de Prats?".

Un análisis desapasionado del resentimiento de Contreras y Espinoza contra la ex agente debe considerar que como intelectual mayor que su marido y con gran ascendencia sobre él, lo instó a negociar su salvación confesando que por orden de ellos puso la bomba a Letelier.

Incluso recién, en noviembre de 1999, el agente que saltó a los medios de comunicación como "el ángel de la muerte", certificó en Washington a la jueza Servini de Cubría la participación de los mismos actores en el crimen de Prats. El Estado trasandino le garantizó que su testimonio no sería usado en su contra ni el de su ex esposa, pero no les concedió inmunidad.

"Yo no sé cuáles fueron sus declaraciones", se excusa Callejas, "pero parece que todo lo que sucede se basa en su declaración".

Sus recuerdos contradicen radicalmente la aseveración judicial de Contreras en el sentido de que "jamás" la conoció, ya que, según él, no fue informante ni agente y que sólo desde fines del 74 Towney fue proveedor de elementos electrónicos para la Dina.

La ex agente asegura que "encuentro esto divertido, un chiste, pero viniendo de él no me parece raro. ¡Fue un par de veces a almorzar con Michael a mi casa! La otra vez que lo vi fue cuando tratábamos de que no lo extraditaran".

La casa grande

A solicitud de Townley, se divorciaron cuando después de acogerse al programa de protección de testigos, éste rehizo su vida sentimental en EE.UU. y encontró un buen trabajo.

Fue el signo de que para ella se acababan los tiempos de bonanza en los que, con la ayuda de Contreras, compró en Lo Curro una casa que fue otro testimonio de que desde el año 74 (el del homicidio de Prats) su entonces esposo tuvo estrecho contacto con él.

De tres niveles, 580 metros construidos y otros cinco mil de frutales y piscina, en ese lugar la Callejas tuvo mozo, cocinera y jardinero pagados por la Dina.

Entre sus misiones criminales en el exterior, Townley realizó en ese sitio experimentos de espionaje electrónico, fabricó carnets de identidad falsos de los 119 desaparecidos, se dejó gente detenida, Eugenio Berríos (muerto en Uruguay) fabricó el gas sarín y Carmelo Soria fue torturado hasta morir.

Se alojaron allí los cabecillas cubanos que atentaron contra Letelier y en ese estrecho círculo ella dice haber conocido al general (r) Raúl Iturriaga y al civil Enrique Arancibia Clavel, el primero inculpado, y el segundo detenido en Argentina por el caso Prats.

En esa casa, en fin, cuando terminó la Dina se quemaron decenas de cajas con documentos, hecho que ha impedido establecer el destino de detenidos desaparecidos.

Y al mismo tiempo, en otro piso, en insólito contrasentido, la Callejas dejaba un rato a sus niños y daba rienda suelta a sus sensibilidades intelectuales desarrollando talleres literarios y ensayos de música, con invitados que para éstos es mejor no mencionar.

Habitó dos décadas esa casa hoy demolida. Se queja de pobreza porque vivía de ella, arrendando tres departamentos. Y aunque prosigue el juicio respectivo, la expulsaron judicialmente el 95. Asegura que fue una usurpación porque durante un viaje suyo a Nueva York el ex propietario que la vendió a Townley la volvió a vender a otra persona porque ella le confió ingenuamente a un arrendatario que no figuraba a su nombre.

Pero no le ha pasado nada en lo físico ni en lo judicial. Dice deber su vida al general (r) Mena, quien los hizo vigilar para evitar que sufrieran atentados.

Hace años que no habla con un juez, aunque en sus dos años y medio en la Dina acompañó a Townley en diversos viajes al exterior, testificó contra sus antiguos jefes ante el Gran Jurado de EE.UU. (donde declaró que la orden de matar a Letelier provino de Contreras, "o de su superior directo") y proporcionó abundantes documentos y testimonios a los tribunales.

Sólo está pendiente una solicitud de imputación penal tramitada por la Servini, pero ella y el mayor (r) Armando Fernández Larios (que actuó en el atentado a Letelier y está inculpado por el de Prats) son los únicos que no han solicitado la prescripción de la acción penal.

En Buenos Aires

En su pequeño libro de memorias "Siembra Vientos", publicado en 1995 por el Cesoc y que pasó prácticamente inadvertido (debido al "stock" su precio cayó a mil pesos), la ex agente se salta completamente el asesinato de Prats, a pesar de que ya en 1978 reconoció a un medio de prensa chileno que viajó con Townley a Buenos Aires en septiembre del 74.

Confiesa allí que hace 22 años mintió mucho por orden de la Dina y por recomendación de su abogado. Este último les dijo que mintieran públicamente porque, al hacerse conocidos, evitarían que los hicieran desaparecer.

Como Townley se ocultó, ella hizo el fuerte de las declaraciones.

