Quienes somos ] Boletin ] Busqueda ] Pinochet en Londres ] Centros Detencion ] Complices ] Empresas ] Fallos ] Criminales ] Tortura ] Exilio ] ecomemoria ] Desaparecidos ] Ejecutados ] Testimonios ] English ]

SOBRE MI HERMANO RODRIGO Y SU POSTERIOR DESAPARICIÓN

 

La primera vez que noté la estatura intelectual de Rodrigo fue como a los cinco o seis años, cuando me dijo que el viejo pascuero no existía. ¿Cómo se dió cuenta él primero, siendo un año menor? La tranquilidad con que me lo dijo insinuaba que yo había sido un ingenuo. En todo caso el desengaño sufrido colaboró seguramente para que desde ahí en adelante no creyéramos ni en dioses ni en fantasmas. Al no creer en cosas que no existen pudimos tomar la vida con toda seriedad y abocarnos a problemas terrenales.

 

También recuerdo que Rodrigo andaba siempre inventando cosas. Puedo decir con seguridad que era un inventor. No sólo inventos prácticos, sino que también inventaba abstracciones. Rodrigo habría sido sin duda un gran filósofo si lo hubieran dejado vivir. Sus conversaciones de adolescente tenían todas un carácter filosófico, histórico, ético y heurístico. Puedo afirmar que Rodrigo era un inventor de futuros.

 

Además Rodrigo era muy sensible y desinteresado por cosas materiales. Era profundamente solidario y capaz de gozar y de sufrir con la dicha y la desdicha ajena.

 

Después de su detención, el 27 de mayo de 1976, comenzó la búsqueda. Nuestra madre estaba mal emocionalmente, así es que yo decidí tomar la parte más amarga de la búsqueda en mis manos: ir al Instituto Médico Legal (“la morgue”) y a los campos de detención a preguntar si él había llegado. En ese entonces yo tenía 19 años, pero me sentía lo suficientemente maduro para esa tarea, pues la desaparición de Rodrigo tenía para mí un sentido político en primer lugar y no meramente familiar.

 

Durante casi tres años fui a la morgue cada tres semanas a ver si lo encontraba. Tenía que ir rigurosamente cada tres semanas, pues a los “NN” los mantenían congelados como máximo un mes. Para que me informaran si había llegado algún cadáver con características similares a Rodrigo tenía que responder a un verdadero interrogatorio y dar todos sus datos cada vez que iba. Me obligaban a recordarlo para hacer una descripción: su edad, estatura, color de pelo y ojos, cicatrices y otras señas personales. Si había algún cadáver que coincidiera con la descripción me permitían pasar a mirarlo. La verdad es que en cada cadáver que me tocó ver sentía que lo encontraba, pues a todos les encontraba algo parecido a Rodrigo. La verdad es que yo quería encontrarlo, aunque fuera muerto, para que la herida familiar empezara a cicatrizar. Luego de salir de la morgue me tomaba horas recuperar mi normalidad. El olor de los pasillos de la morgue, que es una mezcla entre formalina y putrefacción, se me impregnaba en la nariz. Nunca pude confirmar si realmente el olor se impregnaba por varias horas o sólo era una sensación producto del estado sicológico que todo ello producía.

 

Si las idas a la morgue eran amargas las idas a la Secretaría Ejecutiva Nacional de Detenidos (SENDET) eran denigrantes. Ahí eran milicos que ponían en tela de juicio que Rodrigo estuviera detenido. Lo mismo en Dos Álamos y Villa Grimaldi, lugares adonde iba con cierta frecuencia. A veces contestaban burlescamente, pero la respuesta era siempre la misma: no está detenido.

 

En la Vicaría era la única parte donde sentía solidaridad. Ahí había personas que estaban en la misma situación que uno y se podía recibir consejos y apoyo moral. A la Vicaría se entraba por una puerta pequeña, situada en un pasaje lateral de la Catedral. Luego se subía y se encontraban unos locales inmensos y amplios. Era como entrar a otro mundo. Era una realidad que me recordaba alguna película sobre la situación vivida por la resistencia en Europa durante la ocupación nazi.

 

Tres años después de su desaparición sentí por primera vez la ausencia de Rodrigo. Fue un día cualquiera, iba en un bus y pensé en él de otra forma. Hasta ese momento nunca había sentido emocionalmente el caso, pues su desaparación para mí, hasta ese entonces, siempre había tenido un carácter político. A partir de ese día ya no era el camarada desaparecido sino mi hermano desaparecido. ¡Qué dolor! A partir de ese día he sentido la amargura de su ausencia y cada vez que lo recuerdo, como ahora al escribir estas líneas, lloro y se me hace un nudo en la garganta...

 

Eduardo Medina

  Estas paginas han sido preparadas y son mantenidas por: Proyecto Internacional de Derechos Humanos - Londres © 1996 - 2015