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[ PARROQUIA DE LOS CAPUCHINOS ] TRECE DE DICIEMBRE ] LA BUSQUEDA ]

PARROQUIA DE LOS CAPUCHINOS

Un refugio para el Bauchi

Eran los primeros días de diciembre de 1973 en Santiago; la ciudad parecía más gris que de costumbre. Los clásicos edificios que dominan el barrio cívico, interrumpidos por la Alameda de las Delicias, ancha avenida que divide la ciudad en norte y sur, aún tenían las señas vivas de los enfrentamientos ocurridos el día 11 de septiembre y de los posteriores baleos que los militares hacían durante las noches para mantener la sensación de incertidumbre en la población. En la casa de La Moneda aún humeaban los olores malsanos de la tragedia que se había esparcido la mañana húmeda del golpe de estado.

James circulaba en su Citroneta por la Gran Avenida con destino al sur y llevaba sus sentidos puestos en todo lo que se movía a su alrededor. Era curioso aprender a vivir de esa manera, casi como un animal acorralado, pero nada era normal en el país ocupado por las fuerzas militares, todo había cambiado. Sus propios padres se habían convertido en fuente de desconfianzas; ellos participaban de la algarabía de los ganadores y se regocijaban de la presencia de militares en las calles, que cada cierto número de cuadras se parapetaban tras trincheras hechas con sacos de arena donde instalaban sendas ametralladoras punto 30 para hacer controles rigurosos a todos los civiles.

Era tiempo de deshacerse del viejo vehículo al que le había tomado aprecio, pensaba, sin desviar su atención en lo que sucedía en torno suyo; el viejo vehículo se había hecho parte de él, estaba a su nombre y lo había sacado de apuros en momentos difíciles. Desde el Golpe de Estado no había parado de recorrer las calles de Santiago en ella, pero ya tenía conciencia que la Citroneta estaba "quemada" y tenía que buscar otro vehículo para cumplir la tarea de trasladar al Bauchi a su nuevo lugar de residencia.

James miró una vez más por el retrovisor para asegurarse que no era seguido. Luego comenzó a frenar y se detuvo cerca de una placita; dio una mirada rápida a su alrededor. Todo estaba bien. Bajó, cerró la Citroneta y se encaminó hacia el lugar del "punto" con la enlace de un miembro de la Comisión Política del MIR[1].

Ambos habían llegado al lugar a la misma hora. Parecía un encuentro casual entre amigos.

Después de la entrega de los informes y mensajes, James, miró la hora y preguntó al mismo tiempo:

—¿Andas en auto?.

—Si, respondió la enlace y rápidamente le preguntó:

—¿Por qué, lo necesitas?.

Ambos sabían que no debían transgredir las normas de compartimentación y que el conocer el vehículo en que otro militante con responsabilidades se transportaba, podía ser una pista para los aparatos de seguridad de la dictadura en caso de ser detenido, poniendo en riesgo a otros militantes o dirigentes y con ello la organización del partido. Pero los recursos eran escasos para los altos costos que significaba vivir clandestinamente y la solidaridad en momentos difíciles era la única forma de salvar el trabajo político. Eso pesó en la decisión que tomaron los dos militantes en ese momento.

— Estamos en problemas amiga, respondió James. El Bauchi está en un lugar muy malo. La casa está muy quemada porque quienes viven ahí son ex militantes de izquierda y en cualquier momento pueden llegar a allanarla, además, todos los de la casa están muy nerviosos y eso puede aumentar los riesgos. Tampoco tiene condiciones de seguridad la ubicación y todavía no tenemos lista la nueva fachada. Mira tengo que cambiar temporalmente al Bauchi, pero mi auto está quemado y no resiste una escapada en caso de ser necesario, tu sabes, ando en la misma “Citro vieja”.

La enlace se sobresaltó, ¿cómo era posible que no tuvieran un auto mejor, si esa citroneta apenas caminaba? No lo pensó dos veces, el Bauchi era un hombre importante en la dirección del MIR y en la reconstrucción de la resistencia a la dictadura, pero por sobre eso era un amigo.

—Y ¿cuándo lo tienes que trasladar?

—Al tiro

— Toma mis llaves y los papeles, mi auto está completamente limpio, le respondió.

Luego le indicó donde se encontraba estacionada, el modelo y color del auto, y de paso, les ofreció su casa por unos días hasta que superaran la situación, si es que era necesario.

—No es necesario, dijo James, ya encontré un lugar transitorio, pero, seguro para el Bauchi mientras le consigo una casa para que se instale de manera definitiva y ya estamos en eso, es cosa de días.

Cogió las llaves del Fíat 125 y se fue al encuentro del Bauchi a pocas cuadras del lugar del “punto”, donde temporalmente lo había escondido un periodista amigo. Previamente los dos militantes habían fijado el lugar para un nuevo “punto” donde James le entregaría el auto.

Sentada en un banco en la placita donde James había dejado su citroneta, antes de comenzar a caminar hacia el nuevo punto de encuentro para recoger su auto, se quedó la enlace. Pensaba que afortunadamente tenían un lugar seguro y James no había aceptado su ofrecimiento, que era otra transgresión a las estrictas normas de seguridad, por el altísimo riesgo que significaba para la organización del partido que dos dirigentes vivieran en una misma casa. Mientras miraba como las hojas de los árboles dejaban pasar los cálidos rayos del sol primaveral, trató de remontarse a otras épocas, pero inevitablemente se le vinieron las imágenes más actuales.

Por algunos minutos recordó la última vez que vio al Bauchi. Ella manejaba el auto donde iban los hombres más buscados por la dictadura: Bautista Van Schouwen, Miguel Enríquez y Nelson Gutiérrez. Circularon por Santiago durante horas, se trataba de una reunión de la Comisión Política del MIR para discutir el documento oficial de ese partido sobre el golpe de estado y su nuevo accionar para el período que vivía el país. El documento que habían discutido arduamente en las largas horas de circulación por diferentes partes de Santiago, eludiendo los controles militares que se extendían por toda la ciudad, se llamó “La táctica del MIR en el actual período”[2]. En el se analizaban los tres años del gobierno de la Unidad Popular y los errores cometidos -a juicio del MIR- en el período que había terminado el 11 de septiembre con el golpe de estado y la muerte de Salvador Allende. En el documento también se entregaba una síntesis sobre la táctica de masas del MIR para el nuevo período, que comenzaba con el golpe de estado, y sobre la búsqueda de alianzas con otros sectores políticos democráticos para superar, lo que a juicio de Miguel Enríquez, era “la dictadura gorila” haciendo semejanza con otras dictaduras de América Latina que se alternaban el poder con gobiernos democráticos.

Recordaba las largas discusiones de Miguel con el Bauchi, sobre los aspectos de la derrota del gobierno popular de Salvador Allende. Ambos tenían una relación de afecto y admiración reciproca a pesar de las diferencias de carácter entre ambos dirigentes. Mientras Miguel era apasionado hasta la exaltación en las discusiones, Bauchi era sereno calmado, no por eso era débil en los planteamientos, tenía enorme paciencia cuando se discutían temas complicados y buscaba los puntos en común para llegar a acuerdos.

Refugio en la parroquia

El Fíat 125 circulaba rápido hacia el norte por las calles cercanas a la Gran Avenida con destino al centro. Los ocupantes eran dos jóvenes con buena apariencia y semblante despreocupado. James manejaba atento y daba la información que había recibido de su enlace. Bautista escuchaba y controlaba los autos que pasaban por su lado. Era la rutina de chequeo. Esta consistía en observar detenidamente a los otros automovilistas, que iban en su mismo sentido o en sentido contrario, para constatar que no eran seguidos por agentes de civil del nuevo régimen. En caso que vieran un auto sospechoso, con cabeza fría se memorizaban los números de las patentes de los vehículos y se buscaba alguna calle lateral segura con menos tráfico a modo de verificar si el vehículo sospechoso alteraba su ruta.

James había comenzado a trabajar de ayudante de Bauchi un poco antes del 29 de junio, fecha del levantamiento del Regimiento blindado Nº2 conocido como “El Tancazo”. En esa época la dirección del MIR había tomado la decisión de que cada miembro de la Comisión Política tuviera un secretario. Estos secretarios fueron elegidos entre militantes altamente confiables por su experiencia y solidez política pero además debían tener un buen nivel de instrucción de defensa personal. Las funciones que debían realizar estos secretarios eran variadas: de enlace con las bases y con otros dirigentes, ayudante, chofer y eventualmente guardaespaldas. A partir de entonces Bauchi había compartido las tareas partidarias con James. [3]

Eran cerca de las 6 de la tarde cuando los dos hombres jóvenes ingresaron a la Parroquia de los Capuchinos, ubicada en Catedral Nº 2345 junto al convento de la misma Congregación. Parecían ser de buena familia por su ropa y su estatura, advertiría después la Señora Isabel Ossa, testigo de la llegada de Bautista Van Shouwen y Patricio Munita.