Ahora asegura que dejó de mentir. Aunque lo demás queda a la imaginación sólo reconoce que "estuve un montón de veces en Argentina. Pero mientras Michael iba a sus tiendas electrónicas para hacer sus compras, yo me iba a ver libros... Me acuerdo vagamente... Me acuerdo haber despertado en Santiago, que me trajeran el diario y haber leído la noticia de la muerte de Prats en la cama. Eso me dice que ese día no estaba allá..."

Pero reconoce que estuvo en Buenos Aires "cerca" de la fecha del homicidio. Y, sin embargo, al preguntársele quiénes entonces apretaron el botón respondió: "Si aunque los argentinos no supieran qué clase de bomba era, apretar un botón es una cosa muy nimia. ¿Iba a faltar alguien que apretara un botón?".

Y sobre quién preparó la bomba, entonces:

- Supongo que la preparó Michael..., por lo que dice la jueza.

Ella no lo refuta: Townley dejó preparada la bomba y se fue del lugar del crimen, a Uruguay. Un método muy parecido al de la eliminación de Letelier.

"Pero la verdad es que no tengo idea de qué pasó", asegura Callejas, "ya que lo único que hice fue acompañar a Michael".

Dice no explicarse la presencia en el juicio argentino de Fernández Larios, "a quien no conocí en esa época, pero sí para fines del 74". Es el mismo mayor (r) de Ejército inculpado en el caso de la "Caravana de la Muerte" y que vive en Miami.

Los papeles desclasificados de la CIA señalan que el general (r) Sergio Arellano, también inculpado por la "Caravana" (como Espinoza) viajó en octubre del 73 a Argentina para solicitar información sobre las actividades de Prats. Debido a ello, la familia de éste pidió investigar este posible hecho.

Mariana Callejas insiste al respecto que "de esas fechas ya no me acuerdo. Por lo tanto, me atengo a lo que diga Policía Internacional. Pero no había militares chilenos en Argentina... en realidad, no vi chilenos en Argentina".

La hora del dolor

En "Siembra Vientos" (que terminó justo cuando la Corte Suprema condenó a Contreras y Espinoza) observaba sin sorpresas cómo cambiaba su país. Cómo sus amigos que en la década del 70 fueron firmes partidarios del gobierno militar, se convertían en socialistas o democratas- cristianos.

Pero también reconoce haber cambiado.

Asegura haber aprendido que la clase trabajadora no guarda rencores porque lo probó en reuniones con pobladores. Que junto a comunistas y socialistas participó en las protestas del "No". Reconoce que le gustaría un gobierno de Lagos.

En las líneas finales del libro hace una reflexión que parece actual: "Más allá de la condena de Contreras y Espinoza, el país sabe que son culpables y que para ellos no habrá paz, como no la ha habido para todos aquellos, sus discípulos y servidores, que han vivido escondidos, que callan, que no quieren ser reconocidos, que temen, que han sido condenados por sus propias conciencias".

Y agrega, ahora: "La verdad es que no les tengo mala. Me imagino que los compadres actuaron por órdenes superiores. Yo sé que el caballero que se encuentra en Londres estaba en todo. Pero es atroz que haya habido tantos que se escudaran tras otras personas para rehuir sus propias responsabilidades. Tiran al más chico. Fernández Larios en la época de la Caravana de la Muerte apenas tenía 23 años, por lo cual no podía haber rechazado órdenes superiores. Y tantos años después la gente cambia. Hay que darles el derecho de cambiar".

- ¿Y usted ha cambiado?

- No me gustaba la Unidad Popular y el golpe militar lo deseé tanto como cualquier persona que estuviera en el bando contrario. Pero nunca me imaginé lo que podía pasar. Y con el tiempo uno va dándose cuenta de los verdaderos valores de la vida. Lamento mucho no haber podido surgir como escritora. Porque creo en mí. Creo que los libros muestran más claramente al individuo que lo que éste puede decir por sí mismo. Si volvieran a suceder las cosas tal cual no sé si desearía un golpe militar. Sé que cometí errores, pero no soy la única. Hay gente que erró peor que yo, y todavía no ha recibido el castigo que sí yo he recibido.

Quizás lo que más le duele es que su vida haya sido un obstáculo para su carrera.

"Tengo libros en editoriales, que a pesar de los contratos firmados, no me los quieren publicar. Mi castigo ha sido el silencio en lo que me interesaba más. En la pérdida de todo. Porque yo a Michael lo quería. Y me duele haberlo perdido. La pérdida de mi familia. De mi casa y de todos los enseres domésticos que se fueron con ella, ya que me fueron robados cuando me sacaron con la fuerza pública y no tuve dónde llevarlos. Y de repente me encontré con las manos vacías. Perdí muchos de mis cuentos, mis escritos, mis cartas. Aparte de lo indigno del asunto, porque había mucha televisión y estaba lloviendo a cántaros y se me mojó absolutamente todo. Tuve que abandonar a mi perro, lo cual fue terriblemente doloroso. Me quedé sin casa, sin poder recibir a mis amigos y con eso se fueron retirando.

Sigue escribiendo, sin embargo. Y recordando. Porque la conciencia no se puede sepultar.




 

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