Campamento de Prisioneros Estadio Nacional


Ubicación:Av. Grecia 2001 Ñuñoa Región Metropolitana

Organismos:Servicio de Inteligencia Militar (SIM)

Rama:Ejército

Geolocalización: Google Maps Link


Descripción General

Categoría : Otra Información

Entre el 12 y el 13 de septiembre se habilito el Campamento de Prisioneros Estadio Nacional, que fue el centro de detención más grande que existió en esta Región Metropolitana, llegando a tener unos 7.000 detenidos al día 22 de septiembre, según estimación de la Cruz Roja Internacional. De ese número, la misma fuente estima que entre 200 a 300, eran extranjeros de diversas nacionalidades. Este lugar estaba al mando del Ejército, y hasta allí fueron trasladadas personas provenientes de todos los lugares de Santiago, detenidas en circunstancias y con características muy diversas.

Los detenidos en el Estadio Nacional dormían en los camarines y en el salón de la torre, lugares que carecían de camas, con excepción de las dependencias habilitadas para mujeres, que disponían de colchonetas. Algunos organismos internacionales humanitarios, posteriormente donaron frazadas, las que en todo caso fueron manifiestamente insuficientes para el alto número de personas privadas de libertad en ese lugar. Los detenidos permanecían en un régimen de incomunicación, por cuanto no estaban autorizadas las visitas de familiares o abogados, y en general de personas provenientes del exterior. A las familias de los prisioneros, sólo se les permitía llevarles vestuario y alimentación.

Las personas pasaban la mayor parte del día sentadas en las graderías del Estadio, por donde se paseaba una persona encapuchada reconociendo a militantes de izquierda, los que eran separados del resto de los detenidos. Años más tarde se logró establecer que ese encapuchado era un ex militante del Partido Socialista (Juan Muñoz Alarcón, el encapuchado del Estadio Nacional”) quien colaboró con los servicios de seguridad del régimen militar, los que abandonó en el año 1977, fecha en que concurre a un organismo de derechos humanos a dar su testimonio. El cuerpo sin vida de Juan Muñoz Alarcón fue encontrado en un sitio eriazo en la comuna de La Florida, con múltiples heridas de arma blanca, el 24 de octubre del año 1977.

Se tiene evidencia de la práctica de torturas y malos tratos a los detenidos del Estadio Nacional, por ejemplo en el recinto de la enfermería que en algunas oportunidades se utilizó para esos fines; también se sabe de simulacros de fusilamiento y otros métodos inhumanos. En general, los detenidos eran sometidos a constantes e intensos interrogatorios.

La Cruz Roja Internacional da cuenta en su informe de diversas visitas efectuadas al Estadio Nacional entre septiembre y octubre de 1973, que "diferentes detenidos se quejaron de malos tratos y de torturas, en el momento de la captura y durante los interrogatorios. Los delegados y delegados médicos del CICR (Comité Internacional de la Cruz Roja), han podido constatar evidencias de torturas psicológicas y físicas en muchos detenidos",.

Adam Schesch ex preso político que estuvo detenido en el Estadio Nacional recuerda: "Primero fuimos llevados en un micro con unas 15 personas a la Escuela de Suboficiales, donde vimos a un grupo de carabineros felicitándose por las nuevas promociones. Antes habíamos escuchado desde nuestra casa una batalla de un día y, que yo sepa, no hay ninguna noticia de esta lucha del 11 hasta el 12 de septiembre en la Escuela. No hay reconstrucción de esta parte de la historia en que debe haber muerto gente leal al gobierno

Se juntó más y más gente en el micro y fuimos llevados al Estadio Nacional. En total éramos 40 personas y a los dos extranjeros nos pusieron al margen, mientras a los chilenos los trataban más brutalmente. Acá existe mucha oscuridad sobre lo ocurrido en los primeros días al interior del estadio; antes del 18 o 19 de septiembre, que es cuando llega la gente en mayor cantidad, se vivía una situación caótica, de mucho terror.

La primera noche, del viernes 14 al sábado a la mañana, se vivía algo que no se podría imaginar, un infierno: gente gritando, los soldados golpeando detenidos, lotes de detenidos entrando y saliendo. Los oficiales están muy excitados, parecen gente dopada para seguir funcionando. Nosotros firmamos un registro que aparentemente era sólo de extranjeros, tomaron nuestro pasaporte y nos hicieron ingresar.

En la primera de dos interrogaciones fui golpeado masivamente, atacado por un oficial del Ejército. Quedé en el suelo, me golpeó con sus botas y con la culata de su rifle. Me rompió una costilla, para la que tuve que buscar tratamiento al llegar a EE.UU. Mi esposa también fue interrogada, pero dejada por la noche junto a mujeres chilenas y cinco extranjeras, entre las que había dos uruguayas embarazadas una de las cuales seguía detenida cuando nosotros fuimos liberados. A mí me dejaron con cerca de 60 extranjeros y por la mañana del sábado nos juntaron y nos llevaron a un pasillo debajo de las galerías (N. de la R. Camarines del costado sur bajo marquesina). Nos entregaron una frazada para sentarnos sobre ella. Este era un espacio bien abierto, podíamos ver como unos 100 metros de pasillo, había salas, la mayoría camarines y como dos oficinas. Luego nos autorizaron a ir a la baño y a beber agua, por lo que vimos más cosas y pudimos hablar con otros detenidos. Tratamos de ser buenos observadores. Estábamos muy consternados con nuestra situación personal y la de los otros detenidos, pero teníamos la esperanza de que la embajada americana pudiera asegurar nuestra liberación y sentíamos la obligación moral de estar en condiciones de informar sobre las condiciones de detención en el Estadio Nacional.

La situación podemos dividirla en tres períodos marcados: el de la noche del viernes con mucho caos, entre el sábado y el martes que podríamos llamar de violencia organizada y, desde el 18 al 19 día de nuestra salida, en que disminuye la violencia ante la masiva llegada de prisioneros. Estos días ya sale la gente a las galerías y llegan muchos desde el Estadio Chile y otras partes.

Es muy difícil para nosotros establecer el número total de detenidos. Sin embargo, estaba en constante crecimiento. Cuando fuimos registrados en el Estadio Nacional, nuestros nombres fueron anotados en un libro especial para extranjeros. En ese momento el libro estaba abierto en su mitad y las páginas abiertas que nosotros firmamos contenían alrededor de 40 nombres. Unos sacerdotes marianistas norteamericanos me dijeron que habían contabilizado 153 extranjeros en sus salas, nosotros vimos un grupo cercano a 50 latinoamericanos siendo liberados, todos estaban organizados por países y representaban prácticamente a toda América Latina. Hablamos también con ciudadanos de varios países de Europa y de Asia, algunos de los cuales habían llegado recientemente como turistas y otros que se habían establecido profesionalmente en Chile muchos años atrás. La variedad era grande, pero la vasta mayoría de los detenidos eran chilenos. Guiándonos básicamente por sus vestimentas y patrones de lenguaje, caracterizaríamos a los detenidos chilenos de la siguiente manera: Las mujeres detenidas parecen proceder de una variada gama de oficios y profesiones, y representan el 10% de la población penal. Los hombres eran generalmente jóvenes, de veinte a treinta años, más o menos. Su apariencia es básicamente de obreros o trabajadores de servicio, algunos incluso fueron detenidos con sus ropas de trabajo. Había, no obstante, un número significativo de hombres de mayor edad que aparentaban ser trabajadores de cuello blanco o profesionales. También había un limitado número de funcionarios gubernamentales.

Por lo que vimos, creemos que el trato a los detenidos extranjeros y nacionales era básicamente el mismo. Simplemente, no sabemos si los casos singularizados por un tratamiento especialmente duro eran chilenos o extranjeros que hablaban español.

Desde el sábado en la mañana hasta el jueves en la noche, pudimos ver la vida subterránea del Estadio Nacional. Con nuestras visitas a los baños pudimos armarnos una idea de la cantidad de detenidos, en cada camarín había entre 80 y 150 detenidos. Una sala estaba llena de mujeres (7), luego había dos con hombres de apariencia obrera (6 y 5), la sala 4 era la de interrogatorios, en la 3 nuevamente había obreros, mientras que la 2 estaba reservada para lo que denominamos intelectuales, personas con aspecto de funcionarios de gobierno, de médicos, profesionales y académicos, entre quienes recuerdo claramente a un señor Kirberg que se acercó a hablarme (N de la R. Enrique Kirberg, Rector de la Universidad Técnica del Estado). Junto a ésta había una sala que llamamos de las golpizas (beating room) ".

"Durante los días que pasamos en este rincón bajo las galerías vimos diferentes clases de 'líneas'. No encontramos otra palabra que ésta para decir la línea entre la vida y la muerte. Cada vez que ésta era organizada, era la misma secuencia de eventos la que ocurría.

Uno a uno, los prisioneros eran llevados, generalmente después de cortas entrevistas en el cuarto número 4, al puesto de reubicación. Después de una corta consulta a documentación, eran puestos en una de las dos líneas. Una línea, hacia el muro exterior, estaría compuesta por gente a la que se les devolvía sus documentos personales y sus pertenencias. Eran frecuentemente autorizados a permanecer con los brazos a sus costados. Esta línea era poco vigilada.

La segunda línea estaría formada por prisioneros bajo fuerte vigilancia armada -dos o tres soldados con fusiles automáticos y con un oficial armado cada 10 a 20 prisioneros. Sus armas estarían siempre detrás de su espalda o cabeza. En pocos minutos, oiríamos la explosión de un sostenido fuego de armas automáticas.

Ninguna persona volvió jamás, y el patrón fue siempre el mismo. Desde la tarde del sábado hasta el anochecer del martes, un total de más de 400 personas fueron despachadas de esta manera.

El breve primer tiempo en que ocurrían estas secuencias, la línea que hemos llamado de la vida era mucho menor que la otra, si es que existía. El lunes, esta línea crecía ampliamente y el martes era más larga que la otra. El último tiempo que recordamos haber visto esta secuencia fue el martes, en la tarde o al comienzo del anochecer. El miércoles, escuchamos algunos golpes aislados, pero no vimos gente llevada afuera en conexión con esos ruidos. El jueves, el grupo de profesionales fue llevado afuera para una caminata dentro del estadio. Ellos le dijeron a Adam que vieron entre 2.000 y 3.000 personas sentados en grupos y bajo vigilancia.

Fuimos testigos y oímos entre 400 y 500 ejecuciones por armas automáticas, ametralladoras de grueso calibre, de gente llevada en grupos de 10 a 20 personas. Por eso no entendemos la cifra oficial que sólo habla de 40 fusilados en este recinto deportivo.

La experiencia más vívida fue el sábado 15 de septiembre, cuando estábamos todavía separados. Pat, ubicada cerca del campo de juego de fútbol, estaba sobre una muralla baja para su segundo interrogatorio. Espiando a través de la intersección de dos alas, ella vio a un joven llevado a la intersección por un guardia. Ellos se detuvieron y el guardia encendió un cigarrillo. Entonces, se dirigió al campo de juego. Desde nuestro lugar, otra persona fue llevada. Luego de un par de minutos, el grupo de personas de afuera comenzó a cantar (N. de la R. 'Venceremos'). En ese momento armas automáticas comenzaron a disparar. A medida que el fuego continuaba, cada vez menos personas cantaban. Finalmente, el canto se detuvo y el fuego también. Inmediatamente después un soldado volvió y dijo a otro guardia que estaba a pocos pasos de Patricia: 'Había 37 en ese grupo'.

De acuerdo a lo que vimos y oímos, el campo de juego del Estadio Nacional no fue usado por pelotones de fusilamiento después del martes. Parece que el miércoles las graderías comenzaron a ser convertidas en centros de detención. Eso explicaría los pasos que oímos sobre nuestras cabezas el miércoles. Nosotros mismos, no obstante, nunca entramos a esa parte del estadio.

Todo esto nosotros lo llamamos el proceso de fusilamiento. Porque aunque no vemos el momento en que las ametralladoras empiezan a disparar, no vemos la gente en fila, no vemos la gente cayendo al suelo, es decir, el acto mismo de fusilamiento, escuchamos y vemos todo el proceso de organización del fusilamiento y esto es importante.

Desde sábado en la mañana hasta el martes temprano en la mañana, de 5 a 7 veces por día con un total de 20 aproximadamente, se organiza la línea de la muerte.