James se adelantó a preguntar a una mujer que estaba en una oficina por el sacerdote Enrique White. Bautista se quedó en la semipenumbra de la entrada mirando su entorno y tratando de adivinar como sería vivir temporalmente en ese lugar. Deseaba estar pronto en un lugar propio, seguro, donde pudiera vivir con su esposa, Astrid, a quién amaba y admiraba profundamente por su actitud valiente al asumir los rigores de la clandestinidad sin una queja. Ambos habían conversado sobre los nuevos roles que les tocaba vivir y como la armoniosa cotidianeidad de su vida en pareja se había destruido desde el golpe de estado. Sólo habían tenido encuentros furtivos en distintos lugares de la ciudad, que cada vez que concluían quedaba la incertidumbre si habría otro encuentro.

El Sacerdote Enrique White Marcelain pertenecía a la Congregación Capuchina y en ese momento ejercía el cargo de Párroco de la iglesia de Los Capuchinos. Desde el mismo día del golpe de estado se había dedicado a dar protección a los perseguidos por la dictadura militar. Ese día, mientras escuchaba los bandos militares que salían al aire por las radios comprometidas con los golpistas y La Moneda era cercada para luego ser bombardeada, escuchó unos golpes en la puerta. Era un grupo de profesores de provincias que se encontraban en un congreso en la Casa del Maestro, que queda a escasas cuadras del lugar. Al enterarse de lo que estaba pasando habían corrido hasta la parroquia en busca de protección mientras se calmara la situación y pudieran viajar hasta sus lugares de residencia. El padre White, a pesar de que no eran tiempos fáciles y la parroquia carecía de recursos, les dio refugio y los ayudó a comunicarse con sus familiares.

Veinte años después la, Sra. Isabel Ossa[4], quién era una feligresa amiga y colaboradora del Padre White y de su obra, vuelve al pasado y escarba entre sus recuerdos los momentos vividos después del 11 de septiembre en la parroquia de Los capuchinos:

“—Yo siempre trabajé en la parroquia y esto -refiriéndose a la detención del padre White- no fue causa para que yo me alejara de la parroquia o cosa por el estilo, Incluso la parroquia prestó ayuda a mucha gente para el golpe de estado. El día del golpe de estado estaban en un seminario en la casa del profesor ellos salieron arrancando, porque eso era como la moneda chica, y llegaron a pedir ayuda a la parroquia. Mucha gente se asiló en la parroquia.

“A partir de ese momento comenzamos, algunas personas, a colaborar llevando cosas para comer, porque una cosa era que tuvieran cosas para comer los de la parroquia y otra era que tuvieran para darle a la gente que llegó. Nosotros llevamos frazadas, café azúcar. Esos primeros días no había ni siquiera teléfonos y la mayoría venía de afuera de Santiago, era de provincia y no tenía como comunicarse con su familia.

“Me acuerdo que en un bando de la junta decía “que la gente que tenía armas y que no las tenía inscritas se podían dejar en las iglesias”. Incluso el padre Enrique llegó a la casa con un paquete. Yo le pregunté que era eso y el nos comentó, a mi marido y a mi: que era algo que le habían dejado en la puerta. Le dijimos “padre no lo abra, hay que llamar a alguien para que vea lo que es”.

“Efectivamente se trataba de una bomba.

“Bueno eso se lo criticaba la gente -al padre White-. Qué cómo era posible que se amparara a los comunistas que nos querían degollar a todos...y todo lo que se dijo en el país en ese momento y que algunos siguen sosteniendo, porque aún en Chile hay gente que sostiene que debió ser así.”

Por eso cuando el párroco recibió la llamada de su antigua alumna de Los Angeles, Ana María Moreira, solicitándole ayuda para unos amigos que tenían problemas, aceptó protegerlos sin preguntar quienes eran. Quizás jamás se imaginó que entre sus dos nuevos huéspedes estaba uno de los personajes más buscados del país y que ese hecho haría que su vida y la de muchos cambiara para siempre.

Ana María Moreira, es una mujer de mediana edad, facciones finas y unos bellos ojos celestes. Su timbre de voz es suave y relata sin aparente trauma lo que le tocó vivir el año 1973 cuando fue detenida por la DINA junto a su amiga Gabriela Rozas y conducida hasta la casa de torturas de Londres 38, luego a Tejas Verdes y finalmente a la cárcel de mujeres “El Buen Pastor”: Esa sería su primera experiencia con la DINA; luego en enero de 1975 volvería a ser detenida y llevada a Villa Grimaldi, Cuatro Alamos, Tres Alamos y el campo de concentración de detenidas de Pirque recuperando su libertad en noviembre de 1976.

Al mirar el rostro sereno de Ana María, bien se podría decir que las heridas de lo vivido y sufrido están cerradas, pero a medida que corre el relato de sus recuerdos la fuerza de la voz va decayendo, delatando así el intenso quiebre que ha marcado su vida en un antes y un después, dejando al descubierto que sus dolores no los ha borrado el tiempo. Resulta irónico constatar que quienes se apropiaron de la historia han logrado cambiar la imagen de los colaboradores con la represión y la dictadura haciéndolos aparecer socialmente como personajes respetables en un proceso de amnesia colectiva apoyada por diversos sectores políticos que hoy comparten la mesa del poder. Sin embargo muchos chilenos, como Ana María, que entregaron lo mejor de sí en aras de un proyecto de sociedad más justa, deben esconder muchas veces su pasado.

Es la tragedia de una generación que resistió a la ignominia de una dictadura que se inició violando los derechos fundamentales del hombre, asesinando al Presidente Salvador Allende, quien había sido elegido por la mayoría de los chilenos y ratificado por el Parlamento elegido democráticamente. En esa época, Ana María era militante del FER -Frente de Estudiantes Revolucionarios- en el Pedagógico, amiga y compañera de facultad de Gabriela Rozas, novia de Patricio Munita. Así recuerda su relación de amistad con Patricio Munita y las razones que la llevaron a solicitar ayuda al padre Enrique White.

“—Yo conocía a James porque era novio de Gabriela, una compañera y amiga de Facultad, además yo era militante del MIR.

“Después del golpe de estado iba frecuentemente a mi departamento, a veces se quedaba allí con mi amiga, otras veces se quedaba en su casa, me refiero a su casa paterna. James no tenía un lugar especial para resguardar su seguridad, me refiero a casa de seguridad. Es más, él muchas veces se quedaba en su casa, que después me enteré que era muy cerca de mi departamento; es por eso que muchas veces se iba cerca de la hora del toque de queda.

“La verdad es que yo tengo la sensación que no teníamos muy claro lo que era una dictadura militar. No sabíamos qué era un régimen represivo de esa envergadura.

“Cuando Patricio me pidió que si podía ubicar un lugar para esconder a una persona, jamás me imaginé que fuera Bauchi, él no me lo dijo y yo tampoco pregunté. Era la forma de protegernos en ese momento. Saber lo mínimo posible.

“Fue así que yo me recordé del padre White. El había sido profesor mío en Los Angeles. Lo contacté para pedir su ayuda. Le dije que si podía tener en su parroquia a una persona que estaba siendo perseguida, que necesitaba un asilo transitorio, que era sólo por unos días.

“Jamás hablamos de quién se trataba, yo no sabía. Así fue que el padre White dio albergue a Patricio y Bautista.” [5]

La mujer que hacia de secretaria miró atentamente a James y le preguntó para qué necesitaba al padre White. La respuesta fue escueta: es un asunto personal. Salió de su oficina y se dirigió hasta donde se encontraban reunidos el padre White y la Sra. Isabel Ossa. Interrumpió la reunión y dijo: Padre Enrique lo buscan unas personas.

Ambos estaban concentrados revisando las cuentas de la parroquia, al escuchar la voz de la secretaria el sacerdote giró la vista hasta la tenerla frente a sus ojos y serenamente preguntó: ¿Quienes son?. La secretaria no supo darle respuesta. No se extrañó el sacerdote que lo buscaran dos desconocidos, al parecer lo esperaba, y había visto a través de los vidrios de la puerta la entrada de los dos jóvenes. El padre White, entonces, le preguntó a doña Isabel Ossa si eran personas conocidas. Ella observó y vio que se trataba de dos hombres bien vestidos uno mayor y otro muy joven. Respondió que no los conocía. Era la confirmación del sacerdote que efectivamente eran las personas que esperaba.

El padre White se levanto de la silla, se encaminó hasta la puerta y los hizo pasar a un pequeño salón desde donde la señora Isabel Ossa pudo verlos conversar.

Los jóvenes entraron, saludaron al sacerdote y se presentaron con sus verdaderos nombres. Conversaron con el padre Enrique durante quince minutos aproximadamente.

Así recuerda Isabel Ossa[6]:

“—Estaba un día en la parroquia. Yo trabajaba con el padre Enrique White quién era párroco en ese entonces, y veo entrar a dos personas; una más madura y un muchacho muy joven. No teníamos idea quienes eran, porque nosotros estábamos en una reunión especifica de la parroquia, viendo cómo estaban las platas que llegaban a la parroquia, los aportes que hacían las distintas personas.

“En esa situación estábamos cuando dijeron que al padre White lo buscaban. Esto fue cuando llegaron estas personas que le mencioné -Bautista Van Schouwen y Patricio Munita-. Nosotros no sabíamos quienes eran, después el padre Enrique me contó a mí quienes eran.”

