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Querida Malva,

                        Tu hijo Eduardo me escribió para contarme que el domingo próximo le organizarás un homenaje a Rodrigo en lo que fuera Villa Grimaldi. Nosotros decidimos juntarnos también ese día en Västeras, y puedes estar segura que a la hora en que ustedes se reúnan estaremos conectados emocionalmente.

 

                        Yo conocí a Rodrigo en el Paro de Octubre del ´72. Nos encontramos en el local de la FECH que estaba detrás del edificio de la UNCTAD. Ambos nos presentamos para hacer trabajos voluntarios, durante esos días principalmente en labores de carga y abastecimiento. Formamos una brigada de estudiantes secundarios con jóvenes de distintos liceos. Yo estaba en el Barros Arana, que después de mucho resistir había terminado por plegarse al Paro. El liceo de Rodrigo ya llevaba muchos días sin clases.

 

                        Nos bautizaron como "Los Siete Gatos", no recuerdo mucho por qué. Había algunas niñas, sólo distingo en mi memoria a Nieves, por quien Rodrigo consiguió para mí el mote de "esquiador". Era cierto, me gustaba mucho esa chiquilla Caruezo, de carita redonda y cabellos larguísimos. Todos los días llegaban distintos muchachos, pero Rodrigo y yo marcábamos tarjeta cada mañana y terminábamos juntos al final del día, sudorosos pero contentos. Mis primeras imágenes de Rodrigo están asociadas a los restos en sus ropas del azúcar, las lentejas y el harina que cargábamos en camiones que partían a abastecer las poblaciones de Santiago.

 

                        Compartíamos el pelo largo, las patas anchas y esa mezcla de atracción y temor por las mujeres que pululaban en los trabajos voluntarios. Nos unía el amor por la lectura y nos dejábamos impresionar juntos por unas exégesis de Gramsci que no estoy seguro comprendiéramos a cabalidad entonces. Recuerdo varias noches en el living de mi casa escuchando un gastado disco de Mussorgsky que hablaba de pollitos y duendes. Conversábamos de nuestra libertad, de sueños de mujeres y de próximas epopeyas políticas que viviríamos juntos.

 

                        Nos vimos meses después del Golpe. Yo había entrado a estudiar Veterinaria a la Universidad de Chile y dedicamos buena parte del año ´74 a preparar la Prueba de Aptitud en el Parque Forestal. Nos fue bien, él ingresó a Filosofía en el Pedagógico y yo lo hice a Psicología, en la pretensión de estudiar dos carreras simultáneas. Muchas veces discutimos acerca de lo que estudiaríamos y él parecía muy claro en sus propósitos. La filosofía era a nuestros ojos quizás el camino natural para nuestra revolución.

 

                        Nos vimos varias veces ese verano antes de ingresar a clases. Yo sabía que él había conseguido reincorporarse a la cadena rota por el Golpe y él sospechaba lo mismo de mí, pero nos teníamos mucho cariño como para contarnos demasiado. Teníamos miedo, aunque no éramos conscientes del riesgo que corríamos.

 

                        No recuerdo cuándo fue la última vez que nos vimos, porque me enteré mucho más tarde de su desaparición, que al comienzo atribuí a su nueva situación de estudiante y al vínculo político restablecido. Fue para mí la primera señal verdadera de que Chile había cambiado brutalmente. Antes había caído la Mary, la prima de la que estuve prendado toda mi infancia. Pero ella pertenecía al mundo de los grandes. Rodrigo era un igual, pudo haber sido mi mejor amigo si nos hubieran dado la oportunidad. Cuando lo lanzaron en ese agujero negro del que habíamos hablado sin mucha convicción, supe que ya no era el mismo juego de las marchas y contramarchas en que participamos juntos en la primavera del ´72. La partida de Rodrigo era de verdad para no volver.

 

                        Era otoño del ´75. Tres años más tarde marchamos con la ACU por la Alameda en solidaridad con la primera huelga de hambre de los familiares de detenidos desaparecidos. Allí entreví la fotografía de Rodrigo. Después vino tu exhoneración como profesora en la escuela de Castellano y el primer paro estudiantil de la Dictadura. Allí me reencontré con Rodrigo, yo estaba entre los que intentaban reconstruir el movimiento estudiantil, pero tu hijo fue -estoy seguro que lo supo- el promotor del primer gran gesto colectivo de rebeldía estudiantil contra la Dictadura.

 

                        Hojeando un album de fotografías mías y de amigos de esa época, mi hija mayor me encontró en una foto que en verdad es Rodrigo. Teníamos el mismo pelo largo, los rasgos orgullosos y la mirada puesta lejos, muy lejos. A veces he pensado que Rodrigo desapareció por todos nosotros. Le tocó a él, pero podría haber sido cualquiera de nosotros. Tu hijo, Malva, nos representa a todos.

 

                         Han pasado 26 años desde entonces. No sé dónde estaría Rodrigo ahora si sus asesinos se hubieran comovido por su juventud o su mirada. Pero estoy seguro que habría hecho estos años una vida bien vivida. También estoy seguro que nos habríamos reencontrado muchas veces en lecturas, largo de pelo, ancho de pata, sorpresas, decepciones y epopeyas comunes.

 

                        Malva, te lo digo desde Suecia, a muchísimos miles de kilómetros de Villa Grimaldi. Tu hijo, Rodrigo, me ha acompañado durante estos 26 años y confío que lo hará por otros 26. Y estoy seguro que eso nos ha ocurrido a muchos.

 

Cariños,

 

Pepe Auth

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