Había dos mesitas altas, una por cada lado. La fila de la vida, ubicada junto a las puertas de los camarines, era muy rápida. Se aglutinaban 15 a 20 personas, hacían chequeo en el registro; desde nuestro sitio podíamos ver a los detenidos con brazos libres, no con un ambiente positivo, pero con calma. Es decir, no estaban sumamente preocupados sobre su futuro. Tenían también menos guardias; después de unos 10 minutos de trabajo, esta fila con escoltas de 3 ó 4 soldados dobla para salir del estadio mismo. No sé a qué parte, si para ser dejados en libertad o para ir a un campo de concentración, pero obviamente con menos preocupación.

Más cerca nuestro, de 5 a 7 veces al día, empezaban a aparecer grupos de 3 ó 4 hombres bien vigilados, con sus brazos amarrados y cara de preocupados, no en la mejor condición. La guardia era de un soldado por cada dos personas. En la mesita podíamos ver otra vez un oficial haciendo chequeo en el registro. Se aglutinaba entre 15 y 25 personas; cada vez el mismo ritual, todo perfectamente organizado, no se hacía al lote. Después de algunos minutos se pasa en esta dirección (apunta en el mapa hacia el interior del estadio) y desaparecen. Después que la fila se va, un oficial, siempre un oficial nunca un soldado, controla qué estaba pasando: entra y enciende unos ventiladores inmensos que están frente a cada sala de detención, y que hasta ahora no han sido cambiados, con la intención de que no se escuchen los disparos. Pero nosotros estamos más cerca, bajo los ventiladores, pegados al muro que da hacia la cancha y, por este accidente de la historia, escuchamos. El oficial sale y es obvio que entrega una señal al interior de la cancha, pues entre un minuto o un minuto y medio después empezaron las ametralladoras. Pasados otro minuto o dos, vuelve el mismo oficial y para los motores. Esta era la única vez que se usaban los ventiladores, durante la salida a la cancha de una línea de la muerte, en ningún otro momento.

Por eso yo nunca he aceptado la cifra de 3.000 muertos. Primero, porque me parece que murieron muchos oficiales y carabineros en la batalla de la noche del 11 al 12 por el tiroteo en la Escuela de Suboficiales, que no se reconoce; y, en segundo lugar, por esta matanza de la que somos testigos. Si murieron solamente 3.000 personas, nosotros escuchamos más del 10% de todas las muertes en esta primera semana de dictadura"

"Nosotros fuimos testigos de diferentes tipos de golpizas. La gente era golpeada caminando, como grupo, particularmente de hombres más jóvenes en la última tarde y anochecer, que eran llevados y golpeados con lo que podría ser las culatas de armas semiautomáticas, en sus costados y espalda. La gente era severamente golpeada durante los interrogatorios. Adam vio a un hombre de mediana edad cuyo rostro era una masa de sangre. Mujeres y gente anciana eran igualmente golpeados.Uno de los sacerdotes que habló con nosotros la última noche, nos dijo de la llegada de detenidos desde una población llamada La Legua. Ellos fueron forzados a correr entre dos filas de uniformados que golpearon salvajemente a los sospechosos con sus rifles. Esto ocurrió afuera de su celda. Un día llegó en un lote una cantidad de 20 a 25 jóvenes, más bien niños. Podíamos ver la fila entera por lo que no era una cantidad tan grande. Eran chicos como de entre 12 ó 13 años hasta unos 16 ó 17. Los soldados los empujaban y golpeaban. De repente, dos soldados empezaron a golpear a uno de estos niños con las culatas de sus rifles, de tal manera que lo tiraron en el suelo hasta que casi no volviera a moverse; aunque en ese momento no murió parecía como muerto. En otro rato vimos a otro de éstos niños en el suelo, en la misma condición, y pasó cerca nuestro arrastrándose hasta una cañería que goteaba para poder tomar un poco de agua. Después de esto yo me fui al baño y en la pasada me entregaron la información de que los jóvenes eran de La Victoria, una población del sur de Santiago.

El acto más brutal, no simplemente de golpes, otra vez lo escuchó Pat. Aunque estábamos juntos casi todo el día, por distintas razones en estos tres días estamos algunos momentos aparte. En esta ocasión, el sábado, ella quedó frente a la sala de golpizas, junto a la puerta, esperando algo. La puerta estaba semiabierta y, desde el interior, se podían escuchar algunas voces de distintas personas, como tres o cuatro hombres del Ejército pidiendo respuestas a un detenido. Pat escuchó la frase ¡¿dónde están las armas?!, ¡¿dónde están las armas?!, repetida varias veces; junto a esto el sonido de fuertes golpes de un objeto contra un cuerpo. Por experiencia sabemos que no hay otro sonido parecido a ese. Entonces este hombre empezó a gritar, con alaridos impresionantes, y se repetía la secuencia de golpes, preguntas, falta de respuesta, gritos.

Los golpes continuaron por un largo tiempo hasta que finalmente ella oyó lo que sólo puede describir como un lamento animal y gemidos. Hubo una pausa, como si la persona hubiera perdido conciencia, entonces los golpes se reanudaron. El prisionero comenzó a gritar 'Viva la revolución', entre los golpes y jadeos, con una voz cada vez más débil. Finalmente, eso cesó y ella oyó una lenta serie de seis golpes con intervalos entre cada uno, como si el interrogador estuviera pateando las extremidades del prisionero. Finalmente, otra corta serie de gemidos y un golpe final. Ella oyó a un grupo de gente abandonando el cuarto, y en un poco tiempo dos personas que volvían. Entraron y casi inmediatamente salieron con una camilla y un bulto tapado con frazadas.

Puede parecer una cosa surrealista, pero Pat nunca supo cuánto tiempo pasó desde que comenzó la golpiza hasta que terminó. Un acto de defensa psicológica de la persona es retirarse, estar en otro espacio, proteger su sanidad frente a la tragedia, entonces no podemos afirmar si fueron 15 minutos o media hora".

La información acumulada a través de testimonios de sobrevivientes y agentes confesos se a logrado establecer que muchas ejecuciones ocurrieron al interior del Estadio Nacional, así como de varios casos de personas que, fueron sacadas para darles muerte, como sucedió por ejemplo con los ciudadanos norteamericanos Charles Horman Lazar y Frank Teruggi Bombatch.

Fuentes de Información Consultadas: Informe Rettig; el Punto Final; El Periodista; Cambio21; Archivo Memoriaviva;


Bestialidad máxima: agentes de la DINA usaban animales en violaciones a mujeres mientras las torturaban

Fuente :Cambio 21, 19 de Mayo 2014

Categoría : Prensa

Mujeres víctimas de los criminales de la dictadura se atrevieron a denunciar que fueron violentadas sexualmente durante su detención en centros de tortura por funcionarios del Ejército y de la DINA. Dos de ellas fueron Mónica Echeverría y Alejandra Holzapel.

Las violaciones a los derechos humanos que se llevaron a cabo durante la dictadura militar han sido comprobadas por la justicia chilena. Es cosa de ver las condenas que se han hecho a militares que fueron parte de la DINA y la CNI.

Sin embargo, otras informaciones que se han dado a conocer recientemente tienen que ver con las violaciones sexuales que acompañaron la tortura en esos años. Fueron vejaciones sufridas por mujeres mientras se encontraban detenidas en los centros de exterminio de Villa Grimaldi, Tres Álamos, Tejas Verdes, entre otros lugares.

A los métodos de tortura que se aplicaron en la dictadura a más de tres mil mujeres, hay que añadier que fueron violentadas sexualmente por los agentes de la DINA y funcionarios del Ejército que las tenían recluidas, actos realizados bajo la mirada de los militares, quienes además permitieron incluso la utilización de aminales adiestrados.

Tal cual. Fue una humillación que se repitió una y otra vez.

Lelia Pérez fue una víctima de estas violaciones; tenía 16 años cuando la detuvieron y la llevaron al Estadio Nacional el 12 de septiembre de 1973. "De las mujeres que fuimos llevadas al sector de los camarines, creo que todas fuimos sometidas a violencia sexual", recordó.

Un profesor de un instituto comercial detenido en 1973, agregó: "Recuerdo que mientras estuve detenido y torturado en la Base Aérea Maquehue (al sur de Temuco), un recluta me contó que una profesora que había llegado detenida desde la localidad vecina de Lonquimay fue violada y torturada sistemáticamente por el personal de inteligencia de la base. Se vanagloriaban por ello".

En el informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura se cuenta que "cuando un detenido es violentado sexualmente por un agente del Estado o por un particular a su servicio, estas agresiones constituyen una forma de tortura, porque causan en las víctimas un grave sufrimiento sicológico, generalmente acompañado de un dolor físico capaz de provocar secuelas".

Querella
Ante tal macabro recuerdo, tres sobrevivientes de la dictadura presentaron una querella por violencia sexual con carácter de delito de lesa humanidad ante el juez Mario Carroza. Entre las querellantes se encuentra Alejandra Holzapfel, quien estuvo detenida en Villa Grimaldi.

Antes que ellas hubo otras que dieron a conocer estos abusos, entre las que se encuentra la escritora Mónica Echeverría, quien acusó a Víctor Echeverría Henríquez (con el que no tiene nexo familiar) de que durante la dictadura fue capitán a cargo del Regimiento de Infantería N°1 "Buín", lugar que fue utilizado como centro de detención y tortura luego del Golpe y que cometió abusos deshonestos hacia su persona.

La literata sentenció: "El capitán Echeverría estaba a cargo de inteligencia militar y trabajaba con Investigaciones. Él me detuvo y él mismo también me interrogó, me torturó y también me violó".


Testimonio Ricardo Venegas Díaz

Categoría : Testimonio

Esta foto es del Estadio Nacional donde hay un joven apoyándose en la reja detrás de un soldado, a mi lado está el señor calvo que era el subdirector del diario Clarín y más atrás está don Patricio Hurtado, (con barba) era diputado de la Democracia Cristiana que fundaron la Izquierda Cristiana.

"Era el mes de noviembre no recuerdo el día exacto, tal vez a fines de octubre, no sabíamos con mucha certeza los días, ya que solo estábamos preocupados de vivir un día más, sin embargo ese día quedó fijado en mi memoria porque después de sesenta largos días pude ver a mi padre y el supo que yo estaba vivo. Dejaron entrar a un familiar por prisionero de guerra para que nos llevaran ropa y útiles de aseo con algo de comida ya que íbamos a ser traslados a un lugar fuera de Santiago, la prensa ingresó por orden del Coronel Espinoza para que constataran el estado en que permanecían los terroristas detenidos en Chile. Dos días después fuimos formados en la pista de ceniza del estadio a las cuatro de la mañana y separados por orden de abecedario de nuestros apellidos, fui separado de mis compañeros, nos trasladaron en buses hasta Valparaíso y embarcados en un barco salitrero llamado ANDALIEN con 500 detenidos hacinados en las bodegas a cargo de la Armada ya que hasta ahí se hacía responsable el Coronel Espinoza del Ejército de Chile quién nos aseguró llegaríamos vivos al lugar de destino.
El destino era la Oficina salitrera de CHACABUCO en el desierto de Antofagasta.

Parte de mi historia está en esa fotografía, parte de mi vida queda registrada, podría contarles más cosas pero con el tiempo he aprendido a olvidar las indignidades vividas y a recordar que si estuve prisionero de guerra, preso político y finalmente terrorista fue solamente por pensar distinto y querer un mundo mejor, sin embargo en nombre de esos nobles ideales también se han cometido barbaridades, no quiero perdonar, porque el perdón no existe, solo queda mantener la memoria viva y atenta para que esto no vuelva a ocurrir, porque ustedes mantienen una memoria viva les doy mis agradecimientos y tal vez el de otros miles de compatriotas que vivimos estos dolorosos momentos y peores que hoy se tratan de acallar y nuestros propios compañeros de olvidar.

Ricardo Venegas Díaz
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Memoriaviva agradece el testimonio de Ricardo Venegas


El testimonio de Nieves Ayress Moreno se levanta con la fuerza de la Verdad frente a los cobardes que niegan la tortura en Chile.

Categoría : Testimonio

Testimonio del horror: Nieves Ayress (*), ex prisionera de la Dictadura en Chile Nueva York — El relato parece extraído de las historias de horror de Edgar Allan Poe, E.T. Hoffman, Guy de Maupassant o Bram Stoker. O más, de las transcripciones de los interrogatorios brutales en los campos nazis de concentración de Dachau o Treblinka. Pero no lo es.