Bautista Van Schouwen Vasey, el Bauchi para sus amigos de Concepción, tenía 31 años, era Médico Cirujano, fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, y miembro de su Comisión Política. En el Bando militar Nº 10[7] firmado por la Junta de Gobierno de las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile el mismo día 11 de septiembre, su nombre aparecía publicado en la lista de 95 chilenos que eran buscados por las nuevas autoridades y a quienes se les conminaba a presentarse voluntariamente a las 16:30 de ese día. El Bando advertía que de no cumplirse con la presentación significaba -a quienes aparecían llamados en el Bando- que se ponían “al margen de lo dispuesto por la Junta de Comandantes en Jefe con las consecuencias fáciles de prever”[8]. A partir de ese día, su foto y datos personales estaban en todas las comisarías y puestos militares del país. El día 28 de septiembre de ese mismo año el diario El Mercurio publicó su nombre en una lista de personas buscadas, por las que se ofrecía una recompensa de Eº 500.000 a quién diera alguna información de utilidad para su captura.

Patricio Munita Castillo, tenía 23 años, era conocido por sus amigos cómo “James” por su parecido con el artista de cine de los años cincuenta James Dean. Estudiaba Derecho en la Universidad de Chile, militaba en el MIR y su nombre no aparecía en ninguna lista de personas requeridas por los militares. Patricio Munita había llegado a militar al MIR a través de Andrés Pascal a quién conocía por su vinculación a comunidades de base de la iglesia Católica y a amistades comunes.

Después de las presentaciones y de saber quién era realmente uno de sus protegidos, el padre White, exigió a Van Shouwen y a Munita no portar armas en la iglesia y ceñirse a las rígidas reglas de convivencia de la parroquia y del convento que quedaba en las mismas instalaciones, sólo de esa manera podía recibirlos.

Para el Bauchi no había más alternativa por lo que aceptó las condiciones del sacerdote, además era por unos pocos días, y pensó que era una norma básica de la clandestinidad no portar armas por los constantes registros que se hacían a diario en todo Santiago.[9]

En esas condiciones llegó Bautista Van Schouwen a la parroquia de Los Capuchinos a principios de diciembre de 1973: Indefenso, sin armas y dispuesto a someterse a las reglas que le impusiera su protector. Consultada la Sra. Isabel Ossa si a esas dos personas las habría relacionado con terroristas o delincuentes, como solía calificárseles a los opositores a la dictadura, responde:

“—No para nada. Ellos se veían dos personas buenas. No conversaban mucho, pero a pesar de saber que eran buscados, yo los veía como dos personas mas bien preocupadas por su situación que gente con deseos de matar o algo así. Yo creo que ellos estaban mas acorralados que en posición de atentar contra la dictadura.”[10]

Problemas en la parroquia de los capuchinos

El golpe de Estado no sólo había terminado con la democracia política chilena, también había desatado las peores pasiones entre opositores en la sociedad. Las enormes diferencias políticas que tenían un cause de expresión en democracia se habían transformado en odios irreconciliables y los ganadores sentían que había llegado la hora de la revancha, que en esos momentos se pagaba con detenciones, torturas y fusilamientos sumarios; sin derecho alguno a la defensa. La dictadura exaltaba a través de sus Bandos Militares los contravalores como la xenofobia, el odio a ciertas ideas y la delación. Las comunidades religiosas no quedaron al margen de estos nueva forma de sobrevivir.

Así describe monseñor Ariztía[11] lo que sucedió en la Iglesia Católica chilena después del golpe de estado.

“—La Iglesia Católica está compuesta por hombres y muchas veces los hombres son débiles a las pasiones, muchas veces, y eso pasó después del golpe de estado donde la iglesia también se dividió como la sociedad chilena. Algunos tomamos la tarea de ayudar a los que se encontraban indefensos, pero también hubo sectores de la iglesia que miraron para otro lado y otros que apoyaron abiertamente lo que sucedía. Hay que recordar que para muchos chilenos la muerte de los opositores al régimen militar les parecía que era merecida y la frase “algo habrá hecho” define muy bien el beneplácito que sentían sectores de la población por las muertes y hechos terribles que ocurrían”[12]

El Padre Enrique White tenía claro el cambio violento que había producido el golpe de estado en las personas y sabía los problemas que podía traerle la estadía de un militante de izquierda que era buscado por las nuevas autoridades en su parroquia. Por esa razón había elaborado una excusa para que los doce religiosos que se encontraban en el convento, que quedaba junto a la parroquia, no hicieran preguntas incomodas sobre las visitas, no cuestionaran su decisión y no fueran implicados en los riesgos que él asumía. Sabía que debía evitar la resistencia que naturalmente podía producirse al interior de su comunidad. La escusa para darle la estadía a los jóvenes en la parroquia era que venían de provincia y que su trasladado a Santiago se debía a razones económicas y mientras no encontraran trabajo construirían una casita para vender libros baratos que les permitiera solventar su estadía y ganar unos pesos.

Pero el nombre de Van Schouwen creó en el Padre Enrique White una enorme inquietud, se dio cuenta inmediatamente de la enorme responsabilidad que significaba tenerlo en el interior de su parroquia. Era uno de los personajes más buscados por los aparatos represivos de la dictadura y nadie estaba al margen de lo que estaba sucediendo con los opositores políticos en Chile, que a contar del 11 de septiembre habían pasado a ser considerado “enemigos” de la junta militar.

El sacerdote tampoco había considerado la posibilidad que alguno de los doce sacerdotes que vivían en la parroquia conociera al personaje que tenía asilado en la parroquia y así había sucedido. El padre Orlando Liza Rodó, de origen español, rápidamente reconoció a Bautista, lo había visto de cerca en el año 1972 cuando “había estado en la iglesia en un debate - información sobre política junto a Jaime Guzmán, Luis Maira entre otros”[13]. La imagen del dirigente del MIR se le había quedado grabada. Cuando lo vio circulando por el patio de la parroquia entendió rápidamente de que se trataba y lo comentó con algunos sacerdotes.

El padre White era un hombre de ideas progresistas, sensible al sufrimiento de los más débiles a los que se había consagrado desde su envestidura de sacerdote. Por esa razón, y a pesar de no querer involucrar a su comunidad por los temores propios de esos días, no consideró la posibilidad de que algunos sacerdotes antepusieran sus intereses a los de la Iglesia Católica que se había comprometido con los débiles y perseguidos. Pero en su comunidad esta falta de caridad cristiana tenía gran fuerza y la decisión del padre White fue cuestionada y los propios sacerdotes llegaron al extremo de exigirle una solución. Veintitrés años después, en forma evasiva, negándose a ser entrevistado formalmente, el sacerdote Juan González[14]lo reafirmó :

“—El padre Enrique era muy autoritario. El hacía lo que quería; claro que en esa época no se usaba trabajar en equipo. Así que fue sólo él quién recibió a las dos personas, el resto de los doce sacerdotes que habíamos ahí no tuvimos nada que ver.

“—Esa situación (se refiere a la estadía de Van Schouwen) causó muchos problemas a la congregación.”

Consultado sobre si él vio alguna vez a Van Shouwen o a Munita en la Parroquia de los Capuchinos, durante su estadía respondió a modo de rezongo.

“—Nosotros los veíamos a diario, tal como puedo ver -muestra a unos trabajadores que hay en la Parroquia Capuchina de Concepción trabajando en el patio- a esas personas que están ahí. Nosotros los veíamos a diario, ellos estaban ahí.”

Al preguntársele su opinión por el silencio cómplice de la comunidad frente a la detención y la suerte corrida por Patricio Munita y Bautista Van Schouwen, la respuesta del sacerdote más parecía la de un militar interesado en el olvido que la de un hombre cristiano consagrado al ser humano y a la verdad.

“—La congregación tomó la determinación de olvidar lo sucedido. Hay que olvidar el pasado ellos ya están bajo tierra y hay muchos vivos que sufren, esos son los que importan. Para que hurgar en el pasado que nos duele a todos. Olvídese.” Tras esas palabras no quiso seguir conversando y se despidió un tanto molesto.

Ante la tensa situación que se estaba produciendo al interior de la comunidad capuchina, el padre White se vio obligado a comunicar a su Superior Provincial, el sacerdote Juan de Salinas, que tenía en calidad de protegido a Bautista Van Schouwen. El sacerdote Juan de Salinas era un español severo que no aceptaba faltas a la disciplina en la orden; cuando recibió la información, le manifestó su malestar y le exigió que hiciera las gestiones para sacar a las dos personas de la parroquia, no quería conflicto con las nuevas autoridades, era mejor ser amigo de las nuevas autoridades que enemigo.

Distinta es la versión que da en su declaración a la justicia diecinueve años después de los hechos el sacerdote Juan de Salinas, quién comienza diciendo[15]:

“En el año 1973, me desempeñaba como superior provincial y superior de la Casa en la Iglesia Capuchinos, situada en Catedral 2345 y conocí mucho al padre Enrique White.

