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Tamesis

Nicole Drouilly  - Londres 1999

 
Marcelo llegó un día a mi casa cuando yo tenía doce años y venía bajando por las escaleras. Fue cuando lo vi sentado en el sofá, tocando guitarra y me impresionó su mirada dulce; fue quizá a causa de ella, que Jacqueline, mi hermana, se enamoro de él de inmediato y se mezclaron así nuestras vidas. Marcelo cantaba lindo y era de profundas convicciones, pero aunque era su bondad la principal de sus virtudes, tenía también una imaginación extraordinaria que lo llevaba a contarme historias increíbles, que a mi gustaba creer.
Para mí que consideraba a mi hermana como la absoluta perfección y quería parecerme en todo a ella, Marcelo representaría desde entonces el tipo de hombre del futuro, no machista, no agresivo, comprensivo, inteligente, con sentido de humor,  revolucionario; y yo mantenía con él discusiones interminables que viéndolo ahora desde lejos, serían más bien preguntas cortas de mi parte y respuestas largas y elaboradas de la suya. Mi real relación con él era de absoluta admiración, apenas llegaba corría a darle cafecito, y el cariño que sentía por él crecía al observar la forma en que trataba a mi hermana. Marcelo estaba absolutamente enamorado de Jacqueline y era dulce y cariñoso, al mismo tiempo de respetar sus opiniones.
 
Marcelo se dedicaba a las tareas políticas en sus días y en sus noches, y Jacqueline se incorpora también al MIR. Se marchan a Santiago donde Jacqueline va a la Universidad, mientras Marcelo continúa sus tareas políticas a tiempo completo. Eran los años en que una se sentía orgullosa de ser chilena, porque cosas maravillosas estaban sucediendo, y los pobres y los desposeídos les arrebataban a los ricos la historia. Fueron años cortos en el tiempo pero interminables en el recuerdo, y veo en ellos a Marcelo y a Jacqueline rodeados de sol y de esperanza.
 
En enero del 73, fui a pasar con ellos el verano. Fue un verano agitadísimo en que Marcelo estaba inmerso en una vorágine de tareas, pero aún así pudimos reanudar aquellas conversaciones, en que ahora me explica las características de la lucha de clases chilena, y con Jacqueline igualmente, hablamos y hablamos, y ella me cuenta que Marcelo es el amor de su vida y su mejor amigo.
 
El golpe lo vino a cambiar todo. Nuestra familia empieza a vivir angustiada por Jacqueline y por Marcelo, quizás más por Marcelo, ya que pensábamos que el riesgo era mayor para él. Mi padre se las arregla para conseguirles pasajes a Europa, y va a Santiago a convencerlos de que se vayan. Marcelo se emociona con el gesto, pero le contesta a mi papá: "Nosotros nos quedamos a apagar la luz". Mi papá se descorazona y les insiste, Jacqueline explica que en estos momentos difíciles, ellos no harán uso de las garantías pequeño-burguesas, y que los pobladores, los trabajadores de los cordones industriales no pueden irse, tienen que aguantar, y eso es lo que ellos van a hacer también.
 
Amigos alrededor de nosotros caen uno a uno, en Temuco, en Santiago. Compañeros de partido de Marcelo y Jacqueline son asesinados, desaparecidos, torturados. Pero Marcelo y Jacqueline están incólumes. Viajo en enero del 74 a pasar el verano con ellos, y trato entonces de convencer a Jacqueline de que se vayan, pero Jacqueline me dice, "yo Nicole, nací parada. Nosotros sabemos los riesgos pero estamos decididos, el partido y el pueblo nos necesitan".
 
A mediados del 74, el cerco se estrecha. Jacqueline y yo, en una dimensión paralela, hemos hecho arreglos para que me vaya a Santiago a vivir con ellos mientras estudio en la Universidad. Estoy fascinada con la idea. También es importante para mí, ya que confío que Jacqueline me dejará integrarme a las tareas políticas con ella.
 
Ese año Jacqueline y Marcelo se casan para evitar problemas y "legalizarse" con respecto a la dictadura. Para su matrimonio fuimos todos a Santiago y en la noche, Jacqueline y Marcelo se encargan de hacer mil bromas acerca de la noche de bodas. Jacqueline me pide prestada la camisa de dormir que yo tenía puesta para hacer el momento más importante, pero antes de irse a acostar, se acerca a la pieza donde estábamos acostadas sus hermanas y con sus veinticuatro años, se pone a saltar en la cama y a decirnos lo que nos quería y lo feliz que estaba. Marcelo entró riendo a la pieza a sacarla y a que dejara de hacer escándalo. No pudo haber una velada más linda que ésa. Después, a principios de octubre, Jacqueline nos llamó para contarnos que estaba esperando guagua y que estaban felices con Marcelo. También concretó algunos detalles conmigo de mi inminente ida a Santiago, como pedirme que no me olvidara de llevar tenedores, que no tenían suficientes.
 
No duró mucho la alegría. El primero de noviembre de 1974, sonó el teléfono y nos enteramos que Jacqueline y Marcelo habían sido detenidos. Lo que siguió ya estaba escrito.
 
Se llevaron a Marcelo a José Domingo Cañas, donde horas antes se habían llevado también a Jacqueline.
 
Marcelo y Jacqueline fueron torturados salvajemente, juntos y por separado. Luego los llevaron a Villa Grimaldi, a Cuatro Álamos, y a la Venda Sexy. Sé que en Cuatro Álamos, Jacqueline pudo hablar con nuestro primo, Christian Van Yurick, a través de una ventana y le dijo de lo preocupada que estaba por Marcelo. Christian no la volvió a ver. A mediados de diciembre se la llevaron a ella y a Marcelo a un lugar desconocido de donde no vuelven a ser vistos. Mucho después aparecen en las fatídicas listas de los '119'.
 
Unido a todo el dolor que siento, quizás lo más punzante sea el saber que el mayor sufrimiento que sintieron no era por ellos mismos, sino por la impotencia de saber cómo sufría el otro. Nuestra familia ha tomado el deber de buscarlos y luchar por ellos, por ellos dos; porque Marcelo es y será para siempre parte nuestra. Por eso en Londres, manifestando contra Pinochet y exigiendo Justicia, llevo la foto de Marcelo junto a la de Jacqueline, orgullosa de que ellos sean parte de mi familia. Jacqueline, mi hermana perfecta a quien todavía quiero parecerme, y Marcelo, hermano también, que entre tantas fantasías, sentado en el sillón y yo arrodillada a su lado, me contó aquella de que él había nacido en Londres con su hermana, y que de la ventana de su casa veían pasar los barquitos en el Támesis y escuchaban las campanadas del Big Ben. Veinte años más tarde, yo me encontraría viviendo aquí en Londres, y al cruzar el Támesis para ir al trabajo, cada día, no puedo dejar de pensar en él, mirando sus barquitos de su fantasía de niño que ahora es parte de nosotros. Marcelo tu diste y recibiste tanto amor, estarás siempre en nuestro pensamiento.

 

(Parte de Las Historias que podemos Contar)

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