Tampoco es ficción de un literato dedicado a provocar estremecimientos de terror e insomnio en sus lectores. Es, simplemente, una página arrancada de la tragedia vivida en las ergástulas de las dictaduras militares de los años 70, instauradas, alegadamente, para defender la libertad y la democracia, amenazadas por la insurgencia de pueblos anhelantes de justicia social. La página siniestra vivida hace tres décadas por Luz de las Nieves Ayress Moreno, chilena, una activista comunitaria que reside desde hace 12 años en Nueva York, toma actualidad cuando una Comisión de la Verdad en Chile, acaba de entregar al presidente Ricardo Lagos un informe sobre la tortura ejercida por el régimen militar que encabezó por 17 años el general Augusto Pinochet Ugarte, quien, en una entrevista para una cadena de televisión hispana, en 2003, su autocalificó como “un ángel bueno”.

Lagos declaró sentirse “asqueado” de la lectura y el general Manuel Contreras, jefe la DINA, la policía política de Pinochet, dijo a los medios de prensa que “en la Dirección de Inteligencia Nacional no hubo ninguna política de tortura ni tampoco de detener gente para asesinarla, ni cosas por el estilo”.

Las reacciones a esta declaración fueron desde la calificación de “cínicas y perversas” hasta la de la ex ministra de Defensa, Michelle Bachelet, sobreviviente de las torturas en Villa Grimaldi, quien acusó a Contreras de ser “un cara de palo”.

Nieves Ayress tenía 23 años y era, según su relato, una joven estudiante que había sido influida, como casi todos los jóvenes de su generación, por la Revolución Cubana, el movimiento hippie, las reformas sociales, la guerra de Vietnam y los movimientos juveniles contestatarios de Francia que encabezaba Daniel Cohn Benditt o “Danny, el rojo”=. Lo que queríamos era un mundo más humano y igualitario, por eso me afilié al Ejército Nacional de Liberación en Bolivia en 1968 y trabajé con mujeres y niños en varias poblaciones pequeñas. Yo no maté a nadie, no robé, no cometí ningún delito. Mi pecado era ser joven, y apenas derrocado Allende los militares y los extremistas de derecha sospechaban de todo aquel que fuera joven” dice Nieves al inicio de su charla.

Su testimonio discurre fluido, haciendo difícil para su interlocutor conservar el pulso y la presión arterial normal al escuchar el lúgubre relato.

“El día del golpe yo estaba en casa. Sabíamos que la insurrección militar venía porque en mi familia se hacía política. Mis abuelos fueron los que junto a Recabarren fundaron los movimientos revolucionarios en Chile; mis padres, Virginia Moreno y Carlos Ayress, fundaron junto a Salvador Allende el Partido Socialista”.

“Mis cinco hermanos y yo pertenecimos siempre a movimientos sociales. El día 11 de septiembre de 1973 nos fuimos al barrio pobre de La Legua donde se produjeron enfrentamientos con los militares. Una semana después fui detenida por primera vez y llevada al Estadio Nacional. Estuve detenida por dos semanas y empecé a ser torturada. Permanecí enclaustrada en una torre, sola, y desde allí veía los golpes y las torturas a otros presos. Me pusieron en libertad sin darme ninguna explicación pero en enero de 1974 caí por segunda vez a órdenes de la DINA que dirigía el general Manuel Contreras.

Cuando me detuvieron yo estaba en la fábrica de mi padre. Me esposaron y me llevaron a la casa de nuestra familia en San Miguel y detuvieron también a mi padre, Carlos Ayress, y a mi hermano Tato. De allí me condujeron a un centro de torturas en el número 38 de la calle Londres, donde permanecí dos semanas sola e incomunicada y fui tratada salvajemente. Las torturas incluían golpes, choques eléctricos a las partes más sensibles del cuerpo como ojos, senos, ano, vagina, nariz, oídos y dedos. Un método muy común era el que ellos llamaban ‘pau de arara’, introducido por torturadores brasileños que experimentaron con nosotros. Este consistía en amarrarnos de pies y manos y colgarnos cabeza abajo. En esa posición nos aplicaban choques eléctricos en el ano. Otra forma era ‘el teléfono’. Nos golpeaban con fuerza y simultáneamente los oídos. Desnuda y encapuchada fui torturada en presencia de mi padre y hermano e intentaron que tuviera relación sexual con ellos. También me obligaban a presenciar como torturaban a mi padre y de otros amigos que se encontraban presos. En los baños de la prisión de la calle Londres fui repetidamente violada”.

“Aunque no supe quienes eran mis torturadores en ese sitio, por sus voces pude entender que eran argentinos y paraguayos quienes me convencieron que estaba en Buenos Aires. En una sesión de torturas sufrí un colapso cardíaco. Los verdugos se asustaron y pidieron unas medicinas a un sitio de la calle Arturo Pratt. Fue así como supe que estaba en Santiago”. “Calculo que fue en febrero de 1974 cuando me llevaron a otra prisión en Tejas Verdes donde estuve incomunicada. Este era otro sitio de entrenamiento de torturadores y los recuerdos que tengo son de absoluta brutalidad. Me forzaron a realizar actos sexuales con un perro que había sido especialmente preparado para este tipo de abuso. También colocaban ratas dentro de mi vagina y luego me daban choques eléctricos. Las ratas, desesperadas, hundían sus garras en mi interior. Se orinaban y defecaban en mi cuerpo. Después me inocularon el virus de la toxoplasmósis. Fui violada constantemente y forzada a tener sexo oral con mis captores. Me cortaron las capas superficiales del vientre con un cuchillo y las orejas. Luego me ponían alcohol en las heridas y me aplicaban corriente eléctrica. Todavía pueden verse las cicatrices en mi cuerpo. Me introdujeron botellas de Coca Cola por el ano y me gritaban ‘Esto es para que sientas el Imperio’”.

“El general Manuel Contreras ha declarado hace pocos días que en la DINA nunca se torturó a nadie. Yo puedo decir que en una ocasión fui torturada por el propio Manuel Contreras y una mujer alemana que estaba presa, de quien decían que nos parecíamos y debíamos ser hermanas. A Contreras lo pude ver porque la venda que cubría mis ojos estaba floja. Después lo reconocí en fotografías”. “Un ex agente. Samuel Fuenzalida Devia, declaró a un diario digital chileno que el general Manuel Contreras, quien acaba de ser condenado en su país a 12 años de prisión, supervisaba las torturas en Londres 38”.

“A las mujeres se les aplicaba corriente en los genitales y en los senos. También eran quemadas con cigarrillos”, dijo Fuenzalida y agregó que Contreras le dijo en una ocasión que “debía estar orgulloso de pertenecer a la DINA”.

“En abril de 1974, cuando había sido llevada a la Cárcel de Mujeres de la calle Vicuña Mackenna, que estaba administrada por una orden de monjas, caí en cuenta que estaba embarazada. Un doctor de apellido Mery, militar que ejercía en la Universidad Católica, me confirmó el embarazo y me dijo que yo debía estar orgullosa de tener ‘un hijo de la patria’, es decir un producto de violaciones de los militares. Mi situación causó una gran controversia internacional pues mi madre y toda mi familia había denunciado mi prisión y torturas. Fui entrevistada por la Cruz Roja Internacional, Amnistía Internacional, Comisión Kennedy, Comisión de Derechos Humanos de la OEA, el cardenal Silva Enríquez y esposas de los militares. Me ofrecieron la libertad si no denunciaba las violaciones y el embarazo. Las monjas ofrecieron ayudarme para pedir un permiso que me permitiera abortar. Tenía que elevar una solicitud al cardenal y éste elevarla al Papa. En Chile el aborto era penado por la ley y yo estaba en muy mala condición física, muy débil, así que decidí tener el hijo. Después de haber sobrevivido a tanto tiempo de detención y crueles maltratos, no iba a dar a los militares el gusto de morirme. Sin embargo en mayo tuve un aborto espontáneo pero no recibí atención médica ni medicinas”.

“De Vicuña Mackenna me llevaron a Tres Álamos, otro campo de concentración. Fui sometida nuevamente a violaciones, amenazas y hasta un simulacro de fusilamiento. En diciembre de 1976 salí expulsada de Chile junto a 17 presos políticos entre los que estaban mis compañeros Víctor Toro, Gladys Díaz, el doctor Luís Corbalán. El decreto de expulsión señalaba que no podíamos volver jamás a nuestra patria. Con la solidaridad de mucha gente conseguí quedarme a vivir en Berlín”.

“A fines de 1977 fui a Cuba. En el hospital Calixto García, sin tener que pagar un centavo, me trataron de la toxoplasmosis, me reconstruyeron la vagina y todo mi cuerpo para que pudiera engendrar, me trataron las infecciones vaginales, la descalcificación y la sordera provocada por ‘el teléfono’, me arreglaron las cicatrices del cuerpo y las orejas y me operaron los pies deformados por el maltrato. También me dieron terapia psicológica en una muestra de solidaridad de los cubanos imposible de pagar”.

“Pese a todo lo que me hicieron los sicarios de Pinochet pude sobrevivir. Tengo aún secuelas psicológicas por todo lo que me tocó vivir. Siento dolor permanente en el cuello, las manos, las rodillas y los pies; tengo marcas y cicatrices en todo mi cuerpo. Cuando veo una rata siento un dolor reflejo en la vagina. Siento ansiedad, pesadillas y depresión. He superado algunas de esas secuelas, por ejemplo el miedo al encierro surgido por las violaciones que sufrí en el baño de la prisión de la calle Londres, pero sigo siendo muy sensible emocionalmente. Mi familia fue dividida, destruida y toda mi vida cambió después del golpe militar”.

“Pero, al fin, yo estoy aquí, resucitada. Con mi esposo, Víctor Toro, preso y torturado igual que yo, tenemos una hija, Rosita, quien estudia en la Universidad de Nueva York. A los 21 años regresé a Chile con ella, y pude decir a mis torturadores militares: ¡Aquí estoy yo y aquí está mi hija. Me torturaron pero no me destruyeron, no me jodieron porque tuve una hija!”

(*) Nieves Ayress enfatiza que su testimonio no persigue ninguna compasión. Sólo consignar un ejemplo para que los sucesos de Chile, no se repitan nunca.


La frente pintada de rojo: La masacre de la Población Roosevelt de Recoleta

Fuente :eldesconcierto.cl, 20 de Julio 2018

Categoría : Prensa

El segundo domingo de Augusto Pinochet en el poder, los habitantes de una población entera son detenidos en un allanamiento. Al día siguiente, 12 personas son encontradas muertas en la Panamericana por un conductor de camión recolector de basura. ¿Qué pasó en la población Roosevelt?

A Jorge Pinto Esquivel lo van a buscar primero a su casa en la calle 3 norte, en ese barrio obrero sin nombre entre el regimiento Buin y la avenida Valdivieso, en Recoleta, Santiago. Allí no lo encuentran porque, como todos los días, había salido a vender frutas, verduras y aceitunas en su carro de mano. Esa mañana había ido cerca, a la población Lemus, a pocas cuadras yendo al centro por Valdivieso. Él trabajaba día y noche, incluso ese domingo 23 de septiembre de 1973, doce días después del golpe militar que acabó con el gobierno y vida de Salvador Allende.

Vecinas o vecinos que no le quieren políticamente le dicen a la patrulla militar dónde podía andar esa mañana. El lugar donde podría estar Jorge no es un misterio. El Coke –así lo llaman– cultiva a su clientela en las proximidades de su hogar y tiene una rutina de recorridos que ese día le lleva a “La Lemus”, esa tranquila población de casas amplias y jardines de vereda bien cuidados. Mi tío Jorge, de 53 años en ese momento, moreno, risueño, robusto, pero no muy alto, tiene que mantener todavía a más de la mitad de sus 8 hijos y ayudar a sostener a su madre, mi abuela Aurora.

La patrulla militar lo detiene en la población Lemus y lo lleva al fondo de la avenida Valdivieso, a la población Roosevelt, donde los soldados del regimiento Buin hacen un allanamiento masivo desde muy tempranas horas de la mañana. Los carabineros de la subcomisaría Recoleta cubren el perímetro para que nadie escape y los detectives de la Policía de Investigaciones están allí y dan aires de legalidad y seriedad al allanamiento.

La patrulla militar lleva a mi tío Jorge por la avenida Valdivieso, pasan frente a la fábrica textil “Paños El Salto” en la cual él había sido dirigente sindical. Los dueños de esa fábrica textil eran “turcos” (árabes) y la fábrica había dado origen tanto a la población Lemus como a la de mi tío. La Lemus, para los empleados de camisa y corbata; la de mi tío, para los obreros y obreras.