En el mes de noviembre de 1973, un grupo de aproximadamente 5 jóvenes se presentó en la Iglesia y habló con el padre Enrique para que les permitiera tener una pequeña librería y además, les autorizáramos para recibir correspondencia del extranjero. La comunidad religiosa se reunió, trato el asunto de la librería y de las cartas. A ambas cosas no accedimos y en ese momento no sospechábamos nada de que hubiera algo de política en esto. Sólo nos pareció un poco raro lo de las cartas del extranjero. El -refiriéndose al padre White- le transmitió a los jóvenes la negativa”

Su declaración abunda en falsedades. Nunca se presentaron 5 jóvenes a hablar con el padre White para pedirle permiso para usar la parroquia como lugar de acogida. No existe ni un testigo que haya avalado esa declaración por el contrario, quién reconoce haber sido el contacto es la única persona que le pidió ayuda al padre Enrique White fue Ana María Moreira, y no sabía para quién era la ayuda. La otra testigo de la llegada de los extraños a la parroquia, es la Sra. Isabel Ossa, quién dice que llegaron sólo dos jóvenes y el tercer testigo de la presencia de Van Schouwen y Munita, el padre Juan González, no se refiere en ningún momento a otras personas ajenas a la iglesia, sino a los dos detenidos junto al padre White. Tampoco el padre White comunicó a sus superiores o a otras personas la petición de ayuda; tal como lo asegura el padre González “él solo tomó la decisión”. Lo mismo se repite en la declaración jurada hecha en 1991 por el Superior Provincial Miguel Angel Ariz.

En la respuesta del Superior Provincial de la orden Capuchina, Miguel Angel Ariz[16], hecha por oficio al Cuarto Juzgado del crimen con fecha 7 de agosto de 1991, dice:

“Se me ha solicitado que remita a ese Tribunal la totalidad de antecedentes que obren en mi poder relacionados con la detención de BAUTISTA VON SCHOUWEN VASEY, PATRICIO CASTILLO y EL SACERDOTE ENRIQUE WHITE.

“Lamento no tener información acuciosa y directa sobre el caso, debido a

“- que el sacerdote ENRIQUE WHITE falleció el 9 de septiembre de 1983 en Viña del Mar

“- que no vive aquí ningún religioso de los que en aquel tiempo vivía en el convento

“- que no he encontrado en el Archivo ningún dato al respecto”

Resulta poco creíble que el Superior Provincial de la Orden Capuchina no tenga acceso a información acuciosa y directa de ninguno de los doce sacerdotes que se encontraban el día 13 de diciembre de 1973 en el convento; cuando fue allanado y resultan detenidas tres personas, entre ellas un sacerdote de la comunidad.

También es dudosa la disposición a colaborar del superior provincial, Miguel Angel Ariz, cuando dice que no viven actualmente en su jurisdicción religiosos que se encontraban ese diciembre de 1973. Por lo menos uno de los sacerdotes que se encontraban en esa época en el lugar y pueden dar todo tipo de información fue contactado en la investigación de este libro sin ningún problema. Menos aún podría tenerlo una persona de tan alta investidura en la orden religiosa.

Prosigue el Superior Provincial Ariz:[17]

“De modo que lo que pongo a continuación son informaciones de segunda mano, pero que estoy convencido de que se ajustan a la verdad.

“1.- El sacerdote capuchino, Enrique White, era por esos años párroco de esta iglesia. Alojaba en unas piezas ubicadas al lado de la oficina parroquial, aparte del convento, aunque participaba en las comidas y la oración de la comunidad.

“2.- El padre Enrique acogió en esas piezas junto a la oficina parroquial a unos jóvenes de izquierda. No consultó para ello con la comunidad, de modo que los demás hermanos no estaban interiorizados del asunto. Se decía que iban a establecer una librería.

“3.- Un día, parece que el 13 de diciembre, vinieron diversos efectivos de seguridad y llevaron detenidos a los jóvenes y al P. Enrique. Todo ello en medio de una gran conmoción, sin saber bien los demás hermanos de que se trataba.”

La declaración del actual superior provincial de los Capuchino concuerda con las anteriores, el padre White no consultó con la comunidad para dar acogida a Bautista Van Schouwen y Patricio Munita. En cambio, la declaración del superior de la Casa Capuchina para el año 1973, Juan de Salinas, continua con otra serie de argumentaciones creadas para eludir su responsabilidad y la de los doce sacerdotes que habitaban el convento ese diciembre de 1973 en el acoso que le hicieron al padre Enrique White para que entregara a sus dos protegidos en la parroquia.

“Después de esto salí a ver otras casas, fui al sur, no recuerdo bien, pero tardé en volver más de 10 días. Cuando regresé al Convento se me presentó un padre Rafael del Piano, que era Ecónomo Provincial y estaba construyendo el nuevo convento, él se me acercó nervioso y me dijo que si no habíamos acordado que no se les iba a dar a los jóvenes el salón. Le respondí que si, que no se había autorizado a los jóvenes. Y él me informó que el padre Enrique estaba construyendo un salón para ellos y que además de desobedecer las órdenes, estaba utilizando material de las obras. de inmediato llamé al Padre Enrique y le pedí cuenta de lo que estaba sucediendo. El me respondió que esos jóvenes le habían contado que se estaba preparando un gran levantamiento a nivel de todo Chile y que con la ayuda del extranjero, iban a derribar a los militares. Este levantamiento lo tenían planeado para aproximadamente dos meses más y que iba a comenzar con la muerte de uno de los cuatro de la Junta Militar”[18].

Resulta inverosímil que dos personas que se encuentran sin ningún tipo de infraestructura para sobrevivir la clandestinidad tengan como planes preparar un levantamiento popular a nivel de todo Chile. Pero lo más inverosímil es que estos dos militantes, Van Schouwen dirigente, Munita simple militante, le comenten a un párroco que les ha exigido no portar armas para darles su ayuda, que están preparando un plan de guerra que incluye fecha “dos meses más”.

La verdad es que las presiones de los sacerdotes instando al padre White a negar la ayuda a los perseguidos se hacían insostenibles. Se encontraba sin salida, él se declaraba antimilitarista y se había comprometido a proteger a dos personas sin importar su posición ideológica, y cada día esto complicaba más su situación en la Congregación Capuchina que había decidido optar por lo más fácil, mantenerse al margen de la ayuda a los necesitados y cerrar los ojos a lo que estaba sucediendo en el país. Al fin y al cabo, para muchos sacerdotes, los militantes de izquierda se merecían lo que les pasaba.

Una nueva rutina

Los días pasaban en la parroquia y una rara tranquilidad dominaba el ambiente humano, todos aparentaban naturalidad ante el inusitado movimiento que habían traído los huéspedes. La casetita prefabricada que simulaba ser una librería estaba llena de cajas de libros baratos para estudiantes pobres de secundaria que solían acudir a la parroquia[19].

Bautista ajeno a la situación interna de la comunidad se acomodaba a la nueva rutina y al nuevo personaje. Se levantaba temprano y se retiraba a su cuarto a la misma hora que los sacerdotes. Durante el día salía a sus tareas políticas, a contactos con sus camaradas y a organizar lo que sería su fachada para los meses siguientes, y trabajaba algunas horas arreglando la caseta que simulaba ser una librería y transportando cajas con libros.

James, por su parte, no era huésped de tiempo completo, sólo algunas noches se quedaba con el Bauchi. En tanto presumía que su militancia no era conocida por los aparatos de seguridad, él seguía viviendo con su novia Gabriela Rozas y un pequeño hijo de ella en un departamento de calle Simón Bolivar, en la comuna de Ñuñoa. Todas las mañanas llegaba temprano para acompañar al Bauchi, en sus tareas. Es posible que más de una vez haya ido acompañado de algún militante para reunirse con el Bauchi, lo que creó la leyenda de los tres militantes del MIR detenidos en la Parroquia de Los Capuchinos.

Las salidas a diario del Bauchi y James, que recuerda doña Isabel Ossa, tenían que ver con sus tareas clandestinas.

“—Ellos trabajaban en la librería que tenían allí - en la parroquia- y vendían libros y salían, salían. Yo no tengo conocimiento y no les hacía seguimiento.”[20]

Bauchi, en esa época era miembro de la Comisión Política encargado de El Rebelde -periódico oficial del MIR- de medios de comunicación y publicaciones en general. Su tarea le exigía movilizarce a reuniones casi todos los días para coordinar trabajos con periodistas e intelectuales; también tenía que asistir a las reuniones con otros miembros de la Comisión Política que generalmente se hacían en alguna casa de fachada o circulando en un vehículo. En esos días el MIR elaboraba su primer documento de análisis y evaluación del golpe de estado y la política a seguir por lo tanto las tareas del Bauchi no eran pocas.

Luis Erasmo Retamal Jara, militante del MIR para el golpe de estado, miembro volante del Comité Central del MIR, recuerda cuál era el área de trabajo del Bauchi en diciembre de 1973[21]:

“— Al momento del golpe -el Bauchi- era responsable de propaganda en el MIR, además de ser encargado de El Rebelde, el periódico oficial del MIR.

“La Comisión Política para el golpe de estado estaba compuesta por ocho miembros. Allí estaba el Bauchi, que le decían La Vieja a pesar que su nombre político era “Jorge” y en círculos de estudiantes de Conce le decían el Bauchi. Cada miembro tenía un área de actividad específica.

