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Alocución enunciada, desde Suecia, durante la ceremonia en homenaje a mi hermano Rodrigo Medina en Villa Grimaldi el 27 de mayo de 2001:

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 Es difícil describir a un tipo profundo como Rodrigo en una alocución corta como la presente.

 

Del período de la infancia recuerdo especialmente su agudeza intelectual. No sólo me refiero a la profundidad con que pensaba, sino también su capacidad de invención, de relacionar cosas, de proyectar a futuro… Nunca olvidaré que siendo un año menor que yo, fue él quien me dijo que el viejo pascuero no existía.

 

Del período de la adolescencia recuerdo especialmente su capacidad para llegar a otras personas. Rodrigo tenía la capacidad de hechizar con su ángel. De la última época que lo ví recuerdo especialmente la precaución y la sigilosidad, lo que para mí fueron rasgos ya de adulto.

 

Yo creo que lo que caracteriza mejor a Rodrigo es su tranquilidad y su estabilidad, lo que es reflejo de su estatura intelectual. Fueron justamente su tranquilidad y estabilidad las que lo siguieron caracterizando, incluso en momentos límites. Sabemos que ellas fueron de ayuda incluso para otros compañeros con los cuales compartió el aislamiento y la tortura. Fueron justamente estas cualidades, mencionadas en algunos relatos sobre él hechos por otros presos, las que nos aseguraban de que dichos relatos eran fidedignos.

 

He soñado muchas veces con Rodrigo durante los últimos 25 años. A veces, agradables sueños fraternales, otras veces angustiosas pesadillas. He llorado en silencio durante 25 años y seguramente voy a llorar el resto de mi vida. Pero no sólo he llorado, muchas de esas lágrimas se convirtieron en accionar en la primera línea de combate.

 

Hermano y camarada, tu grito de guerra ha llegado a oídos receptivos y otras manos se han extendido para empuñar tus armas!

 

¡Hasta la victoria siempre!

 

Eduardo.

 

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