La población Roosevelt cubría entonces la pendiente entre la avenida Valdivieso y el comienzo de la parte asilvestrada del cerro San Cristóbal, un barrio con casas autoconstruidas que le dan un aire a Valparaíso. Planificada y desarrollada en los tiempos de la “Alianza para el Progreso”, buena parte de sus calles llevaban nombre de próceres estadounidenses de la política y la cultura.

Al llegar, el allanamiento militar está en pleno desarrollo: los militares llevan a todos los varones que ellos estiman mayores de edad a la esquina de Valdivieso y Lincoln, allá arriba, cerca del final de la población. Mi tío Jorge se encuentra en esa esquina con los vecinos allanados, que van con las manos cruzadas en la nuca. En la esquina les hacen ponerse de rodillas. Ahí carabineros, policías y militares van seleccionando a quienes detendrán. Tener cicatrices en el cuerpo es uno de los criterios para ser detenido: es una señal de ser un delincuente. Por ello a todos les hacen levantar o quitar la ropa y mostrar el cuerpo.

Mi tío Jorge y otros no necesitan pasar por esta selección: él es demasiado conocido como militante socialista, había recibido en su casa a alguna de las hijas de Salvador Allende en alguna campaña electoral y había formado parte de la JAP (Junta de Abastecimiento y Precios). En la JAP no se había prestado al juego del mercado negro y eso no agradó a algunos pequeños comerciantes establecidos del barrio, porque querían ser parte del negocio de acaparar y vender más caro.

Son más de 100 varones en filas en la esquina de Lincoln y Valdivieso durante el allanamiento, para “control”. De ellos entre catorce y dieciocho varones son detenidos y conducidos a tres taxibuses que en Chile se conoce como “liebres” de la línea Portugal-El Salto para ser trasladados a un lugar indeterminado.

Los vecinos de la Roosevelt

Miguel Segundo Orellana Barrera, de 32 años, lo sueltan después de registrarlo en la esquina de Lincoln y Valdivieso. Cuando vuelve a su casa, donde vive con su familia, se da cuenta de que uno de los hermanos, Enrique, no había vuelto. Junto a su otro hermano, José Manuel, deciden ir a buscarlo al punto de retención. En el camino en calle Valdivieso un carabinero pregunta por Miguel y él se identifica. El carabinero le ordena que le siga hasta donde estaban las “liebres” Portugal-El Salto. Su hermano Enrique es soltado y vuelve a casa.

Sergio Muñoz Maturana no alcanza a tomar el desayuno que su madre Fermina le prepara. El allanamiento de su casa empieza antes de que él pudiese sentarse a la mesa. Se lo llevan junto a su primo José Domingo Viera Maturana a la esquina de Lincoln y Valdivieso, allí los ponen en fila. Después de un rato a José Domingo le devuelven el carné dejándole volver a casa. A Sergio, no.

Martín Saravia González lo arrean junto a su cuñado, padrastro y un hermano. Todos ellos vuelven a su casa, menos Martín. Tenía 29 años, era de profesión mecánico, pero trabajaba como junior en una caja de compensación.

A la casa de Juan Humberto Orellana Alarcón, de 31 años, obrero fabricano, llegan efectivos del Regimiento Buin y lo hacen salir a la calle. Apenas alcanza a despedirse de su esposa.

Jorge Nicolás Lira Yáñez es detenido y llevado junto a su padre y a su hermano Eduardo hasta el final de la calle Valdivieso. Allí los varones de la población hacen filas custodiados por Carabineros y policías de Investigaciones, quienes piden documentos y revisan antecedentes. Jorge Nicolás Lira Yáñez había estado preso antes. A su padre y al hermano les sueltan. Los Carabineros le dicen a su padre que lo llevarían al Estadio Nacional, campo de concentración en ese tiempo.

Juan Jorge Coria Calderón apenas tiene 19 años y es obrero. A las 07:00 horas de ese 23 de septiembre sacan a Juan de lado de su madre María Elisa. “Para revisarlo”, le dicen. La orden es que todos los hombres deben salir de sus casas y las mujeres y niños permanecer en ellas.

Jaime Meneses le ordenan que salga de la casa donde vivía con su pareja Ana Rosa, sus dos hijos y sus padres. Tiene 28 años de edad, es fotógrafo, pero en este tiempo trabaja en la construcción. A Jaime y a su padre Pascual les hacen entrar en una formación con el resto de varones pobladores, allí les hacen sacarse la ropa. Les revisan para ver si tienen cicatrices en el cuerpo, mientras están permanentemente con sus manos en la nuca. Al padre de Jaime lo sueltan y puede volver a su domicilio. A Jaime, no.

Emilio Guillermo Vásquez Romo, de 30 años y de profesión carnicero cortador, es pareja de Gudelia del Carmen Orellana Barrera, quien era hermana de Miguel Orellana, otro de los detenidos durante el allanamiento de la Población Roosevelt. Emilio sufre violencia por parte de los militares cuando es sacado de su casa a eso de las 6 de la mañana y llevado al lugar de control y selección con las manos en la nuca.

Juan Eliseo Rojas Acevedo, 32 años, comerciante ambulante, sale muy temprano de su casa ubicada en la calle Valdivieso para trabajar en la Vega Central. De regreso al barrio se encuentra con el allanamiento militar y es detenido. Su pareja, Sara del Carmen Guajardo Pozo, sale a buscarlo, y puede verlo ya en una de las liebres Portugal-El Salto, allí se despide agitando sus manos por la ventana, la liebre iba llena de detenidos.

Nardo del Carmen Sepúlveda Mancilla, de 24 años, obrero, fue otro de los seleccionados durante el allanamiento de Roosevelt.

Ramón Osvaldo Jara Espinoza, 23 años, casado con María Valencia. Padre de dos hijos, de profesión gasfíter. Es uno de los seleccionados para subir a las liebres. Llega a control junto a su cuñado Héctor Raúl Arriagada Arboleda, quien es soltado y puede ir a su trabajo ese día. María Valencia va corriendo a las liebres cuando le informa una prima que se están llevando a los hombres en ellos. No logra verlo.

 

La búsqueda que hacen las familias

Las familias de los detenidos inician inmediatamente la búsqueda de información sobre sus parientes detenidos. Algunas fueron al lugar desde donde salieron las liebres Portugal-El Salto con los detenidos y sus custodios. Allí se enteran de que les llevan a la, entonces, subcomisaría Recoleta ubicada en la calle Gavilán entre Dr. Ostornol y Nicolás de Gárnica, al final de Los Pamperos, a una cuadra de Recoleta. A otros familiares les dan a entender que les llevan al Regimiento Buin. Desde ese mismo instante la desinformación o información parcial es una constante. Las tres liebres, para la mayoría de los pobladores testigos de las detenciones llevan catorce, quince, dieciséis o incluso dieciocho detenidos.

Algunos familiares van a preguntar al Regimiento Buin, otras al Estadio Nacional, incluso a la comisaría 5 de Conchalí, bajo cuya jurisdicción estaba la subcomisaría Recoleta en ese entonces. En el Regimiento Buin les señalan que los detenidos deben estar en la subcomisaria Recoleta.

En la subcomisaría Recoleta no niegan la presencia de los detenidos. A quienes preguntan esa mañana les dicen que vuelvan al día siguiente a las ocho de la mañana, que a esa hora serán puestos en libertad, tras verificar los antecedentes de todos ellos. Es lo que escucha la familia de Ramón Jara.

María Eugenia Valencia, la esposa de Ramón Jara, y sus cuñadas llegan prontamente a la subcomisaría Recoleta. No a tiempo para ver la liebre que lleva a su marido, pero sí para ver cómo bajan a los detenidos de la segunda liebre en llegar y los hacen ingresar a la subcomisaría. Pudo reconocer a Jorge Pinto Esquivel, el “vecino Pinto” a quien reconoce porque “vendía aceitunas por el barrio”.

Las familias tienen la certeza de que los detenidos están en esa comisaría y que están seguros. También eso creen los detenidos, según el testimonio de Rosa Cerda Pizarro, esposa de Juan Humberto Orellana Alarcón. Ella, tras el allanamiento, se dirige a la subcomisaría Recoleta, y logra escuchar los murmullos de los detenidos. Su marido la escucha cuando pregunta por él a un carabinero, Juan Orellana le grita entonces a su esposa que “se fuera para la casa ya que estaba pronto a salir en libertad”.

Al día siguiente, los familiares van a esperar la liberación de los suyos, pero en la subcomisaría o les dicen que durante la noche fueron llevados al centro de detención que era en ese entonces el Estadio Nacional de Santiago, o negaban que hubieran estado allí. Un chofer de la línea Recoleta-Lira, cuñado de Ramón Jara, conocido por los carabineros de guardia, logra que estos admitan que sí estuvieron detenidos allí… aunque en la noche del 23 de septiembre de 1973 les habían trasladado al Estadio Nacional.

La búsqueda de los familiares se extiende al Estadio Nacional, pero en las listas de detenidos que allí se publican no aparecen los nombres de los detenidos en el allanamiento de la Población Roosevelt.

Los encuentran

Uno de los hijos mayores de Jorge es Patricio Pinto, el Chicho; en esos días de septiembre del 73 es funcionario municipal de Conchalí, chofer de uno de los camiones recolectores de basura de la municipalidad. Su recorrido implica llegar a un basural en Renca, y en algún momento del recorrido toma Panamericana Norte a orillas del río Mapocho y pasa cerca del Puente Bulnes. Tras el golpe del 11 de septiembre se le había hecho rutina ver cadáveres en esa zona, algunos atascados en las piedras del río incluso.

Cada día, desde el 11 de septiembre, presta atención a los cadáveres que ve en esa parte del recorrido, por si conoce a alguno. Es lunes 24 de septiembre. Algo le llama la atención. Detiene el camión. Son unos 15 bultos. El Chicho se acerca y descubre que son personas asesinadas a bala.

El Chicho está helado: uno de los cadáveres es el de su padre. Hasta ese momento, estaba seguro de que su padre estaba detenido en la subcomisaría de Recoleta y que esa mañana lo dejarían en libertad. Al lado del cuerpo de su padre hay el de un vecino de la Roosevelt, los demás deben ser los detenidos ayer. Da aviso a la policía y avisa a los vecinos de la Roosevelt, a su familia. Ve cuando llegan ambulancias y vehículos del Servicio Médico Legal (SML) a retirar los cuerpos.

Mientras las familias van a preguntar al Estadio Nacional por los detenidos, vehículos del Servicio Médico Legal se llevan los cuerpos. Chicho va allí a reconocer oficialmente a su padre, otra vez, en esta ocasión para prevenir que no fuera a dar a una fosa común y poder darle digna sepultura. Nunca más en su vida va a creer en la palabra de un uniformado.

Las otras familias se van enterando por boca a boca que, posiblemente, sus parientes detenidos podrían haber aparecido muertos a balazos en los eriales de la Panamericana Norte y que sus cadáveres estarían ya en la morgue, en el Servicio Médico Legal. También se enteran de que deben apurarse en identificar a sus parientes, ya que la morgue está colapsada e iban poniéndole NN a todos los cuerpos encontrados. Para el 26 de septiembre, tres días después del allanamiento, la mayor parte de las familias había reconocido a sus parientes asesinados y retirado sus cuerpos. En el SML les habían hecho autopsia a todos ellos.

 

La masacre

Fueron asesinados a balazos durante la noche del 23 y la madrugada del 24 de septiembre. Al amparo del toque de queda, con la seguridad de tener sometida a la comunidad, el territorio, el país y el destino de los detenidos. Los detenidos durante el allanamiento fueron seleccionados para morir. Eso no lo sabían los pobladores de la Roosevelt, pero sí lo sabían los militares, carabineros y detectives que decidieron su muerte. Toda la escasa información que dieron a las familias y a los detenidos el día 23 –que saldrían libres a la mañana siguiente, que fueron llevados al Estadio Nacional– resultó mentira.

Las autopsias, lo que vio Patricio Pinto, lo que vieron todos los familiares que fueron a reconocer los cadáveres a la morgue, fueron “heridas de bala en la cabeza y en el vientre”. Los informes de autopsia dieron más o menos detalles de los asesinatos. Desde un simple “heridas múltiples a bala” o “herida a bala craneoencefálica y torácica complicada” a algo más de detalle como en el caso de mi tío Jorge: “heridas de bala craneoencefálica, las abdominales torácicas, con salida de proyectil”; o en otros casos: “herida a bala craneoencefálica, necesariamente mortal y del tipo que en Medicina Legal se denomina de larga distancia”, y algunas con detalles de las trayectorias de las balas “la herida a bala craneoencefálica con salida de proyectil, lo que es necesariamente mortal, la trayectoria del disparo evidencia de atrás adelante” o “la herida de bala con salida de proyectil, craneoencefálica, lo que es necesariamente mortal y el trayecto de la bala es de derecha izquierda, arriba abajo y atrás adelante”.