“James, era su amigo, y sus tareas políticas en el MIR eran de ayudante y enlace entre la militancia y Bautista. Para eso debía desplazarse por la ciudad a los distintos puntos (lugares de encuentro previamente convenidos entre militantes) con dirigentes medios y militantes para asignar tareas, recibir y transmitir información, también tenía a su cargo la seguridad de Van Schouwen. Otra parte importante de su trabajo era ayudar a conseguir infraestructura, o sea vivienda, vehículo y documentos.”

La militancia de James en el MIR había comenzado a fines de la década de los años sesenta cuando recién terminaba la secundaria. Eran años donde los sueños por construir una sociedad más justa parecía alcanzable. Su temperamento alegre y sus firmes convicciones cristianas lo habían acercado a Andrés Pascal a quién conocía por ser de una misma comunidad católica y participar juntos en los trabajos sociales. Esa amistad y su deseo de participar en las transformaciones sociales lo llevaron a militar en el MIR, cosa que su familia parecía ignorar.

Patricio Jorquera, exmilitante del MIR y amigo de Patricio Munita, en respuesta a la pregunta sobre la militancia de Munita, responde.

“— James llegó al MIR por Andrés Pascal. Ellos habían sido del mismo colegio o asistían a la misma iglesia, no recuerdo bien. Lo cierto es que al parecer habían crecido juntos o muy cercanos y por eso llega al MIR el James.”[22]

Una de las funciones principales de James como ayudante del Buchi era conseguirle una casa para vivir, que estuviera en una zona donde su presencia cotidiana no fuera motivo de sospechas. Era una tarea difícil porque no sólo se necesitaba dinero, que era escaso en esos días, para arrendar o comprar, había que tener un conocido que no estuviera involucrado en militancia política de izquierda y que se prestara para arrendarla o comprarla a su nombre para después cederla. Esas personas, que se denominaban ayudistas, por lo general eran personas que tenían una fuerte convicción democrática y consideraban legítimo involucrarse en cualquier proyecto político que se opusiera a la dictadura, en todo caso tenían claro que si los habitantes de la casa eran descubiertos por los militares corrían la misma suerte de los ocupantes.

Nelson Gutiérrez, sociólogo, dirigente del MIR, miembro de su Comisión Política para el golpe de estado, explica las condiciones que debían tener las casas:

“—Las casa debía quedar en lugares accesibles con buenas vías importantes y secundarias que permitieran rápido desplazamiento y poder hacer rutinas de chequeo y contrachequeo para ver si tenía algún tipo de seguimiento.

“Debían tener estacionamientos, ser amplias y de paredes gruesas para poder ocultar los barretines con documentación y dinero. Los barrios preferidos de la izquierda durante la dictadura fueron San Miguel, Macul y Ñuñoa. Tanto así que se llegó a llamar La República Independiente de San Miguel.

“Para eso se necesitaba conocer personas que no estuvieran en los círculos naturales de los miristas y eso le costaba mucho a Bauchi quién tenía muy pocas relaciones extrapartidarias en Santiago, donde siempre se había considerado un extranjero, a pesar que llevaba tres años viviendo permanentemente en la capital.”[23]

Astrid Haitmann, esposa de Bautista Van Schouwen, era para el golpe de estado una joven enfermera del hospital J.J. Rios que intentaba pasar inadvertida para las nuevas autoridades, sobre todo por su relación familiar con Van Schouwen. Ser esposa de un perseguido no era fácil, la primera medida que tuvieron que tomar fue comenzar a vivir separados hasta que ambos pudieran construirse una nueva identidad que les permitiera pasar a la clandestinidad, esa era la única manera de sobrevivir a la represión desatada contra el MIR y todos los opositores a la dictadura.

Astrid, a pesar de los años, no puede dejar de recordar a Bauchi sin que los ojos se le llenen de ternura y así se explica la llegada de Van Schouwen y Munita a la parroquia de Los capuchinos.

“—La última vez que supe de Bauchi fue a comienzo de Diciembre (1973). Si exactamente me acuerdo que fue el día 10 de diciembre por la mañana cuando recibí su última llamada.

“Las razones de por qué se encontraba asilado en un lugar público, como lo es una iglesia, no las sé exactamente. Creo que fue porque no tenía una infraestructura para pasarse a la clandestinidad. Desde septiembre había quedado sin tener donde vivir, es por eso que a pesar que había una recompensa por su cabeza, que aparecía en todos los periódicos de la época, en radio y televisión, Bauchi no contaba con medios para su seguridad.

“A tal punto había llegado su situación que un día me contó que le había tocado pasar un cólico renal, con todos los dolores que significa, en el entretecho de una casa donde lo habían acogido por unos días."

“Bauchi a veces me llamaba para pedirme si podía buscar un lugar, una casa donde esconderse y yo estaba en las mismas condiciones que él, porque mi familia se portó muy mal después del golpe, no tenía a quién recurrir para solucionar su problema.

“Yo supe de su detención o supuse que lo habían detenido cuando no me llamó más y dejé de recibir sus cartas. El Bauchi me llamaba cada dos o tres días porque estábamos preparando el ir a vivir juntos cambiando nuestras identidades, esa era la única forma de sobrevivir a la represión que se había desatado contra el MIR.

“La clandestinidad consistía en organizarse como una pareja tradicional en un barrio común y corriente con una identidad nueva para la pareja. Para eso teníamos que tener nuevas cédulas con nombres nuevos y libreta de matrimonio, vestirnos a la manera tradicional y crearnos una profesión o trabajo que justificara nuestras relaciones y movimientos para que no hubiera sospechas. Esta nueva identidad no era fácil, el partido jamás se imaginó que un golpe de estado en Chile tuviera esas características represivas tan terribles, por lo que no había tanta infraestructura para hacer rápido el proceso de ingresar a la clandestinidad.

“Bauchi muchas veces me comentó su evaluación sobre el golpe y la falta de preparación que teníamos para resistirlo, que los análisis hechos antes del 11 y después del mismo 11 de septiembre, habían quedado cortos. El estaba muy preocupado.”[24]

Lo que Bautista no imaginaba eran los conflictos que había causado su llegada a la Parroquia, también ignoraba las relaciones familiares que el sacerdote tenía entre los militares, por eso los días que estuvo en la parroquia fueron los más tranquilos en mucho tiempo para el Bauchi. Tenía un lugar donde leer y escribir, comidas a las horas y se sentía seguro, además el día 14 de diciembre debía trasladarse a una residencia donde comenzaría a vivir nuevamente junto a Astrid, eso lo tenía contento.

Continúa la declaración del sacerdote Juan de Salinas.

“Al saber esto, se preguntó ¿qué hacer?, el padre Enrique era antimilitar y reflexionó. Esta reflexión consistió en que se dio cuenta de que a pesar de que todo lo que le dijeron y considerando el estado en que se hallaban los militares, ya aferrados al poder, y lo que estaban preparando los civiles; llegó a la convicción de que ese levantamiento iba a fracasar, no iban a conseguir lo que pretendían y que iba a causar una hecatombe de muertes en Chile, ante esto, palabras de él, se vio obligado a delatar todo lo que había oído a los militares, informando a los militares.

“Los militares le dijeron que construyera a cuenta de ellos la librería que querían los jóvenes, y es por ello que él estaba construyendo la librería sin la autorización de nosotros. Así las cosas pasaron. Pasaron unos días y en esos días se le acercaron dos de esos jóvenes y le pidieron un favor, que recibiera a un joven que venía de paso y que iba a pasar por Santiago. El accedió a su petición. Yo tuve que salir unos días y cuando volví me informaron que se habían llevado al padre Enrique los militares y lo tuvieron detenido por varios días.

“Cuando regresó, me contó que -hay una parte ilegible en la copia- el sucesor del director del MIR, no recuerdo que me dijera el nombre de este joven. El me contó que estaba conversando con este joven, el que era sucesor del director del MIR, y los militares se los llevaron, no se llevaron a otro joven, no se nada de un joven de apellido Munita. No recuerdo si él dijo que el joven que se llevaron de apellido Van Schouwen, sólo se, por lo que el padre me contó, que unos militares que vigilaban se los llevaron detenidos al padre y al joven. No se que militares fueron, el padre Enrique era quien sabía que militares eran, ya que el padre los había delatado a los jóvenes.

Enrique no lo hizo por hacer una delación, sino que según sus palabras “en conciencia, después de meditar y orar, tomó la determinación, ya que ese levantamiento iba a fracasar e iba a morir mucha gente” y es por ello que comunicó lo que sucedía a los militares.”[25]

Otro argumento insostenible del sacerdote, de Salinas. Si el sacerdote Enrique White hubiese entrado en complicidad con los militares aceptando dinero para construir un albergue con fachada de librería para los jóvenes que iban a desatar una guerra civil, por qué él es detenido y torturado por los mismos militares y los otros doce sacerdotes, incluyendo al sacerdote de Salinas, de la comunidad no fueron tocados.

La declaración del hermano del padre Enrique White, Tadeo White Marcelain, hecha a la justicia el 7 de mayo de 1992 dice lo siguiente:

“Con respecto a los hechos que se me pregunta -refiriéndose a la detención de su hermano- por intermedio de él nada supe, si recuerdo que el año 1973, en circunstancias que yo me desempeñaba en el Hogar de Cristo, Departamento de Vivienda, él me solicitó le ubicara un presupuesto por una pieza, pues había en la iglesia unos jóvenes que querían habilitar una librería, recuerdo que me solicitó que la pieza tuviera una especie de privado, algo que no era común y que en ese momento me llamó la atención, se la hicimos. Después de entregársela me retiré del Hogar de Cristo e hice un viaje al norte”.[26]

El hermano del sacerdote no capta ningún dramatismo o nerviosismo en el padre White que lo haga sospechar de alguna irregularidad, sólo le parece raro un aspecto técnico del pedido.

El padre White solicita ayuda

El 12 de diciembre, el Padre White, se encuentra vencido por el temor y las presiones de su comunidad. Necesita tomar una decisión sobre que hacer con los dos huéspedes que sea lo menos costosa para él y el resto de los sacerdotes y que dañe lo menos posible a Van Schouwen y a Munita. Lo ha reflexionado y decide llamar a un pariente militar al cual él le ha dado los sacramentos Católicos por lo tanto lo considera de toda su confianza para pedirle ayuda.

El militar -del cual no se ha podido establecer fehacientemente su identidad-, con rango de oficial, invita a comer al sacerdote, este acepta complacido porque de esa manera le facilita el encuentro en un lugar distinto a la parroquia, donde pueden encontrarse sus dos protegidos y el militar desatando una situación difícil. Además en un lugar más distendido podrá medir si es, efectivamente, la persona que lo puede ayudar a solucionar la crisis que su decisión había provocado en su comunidad. Durante la comida conversaron alegremente, hicieron recuerdos y después de varios tragos bajo el efecto del alcohol el militar comienza a contar cómo han sido sus últimos meses en el ejército. Le habla de las matanzas en las que ha estado involucrado y le confía que siente remordimientos por lo que ha hecho. Esto convence al sacerdote que es la persona adecuada para ayudarlo y le cuenta su aflicción.[27]

Voy a confiar en ti por que necesito ayuda -le dice el padre al militar en voz baja-. Luego prosigue contando que está muy preocupado por que tiene oculto al dirigente del MIR Bautista Van Schouwen en la parroquia y tiene problemas con los sacerdotes del convento y sus superiores los que le han exigido solucionar la situación lo antes posible. El militar lo escucha atentamente sin hacer ni una mueca que exprese sorpresa u otra sensación. Finalmente el sacerdote le pide que lo ayude a sacar del país a Van Schouwen y Munita.

El militar que ha escuchado atentamente el relato, le responde: no puedo contestarle padre en este momento. Voy a pensarlo usted sabe que esto que me pide no es fácil de solucionar en estos días, la situación nacional es muy complicada. Pero no se preocupes algo haré. Espere un tiempo y le contesto.

La cena termina en un fuerte abrazo de gratitud por parte del sacerdote que se va a la parroquia un poco más tranquilo.

La complicidad civil

Para quien no vivió el momento histórico que relatamos, tal vez más difícil que imaginarse la violencia y la muerte es imaginar la amplia colaboración, proveniente de sectores de arraigada tradición democrática, que tuvo la dictadura y que precisamente ayudó a justificar los crímenes.

El país ese diciembre había recuperado una aparente normalidad institucional. La dictadura aún no se personalizaba en el general Pinochet y la junta daba la apariencia de ser un equipo homogéneo sin contradicciones.

Sin embargo un caldero hervía en lo profundo de la Junta de Gobierno, y la razón era la definición de cuales serían los caminos políticos a seguir. El debate entre los dos sectores ideológicos involucrados en el golpe de estado -la derecha y la Democracia Cristiana- se daba solapadamente entre los pasillos de ministerios, en los salones de los altos mandos de las fuerzas Armadas y, en forma más abierta, en las editoriales de revistas y periódicos de la época, todos cómplices del golpe de estado por cierto.

Luis Hernández Parker, hasta entonces un reconocido periodista democrático que había militado en las filas de la Democracia Cristiana, hacía un críptico análisis en la revista Ercilla[28] sobre los caminos que el nuevo gobierno debía tomar, y si la democracia era obstáculo para la necesidad de tecnocratizar la política para llevar al país a una modernización acorde con las necesidades de desarrollo del país. En la parte medular de su análisis que refleja el pensamiento de los sectores golpistas de la Democracia Cristiana que están intentando desplazar a la derecha económica de la conducción política de la Junta de gobierno, hay un fuerte ataque a este sector donde la define “Como hija del oportunismo, no tiene patria. Le da lo mismo que sus capitales “rindan” en Chile, en Perú, Ecuador, Venezuela Brasil o México. Lo importante es que rindan. Le da lo mismo que el poder sea ejercido por un gobierno fuerte o por una democracia participativa. Lo importante es que este poder -abstracto o concreto- no se meta en sus negocios”.

Eran los inicios de una discusión en la que desplegarían toda la artillería los grupos en juego y que se zanjaría años más tarde con la muerte del General Oscar Bonilla (el 3 de Marzo de 1974 cuando cae el helicóptero militar que lo transportaba), cercano a la Democracia Cristiana, y la destitución del General de la Fuerza Aérea Gustavo Leigh el 24 de julio de 1978. Ambos generales habían sido del grupo de militares gestores del violento golpe de estado, pero por razones distintas creían que una vez que la represión a los sectores marxistas terminara con los focos de resistencia y el país estuviera en calma producto del terror, el poder debía entregarse a los políticos que los habían acompañado en la sedición contra el gobierno de la Unidad Popular, en particular a la Democracia Cristiana que tenía un carácter más populista y cercano a las tendencias de la oficialidad del Ejército y la Fuerza Aérea compuestas por sectores de la clase media chilena. Lo cierto es que ninguno de los dos generales se habían percatado que la creación de la DINA iba a formar parte importante en la resolución de los caminos a seguir por la dictadura con Pinochet.

La DINA ese aparato con suprapoderes también controlaba al interior de la Junta de Gobierno y estaba informado de los movimientos de todos los sectores que gravitaban en torno a ella e influían en la toma de decisiones, dándole a Pinochet una ventaja por sobre el resto de los jefes de las Fuerzas Armadas a la hora de tomar decisiones.

La DINA también sería quién destruiría a través del terror paralizante toda la organización política y social existente para el golpe de estado y todo atisbo de nuevas organizaciones políticas, incluyendo a la Democracia Cristiana. Esta situación privilegiada permitiría a Pinochet gobernar sin ningún contrapeso al exterior de su gobierno y al interior del mismo, permitiéndose así llevar a quiebra al país dos veces y experimentar transformaciones hasta lograr un país a la medida de la derecha capitalista mas reaccionaria, que es el sector que finalmente termina siendo triunfador.

En uno de los apartes del artículo periodístico Hernández Parker señalaba: "La Junta Militar rechazó en forma definitiva lo que el General Pinochet llamó "poder absoluto y permanente". Ella se mantendrá el tiempo que sea necesario. Sin plazos, ni cortos ni largos” y agrega adoptando partido a favor de esta decisión:

“Es el tiempo necesario indispensable para que la democracia corrija sus defectos, sus cegueras, sus abusos y sus egoísmos. Que los sectores republicanos encuentren el nexo de una reconciliación creadora. Que colabore entre sí como lo están haciendo los distintos sectores civiles en la búsqueda de una economía que empiece a mejorar..."[29]

En las reflexiones del periodista no se ve por ningún lado un cuestionamiento a los asesinatos que ocurrían a plena luz del día en ciudades y zonas rurales del territorio Chileno. Al contrario, escribía con vigorosa animosidad contra la democracia y sus defectos y aún más define a la lucha por la búsqueda de la libertad como “una obsesión de los chilenos que no calza con la realidad del mundo contemporáneo” y sin ningún pudor se pregunta “si no es mejor que los campesinos se metan en la tierra hasta sus rodillas sin pensar en sindicatos y que los estudiantes peinados -lleguen puntualmente a clases- y ya no traten de tú al profesor”[30]

¿Qué había pasado en Chile que uno de los pilares básicos de su desarrollo como República, la lucha por la libertad de prensa desaparecía? Esa misma libertad que le habían cuestionado la oposición derechista al gobierno de la Unidad Popular cuando algún Ministro del Interior de la época censuró temporalmente, por sedición, algunos medios de comunicación

El día once de septiembre junto con el bombardeo de la Moneda, las muertes y el terror desatado, el primer desaparecido era uno de los valores máximos de la democracia en Chile, la libertad de prensa. Basta recordar los bombardeos a las antenas de las radioemisoras que eran de izquierda para que dejaran de transmitir, las purgas a opositores al golpe de estado al interior de las empresas periodísticas y la circulación de listas negras donde se impedía trabajar a periodistas, artistas y trabajadores de la cultura que habían sido simpatizantes o militantes de partidos políticos que apoyaban al gobierno de Salvador Allende. A contar de ese momento sólo circularían los medios de comunicación proclives a la junta militar golpista y su incondicionalidad la convertiría en cómplice de las violaciones a los derechos humanos, las que voluntariamente callaron, y en ocasiones fueron los mismos medios los que ocultaron asesinatos montando campañas de encubrimiento. Así lo hizo El Mercurio sistemáticamente, La Ercilla, La Nación, La Tercera, Las Ultimas Noticias, La Segunda. Que Pasa, todas las cadenas de televisión que existían en la época y las radioemisoras quienes inmediatamente ocurrido el golpe de estado publicaron las listas con personas que eran buscadas ofreciendo a quién entregaran datos sobre su paradero una recompensa de Eº500.000 que equivalían a $589 dólares de la época.