Antes de matarlos, les habían pintado la frente de rojo a los detenidos que supuestamente estaban destinados al Estadio Nacional, y de amarillo a quienes eran delincuentes “comunes”, diferenciándolos de los “políticos”, según relata el ex carabinero Juan Fernando Delgado Campos.

Les asesinaron estando los detenidos arrodillados, indefensos, cabizbajos, hambrientos, con sed, torturados. Los asesinos estaban de uniforme, de pie y a distancia, como para no mancharse de sangre ni errar el tiro.

Un sobreviviente anónimo malherido contó a la señora Rosa Cerda Pizarro que se les “ejecutó al interior de la unidad policial” y “que a su marido lo amarraron con alambre de púas y en la comisaría le dispararon un balazo”. El sobreviviente murió poco tiempo después por no poder atender sus heridas en los hospitales vigilados por los golpistas. Los cuerpos posiblemente fueron trasladados en camiones y arrojados en la ribera del río Mapocho.

El mando militar

El allanamiento de la Población Roosevelt no fue el único en la zona. Era algo habitual. El Regimiento Buin estaba al mando de la Zona Norte (en ese entonces las comunas de Conchalí, Renca y Quilicura). Todas las poblaciones alrededor del Regimiento Buin para el 23 de septiembre habían sido o serían allanadas. A la población Quinta Bella no solo la habían allanado, incluso le habían cambiado el nombre a “Quinta Buin”.

Patrullas del regimiento en camioneta circulaban por la zona durante las horas del toque de queda, disparando sin orden de “alto” a quien vieran desplazarse por calles y pasajes de los barrios. Un reguero de cuerpos amanecía cada madrugada esperando ser recogidos para llevarles, con suerte, al SML.

El mando en la Zona Norte de Santiago estaba en manos de los coroneles Felipe Geiger Sthar y Hugo Gajardo Castro, comandante y subcomandante respectivamente del Regimiento Buin. Ellos articulaban la acción de Carabineros y de la Policía de Investigaciones en toda la zona, sometiéndoles a su mando y ordenando el alcance de su trabajo.

Los allanamientos se hacían por orden y necesidad del Regimiento Buin. El destino de los detenidos respondía a esa orden y a esa necesidad. En su declaración, el ex subcomandante Gajardo lo expone claramente: “ellos se encargaban de efectuar el allanamiento a las viviendas en busca de armamentos, propaganda subversiva o planes para atacar los cuarteles militares”. Propaganda subversiva entonces era cualquier imagen o texto producido hasta una semana y media antes en un país con gobierno socialista y un parlamento con representación gobiernista de casi un 50%. Hasta un televisor Antu era propaganda subversiva entonces. ¿Los vecinos atacar el Regimiento Buin? ¡Si sus hijos hacían el servicio militar allí! ¡Iban orgullosos a verlos en la Parada Militar local todos los 19 de septiembre! Menos ese año trágico cuando los milicos del regimiento pasaron de ser orgullo a ser traición del barrio.

El mando, en los allanamientos y en todo, en esos momentos estaba en manos de los comandantes del Regimiento Buin. Tras el allanamiento, la esposa del, en ese momento, detenido Juan Orellana Alarcón, doña Rosa Cerda, vio cómo en la subcomisaría había “un movimiento inusual de militares, carabineros y (policías) civiles”. Los detectives de la Policía de Investigaciones de la zona también trabajaban para el Regimiento Buin, incluso con presencia militar en su comisaría.

La condena en la sentencia

El juicio sobre la Masacre de la Población Roosevelt proviene de una querella impulsada por la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, organización que a contar de 2009 fue interponiendo querellas por todos los casos no investigados anteriormente de ejecuciones políticas durante el golpe y la dictadura militar.

El juez Mario Carroza Espinosa, ministro en visita extraordinario en la Causa rol 206 2010 del 34° Juzgado del Crimen de Santiago, sobre la Masacre de la Población Roosevelt, dictó sentencia en enero de 2017, condenando en ella al entonces capitán de Carabineros Alejo Patricio López Godoy y al entonces también capitán de Carabineros José Alejandro González Inostroza, a cada uno de ellos a la pena única de 15 años y un día de presidio mayor en su grado máximo, en calidad de autores de la masacre. Y al entonces suboficial de Carabineros, Orlando Marcial Umanzor Gutiérrez, a la pena de 10 años y un día de presidio mayor en su grado medio, como cómplice. A todos ellos les condena además a la inhabilitación absoluta perpetua para cargos y oficios públicos y derechos políticos; inhabilitación absoluta para profesiones titulares mientras dure la condena y al pago de las costas de la causa por los delitos reiterados de homicidio calificado en las personas de Miguel Segundo Orellana Barrera, Jorge Bernardino Pinto Esquivel, Sergio Hugo Muñoz Maturana, Martín Segundo Saravia González, y de Juan Humberto Alberto Orellana Alarcón, Jorge Nicolás Lira Yáñez, Juan Jorge Coria Calderón, Jaime Iván Meneses Cisternas, Guillermo Vásquez Romo, Juan Eliseo Rojas Acevedo, Nardo del Carmen Sepúlveda Mancilla y Ramón Osvaldo Jara. La sentencia absuelve de los mismos delitos a los entonces carabineros Héctor del Carmen Martínez Soto y Luis Humberto Solís Lillo.

Esta sentencia fue apelada por los condenados y está a la espera de la resolución.

Falencias en la sentencia

Poca gente sabe de la Masacre de la Población Roosevelt. Puesto que si bien la gente de esa comunidad lo vivió como una masacre y sufrió los efectos que una masacre de este tipo buscaba (la inmovilización, el terror, el silencio y, en último término, el olvido) la sociedad chilena y latinoamericana no lo pudo percibir así pues una de las labores del régimen de terror instalado a partir de la mañana del 11 de septiembre en Chile fue impedir por todos los medios que la sociedad chilena supiera la magnitud exacta de los crímenes que el Estado chileno, bajo administración militar, iba cometiendo. A ese régimen solo le interesaba que la sociedad sintiera la magnitud de sus crímenes y que eso sirviera para sojuzgarla, someterla y controlarla.

Es difícil comprender las dificultades de un juicio de este tipo, que pretende llevar luz sobre crímenes y criminales de hace más de 40 años. Se deben tomar en consideración el tiempo, los recursos materiales y humanos, las limitaciones de la ley y sobre todo las limitaciones extrajudiciales en todo juicio que afecta a la historia de un país y a las versiones construidas sobre ese tiempo pasado.

Las falencias de la sentencia son efectos de lo que logra: encontrar culpables de un crimen, una masacre, que afectó a toda una comunidad compuesta por la Población Roosevelt y barrios aledaños, todos ellos limítrofes con el Regimiento Buin y con la presencia de los carabineros de la, entonces, Subcomisaría Recoleta, de cuya jurisdicción era territorio esa zona de Santiago.

Esos culpables encontrados ocultan a otros, necesariamente implicados en este crimen masivo: al menos a los oficiales a cargo del Regimiento Buin, los coroneles Felipe Geiger Sthar y Hugo Gajardo Castro, de quienes provenían las órdenes para allanar poblaciones en toda la zona norte de Santiago. Las órdenes, el objetivo, la planificación y realización de esos allanamientos y la distribución de roles durante su realización. La comunicación entre Carabineros, Regimiento e Investigaciones en esos momentos es permanente y la presencia de militares en la comisaría está certificada testimonialmente. La masacre de la Población Roosevelt se hace por orden y necesidad del Regimiento Buin. Por ello, los autores intelectuales de esta masacre, los militares, así como los cómplices de la Policía de Investigaciones, con esta sentencia, quedan impunes.

Otro crimen que queda impune es el genocidio sobre una clase de personas que es denominada “delincuencial”. Se selecciona a los “delincuentes” por el aspecto, por si llevan marcas, cicatrices, secuelas de heridas de arma blanca o de fuego. Los “delincuentes” lo son por cómo se ven o visten o hablan. Ya están condenados a muerte y se les pinta de amarillo la frente. Es una actitud genocida respecto a la clase “delincuencial”, de los militares y las dos policías chilenas.

Respecto a los “políticos”, es claro que hubo una persecución específica, sin el azar o la geografía del allanamiento, ejemplificada por el caso de mi tío Jorge a quien una patrulla militar fue a buscarlo donde se encontraba. Se buscaba eliminarlos pues ellos eran el enemigo político.

Muy posiblemente hubo otros muertos en esta masacre, los detenidos llevados ese día en las liebres Portugal-El Salto fueron más que los cuerpos encontrados en la Panamericana Norte. Esas personas no entran en esta sentencia ni probablemente en ninguna investigación judicial.

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Doloroso recuerdo de la dictadura de Pinochet 'jugará' en la Copa América

Fuente :expansion.mx, 2 de Marzo 2015

Categoría : Prensa

Al menos 3 de los 9 inmuebles de este torneo fueron usados como centros de detención y torturas durante el gobierno de Pinochet

Al menos tres de los nueve estadios donde se disputará la Copa América de Chile 2015 cargan con un doloroso pasado: fueron usados como centros de detención y torturas durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).

Sentado sobre unas viejas galerías del Estadio Nacional de Santiago, Manuel Méndez, un jubilado de 66 años, recuerda los 50 días que permaneció detenido en este lugar. "Pasamos hambre, frío, maltrato, vimos gente morir", asegura. 

Este sector con viejas galerías de madera resquebrajadas se mantiene intacto, como vestigio de los horrores cometidos por la dictadura de Pinochet, que dejó un saldo de más de 3,200 víctimas.

"Donde tú estás pisando estaban nuestras camas, el piso eran nuestras camas. Sólo nos entregaron una cobija con la cual nos tapábamos y no podíamos dejarla ya que nos golpeaban", agrega Méndez.

Las galerías fueron preservadas tras una reciente remodelación total del principal recinto deportivo chileno y hoy, el pequeño sector ubicado en el ala norte del estadio, resalta entre los asientos de plástico rojo nuevos que fueron instalados.

Por este lugar, según recuerdan las víctimas, ingresaban los cerca de 40,000 presos políticos que fueron detenidos y torturados, algunos hasta la muerte, por agentes del régimen de Pinochet.

Lee: Una reunión de 'astros' en la Copa América

Otros miles de prisioneros permanecieron detenidos en el estadio de Playa Ancha, en el puerto de Valparaíso, y en el estadio regional de Concepción.

La rutina del horror

Sin saber de su destino o si volverían a ver a sus familias, los detenidos llegaban en camiones hasta los estadios, donde permanecían semanas encarcelados, durmiendo en los lúgubres y grises pasillos de ingreso a las graderías.

Muchos de los detenidos fueron sacados violentamente de sus casas o de sus lugares de trabajo, sin que sus familiares conocieran su destino. Los recluidos no podían recibir visitas y muchas veces su presencia en estos lugares era desconocida para sus familiares.

En el Estadio Nacional de Santiago había un sector especial, bajo la tribuna presidencial, donde se encontraban los prisioneros de "mayor rango": dirigentes sindicales y políticos afines al gobierno del derrocado presidente socialista Salvador Allende.

"Esa zona era conocida como el sector 'VIP', donde pensábamos que recibían mejor trato, pero no era así. Ahí el maltrato era peor, tenían que hacer sus necesidades en el mismo lugar y dormir pegados unos a otros para no pasar frío", recuerda Manuel.

Fue precisamente desde allí donde se le pierde el rastro a uno de los más famosos detenidos del Estadio Nacional: el periodista estadounidense Charles Horman, quien fue torturado y ejecutado en algún lugar del recinto deportivo.

Horman, un guionista que trabajaba para una productora de cine chilena, fue detenido por una patrulla militar tras ser acusado de realizar labores "subversivas", luego de denunciar actividades de la CIA contra la administración del entonces presidente Salvador Allende.

Su muerte inspiró un libro y la afamada película Missing en 1982.

En este mismo lugar, se disputará el duelo inaugural de la Copa América entre Chile y Ecuador, el próximo 11 de junio, además de partidos de cuartos de final, semifinal y la final del torneo.

En el Estadio Nacional se encuentran una serie de memoriales sobre los prisioneros, con escritos y fotografías en blanco y negro. 

Cada 11 de septiembre, aniversario del golpe de estado que derrocó a Allende en 1973, miles de personas llegan hasta este lugar y lo inundan de velas encendidas en recuerdo de las víctimas que dejó este estadio cuando dejó de ser un recinto deportivo y se convirtió en un centro de torturas.

Un respiro para Bachelet

A pesar de los dolorosos recuerdos, la próxima Copa América también representa un respiro para la presidenta socialista Michelle Bachelet, quien se encuentra envuelta en un escándalo por acusaciones contra su hijo por supuesto uso de privilegios.

El futbol podría ayudar a desviar la atención del escándalo en el que se encuentra el hijo mayor de Bachelet, Sebastián Dávalos.

En medio de las vacaciones de la mandataria se destapó el 'nueragate', en el que una empresa de propiedad de su nuera concretó un millonario negocio inmobiliario después que le fuera aprobado un crédito gestionado por el propio hijo de la mandataria con uno de los hombres más ricos e influyentes de Chile.

Dávalos, un politólogo de 36 años, fue forzado a renunciar al cargo no remunerado que ejercía en el gobierno de su madre, donde oficiaba las labores sociales que generalmente desempeñan las primeras damas.

El escándalo se encuentra aún en plena fase de investigación penal, sin embargo, dañó fuertemente la imagen de la mandataria, que deberá dedicarse durante los próximos meses a reencantar a los chilenos.

Es allí donde el futbol se presenta como la ocasión para jugar a su favor. Bachelet dará el próximo 11 de junio el puntapié inicial a la Copa América.


Estadios usados como campos de detención

Fuente :futbol-nostalgia.blogspot.com, 25 de Septiembre 2021

Categoría : Otra Información

Se suele decir que política y deporte no es una buena mezcla y que lo ideal es evitarlo. Sin embargo, a lo largo de la historia, innumerables ejemplos demuestran que, guste o no, ambas historias se han entrelazado.

A partir de ese martes 11 de septiembre de 1973, con el golpe de estado de las fuerzas militares del país quebrara el gobierno democrático del Presidente Salvador Allende Gossens, distintos recintos deportivos se convirtieron en centros de detención, donde de paso, se llevaron a cabo actos de tortura y violación de los derechos humanos de miles chilenos.

De acuerdo a los registros de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, fueron muchos los recintos deportivos que se utilizaron como centros de detención y tortura. A continuación se describen algunos de ellos.

Estadio Nacional

Desde el 11 de septiembre hasta el 9 de noviembre de 1973, el Estadio Nacional fue utilizado como campo de concentración, tortura y muerte. Más de doce mil prisioneros políticos fueron detenidos allí sin cargos ni procesos luego del violento golpe de estado.

Durante octubre de 1973 los ex futbolistas y seleccionados nacionales para el mundial de 1962, Hugo Lepe y Mario Moreno, estuvieron detenidos en el campo de concentración del Estadio Nacional. Liberados gracias a gestiones de amigos futbolistas, entre ellos Francisco Chamaco Valdés. Menos de un mes después de liberado, Hugo Lepe volvió a los túneles y tribunas de su ex centro de tortura, a ver el partido entre la Selección de Chile y el Santos de Brasil, organizado para celebrar la clasificación de la "roja" al Mundial de Alemania 1974.

El 11 de octubre de 1973, un periodista deportivo oriundo de Punta Arenas fue detenido por las fuerzas militares, acusado de activismo peligroso y trasladado a un centro de detención y tortura situado en las dependencias de un estadio. Su nombre era Vladimiro Mimica. Su paradero, el Estadio Nacional de Santiago.

En septiembre 2018, los futbolistas Isaac Díaz y David Pizarro, ambos jugadores de la Universidad de Chile, se acercaron hasta el memorial al interior del recinto de Ñuñoa para depositar un ramo de flores, en recuerdo a las víctimas de la dictadura. Ese gesto fue visto como excepcional en el mundo del deporte.

Estadio Chile.

El Estadio Chile fue el primer recinto deportivo techado del país, convirtiéndose en un escenario privilegiado para el desarrollo de eventos deportivos y culturales. Fue inaugurado en el año 1969. Tras el Golpe Militar del 11 de septiembre de 1973, el recinto fue utilizado como centro de detención y tortura. En pocos días transitaron aquí cientos de prisioneros.

El 15 de septiembre se produce un desalojo masivo de detenidos, trasladándolos al Estadio Nacional. La mayoría de los obligados a permanecer en el Estadio Chile fueron asesinados, entre ellos el cantautor Víctor Jara. Entre el 15 de noviembre y julio de 1974, se convirtió en el principal centro de detención y tortura de la capital.

Tras el retorno a la democracia, el estadio fue utilizado como espacio para el desarrollo de conciertos masivos, y en menor medida como centro deportivo. En el año 2003 se cambia el nombre original del recinto por el de Estadio Víctor Jara, en homenaje al cantautor, reconocido nacional e internacionalmente, quien fue detenido, torturado y asesinado en este lugar.

Estadio Maestranza San Eugenio.

Los testimonios recibidos por la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura establecieron que la totalidad de las detenciones en este recinto ocurrieron en 1984. Según las declaraciones, se mantuvo recluidos aquí a los hombres detenidos en los allanamientos masivos a las poblaciones de la zona sur, como La Victoria y otras. Los prisioneros fueron mantenidos a la intemperie en las canchas de este recinto, donde recibían amenazas y golpes. Algunos declarantes coinciden en haber sido trasladados a otros recintos para ser interrogados. Otros denunciaron que desde este estadio fueron trasladados por la CNI al cuartel Borgoño, donde fueron interrogados y torturados y luego, algunos, relegados.

La presencia en el barrio de los estadios San Eugenio (demolido en 2012) y Juan Yarur (demolido en 1965) permite comprender la relevancia que las estrategias de carácter deportivo tuvieron para los trabajadores fabriles y ferroviarios y también para todo el barrio en su conjunto. No es de extrañar que los principales equipamientos y espacios públicos del barrio estuvieran asociados a las fábricas y a la Maestranza San Eugenio, particularmente el estadio San Eugenio y el estadio Juan Yarur.

Los sonidos, imágenes y actividades que eran reconocidos por todos sus habitantes, como las sirenas de Yarur y de la Maestranza, las chimeneas de Yarur, el paso del ferrocarril por el centro del barrio, los partidos de futbol en el estadio San Eugenio, etc., todo eso fue desapareciendo con el tiempo para sólo quedar en la memoria del barrio.

Estadio Playa Ancha.

El actual Estadio Bicentenario Elías Figueroa fue un centro de detención de la dictadura de Augusto Pinochet, entre septiembre y noviembre de 1973. Este recinto estuvo a cargo de la Armada. Fue parte de los 100 recintos de la Región de Valparaíso donde se practicaron torturas y cometieron crímenes de lesa humanidad.

El lugar, donde es local Santiago Wanderers, el equipo de fútbol más antiguo del país, fue utilizado para mantener a personas detenidas bajo amenaza, retenidas a la intemperie, privadas de alimentación y abrigo. Allí la Armada de Chile mantenía a los prisioneros políticos en camarines inundados con agua, en graderías o en la misma cancha.

Las instituciones del Consejo de Monumentos Nacionales, la Dibam y el Ministerio del Deporte han instalado en el Estadio de Playa Ancha, actual Estadio Elías Figueroa Brander, una placa que lo identifica como Sitio de Memoria, para reconocer que en el lugar se cometieron graves violaciones a los Derehos Humanos.

Estadio Regional de Concepción.

El 16 de septiembre de 1962, con un partido entre River Plate y Universidad Católica, fue inaugurado el Estadio Municipal de Concepción. Once años después, el 19 de septiembre de 1973, ese mismo recinto se convertía en centro de detención y tortura de víctimas de la dictadura militar.

Esa temporada, Deportes Concepción tenía un gran equipo, arrancó el campeonato de manera memorable y muchos dicen que estaba para pelear el título.

Rolando García fue parte de ese equipo y recuerda que “teníamos goleadores como el ‘Matute’ Fabres y Víctor Estay, Cantatore, Urrizola…" Era un gran equipo, dirigido por el mítico Jaime Ramírez, figura del Mundial del ’62. Los lilas tuvieron un inicio de ensueño, con 14 partidos invictos. Pero algo descolocó a ese equipo y tardó 8 partidos en volver a ganar. Les tocaba hacer de local en los estadios El Morro, Las Higueras o donde fuera.

En enero 1974, cuando faltaban 4 fechas, se abrió el estadio Municipal de Collao. Deportes Concepción todavía tenía remotas posibilidades de entrar a la Copa Libertadores. “Sabíamos que ahí había gente presa y las cosas terribles que pasaban adentro. Ese día los sacaron, los enviaron a otro lado, pero no era algo normal, aunque estábamos en nuestra casa. No quisimos ducharnos en esos camarines, así que dimos la vuelta y nos fuimos para Nonguén”, rememora García.

Este es el Estadio Municipal de Collao – que se construyó en la administración de la alcaldesa Ester Roa, para convertirse en una de las sedes del Mundial de Fútbol de 1962, algo que no consiguió – y se convirtió en centro de detención y tortura.

Estadio El Morro de Talcahuano.

El Estadio El Morro es un recinto deportivo con capacidad para 7142 espectadores, ubicado en la comuna de Talcahuano. Toma el nombre de el Morro por ser una cancha de fútbol en que los espectadores aprovechan la pendiente del cerro para observar los partidos de fútbol.

El Estadio El Morro de Talcahuano, según el informe Rettig se utilizó como recinto de detención y exterminio por parte de la DINA.

El 28 de septiembre de 1975 fue muerto Oscar Segundo Arros Yáñez, tornero, militante del MIR. El había sido detenido el día 26 de ese mes en Lota, siendo conducido por miembros de la DINA al Estadio El Morro de Talcahuano. Al día siguiente el detenido fue llevado por sus captores a su domicilio para que se cambiara de ropa. Su cónyuge pudo apreciar que se encontraba en mal estado, lleno de hematomas. El día 28 se le informó que el cuerpo se encontraba en la morgue del Hospital de Lota Bajo, donde había sido llevado ya muerto por cinco funcionarios de la DINA. Un médico le comunicó a la familia que había sido flagelado y que registraba dos impactos de bala. En atención a ella esta Comisión lo considera como ejecutado por funcionarios de la DINA, quienes violaron así sus derechos humanos.

Gimnasio Sokol de Antofagasta

El Estadio Sokol Dinko Franulic Harasic, también conocido como Estadio Sokol o simplemente como Gimnasio Sokol, es un estadio cubierto y centro multideportivo ubicado en la ciudad de Antofagasta, ubicado a pocos minutos del centro de la ciudad. En él hace de local el equipo de básquetbol Antofagasta Sokol.

Fue construido por la comunidad croata instalada en Antofagasta, tras la fundación del Club Deportivo Antofagasta Sokol, inicialmente llamado Club Deportivo Jugoslavenski Športski Klub Sokol. Cuenta con una multicancha techada con una capacidad para 6500 personas, canchas de baby fútbol, piscina, instalaciones radiales y un patio de esparcimiento.

Según el informe oficial de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, más conocida como Comisión Valech, emitido el año 2004, el Estadio Sokol fue señalado, por un número significativo de testimonios, como un centro de detencion y tortura en la ciudad de Antofagasta que operó durante el año 1973.

Estadio Español de Osorno

El Estadio Español, ubicado en calle Santa Elisa, y de dependencia directa de la colonia Española residente en Osorno fue el centro de detención y tortura más grande de la Provincia de Osorno, el cual estuvo a cargo del Ejército.

La mayoría de detenidos corresponden al año 1973. Era un local techado con una cancha de básquetbol y graderías para tres mil personas. Los detenidos fueron instalados en la cancha, mientras las graderías estaban ocupadas por militares, cuyas armas apuntaban hacia los prisioneros. No tenían ninguna privacidad para lavarse y hacer sus necesidades básicas. La alimentación era restringida: tenían un horario determinado para recibir comida de sus familiares y solo tres minutos para acudir a recibirlos a la puerta. Los presos que venían de fuera de Osorno no recibían comida ni vestimentas ni frazadas.

A este recinto llegaban detenidos procedentes de comisarías, retenes y cuarteles de Investigaciones de la provincia. Su arribo era casi siempre en muy malas condiciones físicas, a consecuencia de las torturas que sufrieran en esos lugares. En un momento habían 182 personas adentro, durmiendo en el piso, en la cancha. Desde el estadio se les trasladaba con frecuencia, sin aviso y durante la noche, a la Fiscalía Militar, ubicada en el hospital base de Osorno o al Cuartel de Investigaciones, para someterlos a interrogatorios y torturas.