Igual que en la Alemania Nazi, los diarios y revistas mostraban a los chilenos los beneficios de las restricciones a las libertades individuales impuestas por las leyes marciales como: el toque de queda, las detenciones sin ordenes judiciales, los fusilamientos sumarios, consejos de guerra sin derecho a defensa y los allanamientos, que según se decía habían traído la paz ciudadana. En las páginas de diarios y revistas se inventan mentiras que engrosaban las listas de cargos contra los detenidos que se encontraban en “consejos de guerra” por haber cumplido funciones de gobierno durante el gobierno democrático de Salvador Allende, o sea se acusa retroactivamente a los detenidos para justificar sus asesinatos y se describe morbosamente los últimos momentos de los condenados a fusilamiento.

Intentando mostrar los beneficios de la represión los medios desarrollan la teoría de la protección a la familia diciendo que las madres eran las mas beneficiadas con el toque de queda porque ellas ya no sufrían esperando a los hijos hasta altas horas de la madrugada. De lo que no se hablaba era de las miles de madres que buscaba a sus hijos y esposos por todos los centros de detenciones del país y de los sufrimientos de las madres de quienes habían sido fusilados, o de las madres que eran detenidas, violadas, torturadas y fusiladas.

Según cifras oficiales de la época entre el 11 de septiembre y el 2 de octubre, en sólo 22 días, habían fallecido por herida a bala en Santiago 476 personas. Las bajas correspondían a 462 civiles y 14 militares[31]. En posteriores declaraciones, el canciller Ismael Huerta, formuladas al New York Times mientras viajaba a la reunión de las Naciones Unidas, dice que las bajas militares y civiles superan los 100. La revista Ercilla[32] del 17 al 23 de Octubre, señala que al 7 de ese mes habían sido fusilados 38 "extremistas", seis meses más tarde Augusto Pinochet [33]en entrevista concedida a la misma revista decía “El combate -del 11 de septiembre- duró prácticamente cuatro horas”...seis meses después el saldo de muertos llegó alrededor de 1.600 víctimas “cerca de 200 de cuales son de nosotros”. Ni un periodista que trabaja en esos medios se percata de las informaciones contradictorias, tampoco se interesan por precisar la cantidad de muertos que se encuentran por todos lados en Santiago. Que les importaba si las páginas de diarios y revistas estaban plagadas de calificativos para los opositores, a quienes se les tilda de “extremistas”, “delincuentes”, “bandoleros” “secuaces”, desalmados; de esa manera se deshumaniza a los opositores, dejan de tener nombres, familias, historia, sentimientos e ideales.

Impactante resulta leer hoy un reportaje hecho por la periodista Patricia Verdugo en febrero del año 1974 en Revista Ercilla[34] -meses más tarde del viaje de la “Caravana de la Muerte”-, donde hace mención al libro propagandístico de la dictadura “Cien Combates de una Batalla” que había sido recién publicado y que narra con apasionamiento episodios que supuestamente ocurrieron en los enfrentamientos del día 11 de septiembre. En esta burda descripción de “la gesta heroica de las Fuerzas Armadas chilenas” contra la población civil llamada “La Batalla Impresa”, la periodista no escatima en adjetivos contra los civiles que defendieron al gobierno democráticamente electo y que intentaron oponerse al avasallamiento inmisericorde de la población. Resulta hoy curioso y casi delirante la fotografía que muestra un helicóptero “Puma” y en su pie de foto dice, “Milagro: el Puma volvió”. En parte del texto se lee “Sobre la industria Sumar, un helicóptero Puma del ejército disparó sobre los extremistas, fáciles de identificar por sus cascos amarillos. De pronto la nave perdió estabilidad y salió un fuerte olor a quemado. Un proyectil había perforado el plexi superior, a pocos centímetros de la frente del copiloto. El piloto estaba herido en un pie. A duras penas llegaron aterrizar en el Grupo Nº 10 de la Fuerza Aérea. Fue un milagro 18 proyectiles habían atravesado diversas partes vitales del aparato”. En ese relato de heroísmo lo que olvida la periodista es que “los extremistas” eran simples obreros que defendían con lo poco que tenían a un gobierno que les había ampliado las garantías democráticas y cuya conquista era producto de las luchas históricas de los trabajadores. Esos trabajadores disponían escasamente de un casco amarillo de trabajo para defenderse de un ataque aéreo y algunas armas que malamente sabían disparar. A diferencia de los “héroes” que habían roto la institucionalidad utilizando el poder de las armas, que les había sido entregado para defender al territorio nacional, para atacar a sus compatriotas.

Los rumores sobre lo que ocurre en los campos de prisioneros son angustiantes pero nada se escribe sobre ellos. Todo lo contrario se intenta mostrar que la vida en esos lugares es similar a una colonia de veraneo y para eso no faltan periodistas que colaboran con las nuevas autoridades entregando esa imagen. Tal es el caso del periodista Abel Esquivel[35] que viaja invitado por las autoridades al campamento de prisioneros de Isla Dawson y publica un reportaje titulado "Un trato deferente". En un aparte del reportaje escribe ”El aspecto físico de los confinados muestra una lozanía que no les era característica en su vida anterior. Sus rostros están tostados, producto del sol y el viento magallánico. Todos realizan trabajos al aire libre, de acuerdo a sus posibilidades. Unos plantan postes, destinados a mejorar las comunicaciones al interior de la isla. Otros cortan leña en el bosque. Un tercer grupo, formado por ex jefes de servicios y extremistas de Magallanes, por iniciativa propia, están dedicados a labores hortícolas.

“La vida ordenada y al aire libre que llevan les ha cambiado sus caracteres. El Comandante de la base Naval Dawson contó que muchos de los detenidos llegaron con serias alteraciones nerviosas, las cuales fueron desapareciendo con el paso de los días.”

Este reportaje que más parece una humorada negra considerando que Isla Dawson queda al sur del último territorio del mundo habitado, que sus temperaturas no sobrepasan los 12º en verano y que los vientos son muchas veces ráfagas que pueden derribar a un hombre y que entre los detenidos se encontraban personas de edades avanzadas con serios problemas de salud que habían sido sacados de sus lugares de trabajos o sus casas con ropas adecuadas para un clima templado. El reportaje prosigue con una serie de detalles que muestran como es la vida en un campo de concentración modelo, el periodista llega incluso a aceptar como “lógica censura” la violación de la correspondencia que se hacía a todas las cartas y paquetes con ropas y alimentos, que les enviaban los familiares a los detenidos.

Esta colaboración no inocente por parte de algunos periodistas contribuyó a crear un gran colchón social acrítico en la sociedad chilena, que prefirió dar vuelta la cara frente a los sucesos que se vivían cotidianamente en las zonas rurales y en las calles de las ciudades del país. También contribuyó a exaltar los resentimientos de sectores que sintieron que tenían la oportunidad para vengarse de algún enemigo personal, o que colaborando con las nuevas autoridades y la represión podrían obtener beneficios personales y a quienes ideológicamente estaban involucrados en el golpe de estado y en la eliminación de todo vestigio de opositores políticos.

Pero no sólo la prensa fue colaboracionista con la dictadura, también lo fue el poder judicial que por defender sus granjerías prefirió dar vuelta la cara a lo que era su función, aplicar las leyes para hacer justicia, transformándose así en los cómplices civiles de los aparatos represivos de la dictadura. Esta situación de indefención de la población civil ante el poder absoluto de las fuerzas militares de ocupación y la impunidad de sus crímenes, hicieron que muchos prefirieran cerrar sus puertas y ventanas a la espesa realidad y no pensar en lo que estaba sucediendo en Chile.

En este contexto, resulta algo más fácil imaginar la presión que los piadosos sacerdotes de la orden capuchina ejercieron sobre el padre White, presión que lo dejó tan aislado que creyó posible confiar en un militar porque este era familiar suyo.

El MIR y la DINA

En la primera semana de diciembre aparecía en una revista de circulación nacional una foto de la primera página de Liberation[36] -importante diario de izquierda francés- donde se anunciaba una importante entrevista a Miguel Enríquez realizada en la clandestinidad por la periodista María Leone. Esta publicación no pasa inadvertida para los servicios de inteligencia, todo lo contrario, constata la evidencia que el MIR sigue vivo e intacto, y sobre todo ha salido victorioso con su proclama "El MIR no se asila". Esa controvertida proclama le había dado al MIR un reconocimiento internacional y convocaba las simpatías de las organizaciones políticas de izquierda de todo el mundo.