Estadio Fiscal de Punta Arenas

En la ciudad de Punta Arenas, el estadio Fiscal estuvo a cargo de la Fuerza Aérea de Chile. De acuerdo a cifras y registro. En diciembre de 1973 un total de 38 personas estaban detenidas en el lugar, donde además de vejaciones, tuvieron que trabajar en la construcción del mismo recinto.

Según consta de los antecedentes, este lugar fue utilizado desde septiembre del año 1973 hasta el año 1974. Este recinto se habilitó como lugar de reclusión, interrogación y tortura de prisioneros, hombres y mujeres, provenientes desde regimientos, centros de torturas y la isla Dawson. Hubo un flujo constante de prisioneros que ingresaban, eran trasladados o liberados. Mientras permanecían en el recinto eran ubicados en un pabellón situado cerca de la entrada trasera del estadio, donde estuvieron incomunicados en los camarines, divididos en dos grupos. Durante el día debían trabajar en obras de término del estadio, aunque gran parte del tiempo permanecían encerrados.

Los ex detenidos en este lugar denunciaron haber sufrido golpes, trabajos forzados, simulacros de fusilamiento, fueron obligados a escuchar y presenciar las torturas a otros prisioneros, a ejecutar ejercicios forzados y a golpear a sus compañeros.

A lo largo del país muchos otros campos deportivos han sido identificados como centros de detención y tortura por la dictadura militar. Entre ellos también se encuentran el Estadio Regional de Coronel y el Estadio Cendyr de Talca.


Epistolario del infierno: Nieves Ayress o la reconstrucción después de la barbarie

Fuente :eldesconcierto.cl, 11 de Septiembre 2023

Categoría : Prensa

Cuando apremia el negacionismo y hay quienes relativizan los hechos tras el golpe de Estado, el testimonio de Nieves Ayress es una bofetada moral que reivindica la memoria de las víctimas. Una mujer que tuvo que reconstruirse física y sicológicamente, para demostrarle a todo un país que su historia no es una maldita fake news.

–Tú no sabes si estás viva o muerta.

Por eso dicen que cuando se acerca el final, la vida pasa en un segundo, como una vieja película en modo forward. Eso fue lo que sintió Luz de las Nieves Ayress Moreno frente al pelotón de fusilamiento, un atardecer de febrero de 1974 camino a Tejas Verdes.

Venía en un camión frigorífico desde Santiago y la bajaron antes de ingresar al campo de concentración. Tenía los ojos vendados y le pareció estar en las faldas de un cerro. De improviso alguien gritó: ¡Posición! Y ahí, en medio de la nada, sintió el ruido metálico de los fusiles. Las balas.

–Fue terrorífico– dice. Te tocas y no tienes sangre. Y quedas así, como paralizada.

 

***

Nieves tenía 25 años cuando conoció la tortura. La fueron a buscar a la fábrica de su padre, el 30 de enero de 1974, y de ahí la trasladaron a la casa familiar en San Miguel. Los militares la tomaron presa, junto a su padre, Carlos Ayress y, Tato, su hermano menor de 15 años.

En el allanamiento participó el “comandante Esteban”, un argentino que infiltró a grupos de izquierda en La Legua, y que se había reunido con Nieves poco tiempo atrás.

Agente de inteligencia de la DINA, “el argentino” participó en el denominado Plan Leopardo, donde se presentó como falso enfrentamiento el asesinato de cinco pobladores comunistas detenidos en Londres 38. El mismo lugar donde fue a parar Nieves Ayress.

Su madre, Virginia Moreno, entregó una carta al entonces Obispo auxiliar de Santiago, Monseñor Fernando Aristía, el 3 de febrero de 1974, pidiéndole interceder ante los militares para saber el paradero de sus familiares y así garantizar un debido proceso. Nada sabía, entonces, de lo que realmente sucedía al interior de los cuarteles.

 

–Monseñor, le ruego que si en sus manos está conversar con nuestros gobernantes, lo haga para que estas afrentas a la dignidad humana cometidas por ciertas personas encargadas de allanar hogares, carentes de idoneidad por su conducta y falta de sentido humanitario más elemental, se investiguen.

Fue la primera de una serie de cartas escritas por Virginia Moreno dirigidas a distintas autoridades.

***
–¿Cómo? ¿estamos volviendo a los tiempos de Atila?– preguntó el general Óscar Bonilla sin dar crédito a lo que había escuchado.

Virginia Moreno le contó a Nieves, mucho tiempo después, que el ministro del Interior de la dictadura se tomaba la cabeza con ambas manos. Bonilla, al igual que el general Augusto Lutz, director del Servicio de Inteligencia Militar, tuvieron diferencias con Manuel Contreras, debido al trato otorgado a los prisioneros en Tejas Verdes.

El jefe de la recién inaugurada DINA, la policía secreta de Pinochet, fue reconocido por Nieves Ayress como uno de sus torturadores, tras divisarlo entre medio de las vendas que cubrían sus ojos en el recinto ubicado en San Antonio.

–Contreras estaba presente, supervisaba y participaba en las torturas–, asegura Nieves sin dobleces.

 

La presión de la Iglesia Católica, a través del Cardenal Raúl Silva Henríquez, generó divisiones al interior del gobierno. Lutz y Bonilla, hastiados de la intromisión de los curas, habrían pedido explicaciones a Pinochet. Quienes estuvieron en la reunión afirman que el dictador se enfureció y gritó golpeando la mesa: “¡Señores, la DINA soy yo!»

Poco tiempo después, ambos generales mueren en extrañas circunstancias. Bonilla, en un accidente de helicóptero. Lutz, aparentemente envenenado.

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“Hasta donde mis conocimientos alcanzan, no he sabido jamás que alguien haya autorizado, en parte alguna, para que se degrade a un ser humano en tal forma como se ha hecho con mi hija Luz de las Nieves”.

Así parte la carta de Virginia Moreno, enviada el 14 de marzo de 1974 al general Humberto Maglioccheti, jefe de gabinete de la junta de gobierno. La mujer se había enterado hace pocos días lo que ninguna madre está dispuesta a escuchar. Menos de boca de su propia hija.

En la carta le explicó al uniformado que tras su detención, Nieves habría caído en manos de “tres o cuatro individuos desquiciados, de bajo nivel intelectual y una inmoralidad extrema”.

“Desnaturalizados”, les llamó.

Sin ningún signo de sensibilidad ante las súplicas de su hija, Virginia cuenta que la sometieron a “los vejámenes más increíbles, mientras la mantenían amarrada y con los ojos vendados”.

Productos de todas estas atrocidades –prosigue– “estaría con síntomas de embarazo… Ojalá la Divina Providencia no permita tal monstruosidad… los hijos deben ser el fruto del amor y no de una aberración sin nombre”.

Antes de finalizar la carta, ruega al general Maglioccheti que Nieves sea tratada urgentemente, “como corresponde a un ser humano que se encuentra en tan desesperada situación”, y así poder ser hospitalizada y atendida por un ginecólogo y neurólogo.

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Luz de las Nieves Ayress Moreno nació el 5 de octubre de 1948. Tiene 75 años y vive actualmente en el Bronx. En el año 1968 ingresó al Ejército de Liberación Nacional en Bolivia, cuando tenía 23 años. El mismo año del Mayo Francés, la guerra de Vietnam y el asesinato de Martin Luther King.

Sus abuelos formaron parte de los movimientos sociales, en tiempos de Recabarren. Sus padres; socialistas. Ella y sus hermanos; revolucionarios. Militante activa en poblaciones, Nieves trabajó con mujeres y niños, estudió en el Liceo 1, luego cine en Cuba y a su regreso artes en la Universidad de Chile.

El mismo día del golpe participó junto a sus hermanos en la mítica resistencia de la población La Legua, la única comunidad urbana que se opuso a la intervención militar, donde no la conocían por su nombre sino por su “chapa” política: Valeria.

Pocos días más tarde fue detenida por primera vez, en la casa de una amiga, y trasladada a la Escuela de Suboficiales de Carabineros. Allí la golpearon, manosearon y amenazaron con apremios sexuales si es que no colaboraba.

De ahí fue enviada al Estadio Nacional, donde estuvo incomunicada en una de sus torres y fue interrogada por hombres con un pronunciado “acento brasilero”. Finalmente fue liberada, tras dos semanas de encierro, por un oficial que tuvo el descaro de ir a dejarla a su propia casa.

En ese momento, Nieves Ayress Moreno, decidió pasar a la clandestinidad.

***

Al comandante le gustaba pasearse por el recinto tomado del brazo con dos mujeres. Nieves era una de ellas y la otra era una reconocida periodista.

–Tenía una fijación perversa–, recuerda. Nos paseaba cuando venían sus amigos, como si fuéramos un zoológico humano.

El oficial elegía siempre a las más agraciadas. Tampoco le bastaba exhibirlas impúdicamente, la señal era otra asegura Nieves: “ensañarse sexualmente con ellas”.

–Todas las torturas y ese rollo sexual era porque a las mujeres en edad de procrear se les debía destruir la vagina, para que no fuéramos reproductoras de comunistas ni revolucionarios.

Era una orden de Estado, dice.

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El médico enviado por el general Bonilla, luego de las súplicas de su madre, le confirmó a Nieves que estaba embarazada, en abril del año 1974. El doctor Mery, como lo llamaban, la auscultó delante de sus compañeras y le dijo que “debería sentirse orgullosa de llevar en su vientre a un hijo de la patria”.

Gracias a la intervención de Virginia, el caso de Nieves fue reconocido en el exterior. En la cárcel fue entrevistada por miembros de la comisión Kennedy, Amnistía Internacional, la Organización de Estados Americanos y el Alto Comisionado de Naciones Unidas.

–Estaba muy mal físicamente y si me hacía un aborto clandestino en prisión me podía morir, por tal motivo decidí tener el hijo. Después de sobrevivir meses de tortura y detención, no les iba a dar el gusto a los militares de morirme– contó en una declaración al Cónsul de Chile en Nueva York, en el año 2000.

Hasta un grupo de esposas de generales llegó a visitarla, asegurándole que si el bebé nacía quedaría en manos de un organismo secreto y que luego la ayudarían a salir del país. En mayo de ese mismo año, producto de las mismas torturas, Nieves tuvo un aborto «espontáneo».

Ni durante el embarazo ni en el proceso de pérdida, denunció después, recibió algún tipo de atención médica.

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Santiago, 14 de marzo de 1974

Sra
Raquel Lois
Visitadora Social
Secretaria Ejecutiva Nacional de Detenidos
Ministerio de Defensa Nacional

“…Con profundo dolor y asco, escuché de sus propios labios (Nieves) el relato de las salvajes y bestiales violaciones a que fue sometida…Le aplicaron corriente en los oídos, lengua y vagina. Le separaban y amarraban las piernas y al tenerla así, la violaban, le introducían palos en la vagina, le hacían andar ratas en las piernas y la golpeaban constantemente en el estómago y en la cabeza, detrás de los oídos especialmente. Se desmayaba tantas veces que, por estar con los ojos vendados, perdió totalmente la noción del tiempo.

Pienso, señora visitadora, que aún suponiendo que mi hija tuviera algo de responsabilidad en referencia a lo que se le acusa, no creo y es más, estoy segura que no es así, que haya legislatura en el mundo que faculte para cometer tanta aberración y con tanto sadismo y perversión, con un ser humano…”

Virginia Moreno de Ayress
Carlos Valdovinos 1450- San Miguel

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“La violencia política efectuada contra mujeres disidentes apresadas y torturadas durante la dictadura militar, se orientó en gran mayoría a una violencia de género, que iba desde la violencia psicológica -con respecto a su condición de mujer-, hasta el uso de la violencia sexual como método de tortura inicial o reiterado…Destaca por esto, el castigo de carácter sexual y de género en sus sesiones de interrogatorio y tortura…”

(Andrea Zamora Garrao)

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Fue una de las últimas prisioneras en salir de Tres Álamos, el campo de concentración ubicado en San Joaquín, que llegó a albergar a más de 400 detenidos desde su inauguración en 1974, entre ellos alrededor de 150 mujeres.