Para esa fecha los golpes dados al MIR afectaban por lo general militantes de base o dirigentes medios cuyas detenciones y muertes no afectaban a las estructuras nacionales. Las únicas caídas importantes fueron en el Regional Cautín, donde son detenidos y fusilados junto a los militantes de base la Dirección Regional: Fernando Krauss Iturra, Secretario Regional; José Gregorio Liendo, Dirigente MCR en Panguipulli; René José Barrientos Warner, miembro de la Dirección Regional Cautín.[37]

La proclama que hace el MIR apenas ocurrido el golpe de estado “El MIR no se asila” tenía un profundo sentido ético y político. Miguel Enríquez había llamado a Salvador Allende en los momentos que la Moneda era sitiada para ofrecerle un grupo de fuerzas especiales para sacarlo de ahí y llevarlo a alguna fabrica en la zona sur de Santiago para poder organizar una resistencia con el apoyo de los trabajadores. Por las difíciles circunstancia que se vivían al interior del palacio presidencial Miguel Enríquez solo logró hablar con Tati Allende a través de quién hizo llegar su mensaje al Presidente. La respuesta de Salvador Allende fue escueta pero evidenciaba la visión que tenía el mandatario sobre lo que vendría después del golpe “Dile a Miguel que ahora es su turno”[38]. Este mensaje sumado a las palabras que el presidente había dirigido al país en su último discurso “el pueblo debe defenderse pero no dejarse avasallar” habían calado hondo en la dirigencia del MIR, que para esa fecha contaba con cinco mil militantes en el país. De allí surge la necesidad de que cada uno de los hombres y mujeres que habían comprometido sus mejores esfuerzos en el período de tres años de gobierno de la Unidad Popular en construir un referente revolucionario, se quedaran para construir la unidad de los perseguidos y organizar la resistencia.

Estas razones no pasan inadvertidas para los aparatos de inteligencia de la dictadura. La proclama es peligrosa y deben acabar con ella, porque rompe la campaña de desprestigio contra los dirigentes de los partidos de izquierda dirigida desde la dictadura y acogida con servilismo en los medios de comunicación nacional que publican de manera destacada, acusaciones contra los partidos de izquierda y sus dirigentes, además se les acusa de abandonar cobardemente a los militantes a su suerte, mientras, los llamados “jerarcas” gozan de la protección de las embajadas, con el fin de quebrar la confianza entre los perseguidos y desmoralizar al conjunto de la sociedad democrática que se ve afectada por los allanamientos masivos y huérfana de conducción para poder enfrentar la represión.

Todas las informaciones que se publicaban eran minuciosamente estudiadas en los interiores de edificio de la Academia de Guerra del Ejército que funcionaba en Alameda con Riquelme. Allí funcionaba desde octubre la Comisión DINA, a cargo del Coronel Manuel Contreras, que sería el embrión de la Dirección de Inteligencia Nacional, DINA.

El hecho de que Miguel Enríquez esté dando entrevistas a periodistas extranjeros logrando evadir la fuerte represión, es razón suficiente para que la DINA centralice todo su esfuerzo represivo contra el MIR como medida prioritaria. La orden es de acabar con el MIR, antes que los militantes de partidos de izquierda que han quedado desvinculados de sus organizaciones se les sumen a su política de resistencia.

Mientras tanto en la costa del litoral central, más precisamente en el regimiento de Tejas Verdes, se entrenaba a toda máquina en materias muy específicas de contrainteligencia a un centenar de reclutas y suboficiales de todas las ramas de la defensa que eran traídos de diversos puntos del país.

En el exclusivo balneario de Rocas de Santo Domingo la oficial de Carabineros, Ingrid Olderock, dirigía la Escuela Femenina de la DINA donde se entrenaba a mujeres jóvenes, casi recién egresadas de la secundaria, en tareas represivas. El reclutamiento de las mujeres se había hecho a partir de las postulantes rechazadas a la Escuela de Carabineros de Chile ese año 1973. Y la Mayor Olderock era la encargada de dar cumplimiento a la enseñanza en las diferentes artes de la represión: para los entrenamientos de tiros que se hacían en la playa, se colgaban las fotos de los principales dirigentes de izquierda como blanco. Así se azuzaba el odio de quienes harían el trabajo sucio de la dictadura, deshumanizando al enemigo para convertirlo en un objeto desechable [39]. Este período se conocería como la "Guerra Sucia" y quién lo va a dirigir supervisando personalmente parte de las torturas y participando en los operativos más importantes será el General Manuel Contreras, pero su jefe único y directo era el general Augusto Pinochet, Presidente de la Junta de gobierno.

[1]           La “enlace” que proporcionó la información, a la autora de este libro, sobre esta reunión desea permanecer anónima. La conversación de la “enlace” con la autora del libro ocurrió en enero de 1996.
[2]             Diversas ediciones. Hemos utilizado la que aparece en la recopilación “Chile: Mivimiento de Izquierda Revolucionaria. Textos escogidos 1970-1975”. XI Festival Mundial de la Juventud. La Habana. Sin fecha de edición.
[3]             Información proporcionada por Luis Erasmo Retamal J., en entrevista con la autora del libro el día 30 de enero de 1996. Luis Erasmo Retamal era miembro del Comité Central del Mir para el año 1973; en Marzo de 1974 es detenido por la SIFA junto al miembro de la Comisión Política del MIR Roberto Moreno .
[4]           Sra Isabel Ossa. Entrevista con la autora del libro, 15-septiembre 1995
[5]           Ana María Moreira. Entrevista hecha por la autora del libro, 10-septiembre-1995
[6]           Sra. Isabel Ossa. Entrevista con la autora del libro, 15 septiembre 1995
[7]           Manuel Antonio, Roberto y Carmen Garretón Merino, Por la Fuerza sin la Razón, edición Nº 1, editorial LOM, Santiago de Chile, 1998, pág. 64
[8]           Id.
[9]           Ver Miguel Enríquez 1944-1974, Recopilación de Escritos, ediciones Resistencia Popular, La Habana  Cuba, 1985, tomo IV, pág 18.
[10]         Sra. Isabel Ossa. Entrevista con la autora del libro el 15 -septiembre 1995
[11]            Monseñor Fernando Ariztía, entrevista telefónica con la autora del libro, 15 de agosto de 1998
[13]            Revista Análisis del 22 al 28 de julio 1991
[14]         Juan González sacerdote Capuchino. Conversación sostenida con la autora del libro en la Parroquia Capuchina de Concepción, enero de 1996
[15]         Juan de Salinas sacerdote Capuchino, Declaración Judicial al Cuarto Juzgado del Crimen de Santiago, el 6 de julio de 1992.
[16]         Miguel Ariz Superior Provincial de Los Capuchinos. Respuesta por oficio Nº 1861: Cuarto Juzgado del Crimen de Santiago, 7 de agosto de 1991
[17]         Miguel Angel ArizSuperior Provincial de Los Capuchinos. Respuesta por oficio Nº 1861: Cuarto Juzgado del Crimen de Santiago, 7 de agosto de 1991.
[18]         Juan de Salinas sacerdote Capuchino, declaración judicial al 4º Juzgado del Crimen de Santiago, 6 de julio de 1992
[19]         Sra. Isabel Ossa, entrevista hecha por la autora del libro, 15 septiembre de 1995
[20]         Id.
[21]         Luis Erasmo Retamal J., entrevista con la autora del libro, 30 de enero de 1996.
[22]             Patricio Jorquera, entrevista con la autora del libro, 7 de diciembre de 1995.
[23]         Nelson Gutierrez ex dirigente del MIR, conversación con la autora del libro, 12 de enero 1996
[24]         Astrid Haitmann, entrevista con la autora del libro, 22 de septiembre de 1995
[25]         Juan de Salinas, sacerdote Capuchino, declaración judicial al 4º Juzgado del Crimen de Santiago, 6 de julio de 1992.
[26]         Jorge Tadeo White Marcelain, declaración judicial al 4º Juzgado del Crimen de Santiago, 7 de mayo de 1992
[27]         Lucía Castillo, entrevista con la autora del libro, 15 de septiembre de 1995
[28]         Ercilla, Nº 2001, del 5 al 11 de diciembre 1973
[29]         Ercilla, Nº 2001, 1973
[30]         Id.
[31]         Ercilla, Nº 1993, del 10 al 16 de octubre de 1973, pág 13
[32]         Ercilla, Nº 1994, del 17 al 22 de octubre de 1973.
[33]         Ercilla, Nº 2015, 1974. El reportaje ”El Hombre del Día D”, entrega información que coincide con la que se ha desclasificado de los archivos de la CIA, donde estima que el total de muertos en los días siguientes al golpe en Chile fue de 1500 persona. La Tercera 13 de septiembre de 1998
[34]         Ercilla, Nº 2010, 1974
[35]         Ercilla, Nº 1994, 1973
[36]             Revista Ercilla, Nº 2001, del 5 al 11 de diciembre de 1973
[37]         Ver, Equipo DIT-T Valdivia, Chile: Recuerdos de la Guerra. Valdivia, Neltume, Chihuio, Liquiñe, coedición CODEPU, Editora Periodística EMISION S.A., Santiago de Chile
[38]         Diego García y Alejandra Rojas, Salvador Allende: Una Epoca en Blanco y Negro, edición Nº1, editorial El País Aguilar, 1998, página 201
[39]         Ingrid Olderock, Conversación con la autora del libro, 7 de agosto 1996
 
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