Nieves estuvo allí más de un año, en libre plática, una modalidad que hizo más soportable el encierro y que permitió a las detenidas implementar una serie de talleres. Instancia que aprovecharon para fabricar unos pequeños muñecos, llamados soporopos, y que con el correr de los años se transformaron en símbolos de esperanza. Uno de ellos, fabricado por Nieves, se exhibe en el Museo de la Memoria.

Fueron tantas las prisioneras que llegaron al recinto que tuvieron que habilitar un nuevo espacio. “Hicieron una barraca, igual que los campos de concentración nazi, con celdas chiquititas donde habían nichos y ahí uno se metía y dormía”, cuenta Nieves.

Allí conoció a Inés Figueroa, esposa de Nemesio Antúnez, quien antes de abandonar el recinto escondió una carta que le pasó Nieves y que fue leída en junio de 1975 durante la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer, organizada por la ONU en México, denunciando por primera vez al gobierno militar por las atrocidades cometidas en contra de  mujeres.

Nieves permaneció en Tres Álamos hasta el 18 de diciembre de 1976, siendo expulsada del país junto a otros 17 presos políticos, entre ellos el exsecretario general del Partido Comunista, Luis Corvalán, luego que el gobierno aceptara el canje por el disidente soviético Vladimir Bukovski. La regla entonces era clara: no podía regresar al país.

Fue el comienzo de un largo exilio.

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“¿Quién se iba a violar a esas mujeres asquerosas, sucias, orinás’, con sangre corriéndole por las piernas y llenas de mugre? […] esas mujeres estaban en una pieza donde no tenían baño, no se bañaban, se hacían de too’, de too’, o sea orinaban y cagaban en unos tarros, sí po’, en unos tarros como de pintura. En otros lugares hacían sus necesidades en el piso y ahí dormían, así que imagínate el olorcito que tenían. Sí po’, ahí no había papel confort pa’ que se limpiaran, no po’. Tú creís’ que alguien se iba a acercarse a ellas pa’ infectarse de cualquier enfermedá’”

(Romo, Confesiones de un torturador. Nancy Guzmán)

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Primero llegó a Alemania occidental y de ahí comenzó a recorrer distintos países de Europa, denunciando las violaciones a los derechos humanos en el régimen encabezado por Augusto Pinochet. Luego viajó a Cuba para someterse a una serie de operaciones. “Ahí me hicieron de nuevo”, dice.

–Me reconstruyeron la vagina, el vientre, las orejas. También me hicieron un tratamiento para eliminar el virus de la toxoplasmosis, que me transmitieron las ratas que introducían en mi vagina.

Las cirugías a la que fue sometida buscaban devolverle a su cuerpo el milagro de la maternidad. Intervenciones que le permitieron quedar embarazada poco tiempo después y luego dar a luz a su hija en Cuba. “Fue un embarazo maravilloso”, dice.

–No tuve dolor, asco, inflamación ni nada. Los doctores me decían que mi cuerpo, después de tanta violencia recibida, había despertado, y que me estaba devolviendo puras cosas positivas.

Rosa Victoria, le llamaron a la niña. Hoy tiene 43 años y vive junto a sus padres en Nueva York, en la parte sur del Bronx. “En las entrañas del monstruo”, como le gusta decir a Nieves.

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Hace 35 años atrás Nieves llegó junto a su pareja, Víctor, al distrito separado de Manhattan por el río Harlem. Un barrio pobre y marginal donde organizaron una Peña con el objeto de reactivar los vínculos solidarios con Chile y Latinoamérica.

–Lo hicimos bajo un concepto internacionalista, porque puedes ser muy chileno y hacer empanadas, pero el vecino de arriba es africano y el de abajo portorriqueño. Y el de más allá de España y el otro dominicano. Por eso trabajamos con todo el mundo, particularmente con los inmigrantes más pobres.

Hoy funcionan en distintos lugares, pero en un comienzo contaban con un espacio donde podían reunirse hasta 1500 personas. Ahí hacían trabajo comunitario con prostitutas, lesbianas, indígenas hondureños y grupos independentistas de Puerto Rico. Incluso los policías homosexuales de Nueva York realizaban sus fiestas allí.

Poco a poco se fueron ganando el respeto de las distintas comunidades. En pleno invierno del año 1987, con 20 grados bajo cero, Nieves y Víctor encabezaron la huelga de la renta en el Bronx, debido a la ausencia de calefacción en los departamentos.

–En menos de una semana, con el escándalo que armamos, nos dieron el agua caliente y la calefacción. Todos quedaron con la boca abierta y el movimiento se expandió por todo el sur del Bronx.

***

Pese a la distancia, Nieves continuó su lucha también en Chile. A fines de noviembre de 2014, transcurridos más de cuatro décadas del golpe de Estado, entabló la primera querella por violencia política sexual en el país –delito que no está tipificado en el Código Penal chileno–  junto a Alejandra Holzapfel, Soledad Castillo y Nora Brito.

Hoy, cuando se cumple medio siglo del bombardeo a La Moneda, la causa se mantiene en suspenso debido a la presentación de un recurso de casación, luego que la Corte de Apelaciones de San Miguel dictara sentencia definitiva en segunda instancia en contra de cinco agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional.

Para Francisco Ugás, abogado querellante, la aplicación de un enfoque de género a crímenes de lesa humanidad ha sido un factor fundamental. “Nos ha permitido visibilizar las conductas y decir que esto, además de un secuestro calificado, es un delito de apremios, de aplicación de tormentos de índole sexual, que tienen una sanción punitiva mayor”.

Para Nieves, llegar a esta parte de la historia es casi un milagro. Una especie de resurrección después de tanta agonía. Ahora, tras reconstruirse física y mentalmente, se considera una sobreviviente por alcanzar lo que en algún momento le pareció imposible.

–Tuve una hija y esa es mi victoria.


El rostro del espanto en el Estadio Nacional

Fuente :interferencia.cl, 6 de Octubre 2023

Categoría : Prensa

Esta fotografía del estadounidense David Burnett se transformó en uno de los símbolos de la represión tras el golpe de Estado de Pinochet en 1973. El detenido que mira a la cámara entre dos soldados en el Estadio Nacional de Santiago permaneció en el anonimato por 30 años, hasta que lo ubicó la periodista del diario francés Le Monde, en diciembre de 2003, y su relato hoy lo reproduce Interferencia.

Al principio, una foto. Uno de esos clichés en blanco y negro que forman la memoria de un pueblo. Un joven entre dos soldados chilenos, un día de septiembre de 1973, en el estadio de Santiago transformado en campo de prisioneros tras el golpe de Estado de Augusto Pinochet. 

Su mirada aterrorizada la captó, a instancias de los militares, el fotógrafo estadounidense David Burnett. La foto dio la vuelta al mundo y se convirtió en un símbolo de la represión. Ese hombre de ojos negros ha permanecido en el anonimato 30 años. Nadie sabía su nombre. Era imposible saber si había sobrevivido. Imposible encontrar pistas sobre él entre las organizaciones de defensa de los derechos humanos, la asociación de familias de presos y desaparecidos o los archivos de la vicaría de la solidaridad de la Iglesia, que tanto trabajó entre las víctimas de la dictadura. 

"Siempre he tenido miedo de saber qué había sido de él, me esperaba lo peor", confiesa Burnett. Lo "peor" no sucedió: el desconocido de Santiago vive. Daniel Céspedes -así se llama- tiene hoy (en 2003) 53 años. Vive a las afueras de Rancagua, 100 kilómetros al sur de la capital, con su compañera, Erika, y el hijo de ella, Erik, de 13 años. Como es lógico, tiene el rostro más redondeado, y los cabellos y las cejas blancas, pero los ojos siguen siendo igual de negros. Como si el superviviente del estadio en el que Pinochet mandó torturar y asesinar a miles de personas hubiera vivido siempre con miedo. 

"Me llaman Freddy", explica Daniel, un hombre de mediana altura, cuando abre la puerta de su casa. Se frota las manos; son rugosas, maltratadas por el trabajo. Detrás, Erika observa con desconfianza. "Los vecinos van a pensar que somos comunistas", dice, para justificar el frío recibimiento. En la calle, nadie conoce el pasado de este hombre. Relatar su pasado de preso político no le ha supuesto más que preocupaciones en un país en el que el olvido ha sido una imposición de 17 años de dictadura y 13 de una transición democrática atormentada por el espectro de Pinochet. 

Daniel Céspedes vivió durante mucho tiempo en Santiago, pero allí siempre le costó encontrar trabajo. Telefónica le despidió cuando los directivos descubrieron su pasado. Olivetti se negó a contratarle por las mismas razones. Ahora (en 2003) es electricista, especializado en instalaciones mineras. Viaja mucho, va incluso hasta Perú, cuando consigue un contrato temporal. 

Rancagua, donde vive desde 1992, es una ciudad de 180 000 habitantes, próspera gracias a la segunda mina de cobre del país: El Teniente. A varios kilómetros, la población Esperanza es un barrio modesto, pero cuidado. El salón de la pareja es acogedor, pero Daniel prefiere la cocina, donde podemos sentarnos ante una mesa. 

Erika no le quita ojo. Erik está lleno de admiración hacia este hombre que le adoptó tras morir su padre y al que una foto, la foto, ha hecho famoso. De fondo, Charles Aznavour canta en francés. Al señor de la casa le encanta, y posee todo su repertorio. 

Pero hoy apenas escucha, absorto en su relato y la foto depositada sobre el hule. "La vi por primera vez en 1979", recuerda, "en un artículo de prensa dedicado al aniversario del golpe de Estado del 11 de septiembre. Un periodista quiso entrevistarme, pero me negué. Tenía miedo de que volviera a empezar el infierno, de perder mi trabajo". Intentaba en vano olvidar esos días de 1973, en los que tenía 23 años y era sindicalista y militante de las juventudes comunistas. 

El 12 de septiembre de 1973, al día siguiente del golpe de Estado que resultó fatal para Salvador Allende, Céspedes acude a su trabajo, un laboratorio farmacéutico. En el momento del toque de queda decide reunirse con unos amigos de la Facultad de Farmacia, junto a la Plaza Italia. Unos soldados jóvenes le detienen. 

"Me arrojaron en un camión", cuenta. "Estuve aplastado bajo los cuerpos de los demás detenidos toda la noche. Recuerdo el dolor que me causaban los alambres con los que me habían atado las muñecas". Le llevan a la Escuela Militar. Un oficial confisca sus papeles y el dinero con el que iba a comprar una cocina para su madre. Durante los 45 días que dura su detención, nadie le llama nunca por su nombre. Daniel Céspedes, nacido el 14 de enero de 1950 e hijo único de madre soltera, pierde su identidad. 

"Parecía un ejército de ocupación", recuerda. "Yo no entendía por qué nos maltrataban. Siempre había respetado al Ejército chileno. De niño me encantaba asistir a los desfiles militares". 

La Escuela Militar y las prisiones de Santiago son demasiado pequeñas para los miles de prisioneros. A Daniel le trasladan al Estadio Nacional. Los presos, a los que los carceleros califican de "comunistas", se amontonan en los vestuarios. El joven no conoce a nadie. "Cada dos o tres días, los soldados venían a buscarnos. Siempre nos decían que iban a fusilarnos. Yo tenía el estómago atenazado por el miedo, un miedo terrible de morir". No se le han olvidado los momentos en los que lloró, en los que se orinó en el pantalón. Cuando le vendaron los ojos y le golpearon. En la cabeza, el vientre, los genitales. Algunos de sus compañeros murieron de las palizas. 

Once años después, a los 34, Daniel sufre un derrame cerebral que los médicos atribuyen a los malos tratos sufridos en aquel entonces. Los torturadores le interrogan sin descanso sobre una misteriosa "llave" de la que jamás ha oído hablar. Por ella sufre varias sesiones de picana eléctrica. Nunca le preguntan su nombre. "Lo peor era el sufrimiento psicológico", cuenta. Los gritos de hombres y mujeres torturados día y noche. Las humillaciones, la degradación humana, la convicción de que va a morir. Con una risa nerviosa, Daniel se acuerda de pronto de un preso que era cocinero en el hotel Carrera: "Nos hacía listas de menús imaginarios. Puede parecer cínico, pero pensar en un desayuno con zumo de naranja y huevos con tocino aliviaba el hambre". 

El auténtico menú se limita a un cuarto de pan y dos tazas de té al día. Daniel calcula que su foto se hizo unas dos semanas después de su llegada al estadio, porque tiene barba incipiente. Un grupo de periodistas visitaba el lugar con escolta del Ejército. "Cuando el periodista hizo la foto, venían a buscarme para torturarme", asegura. Nunca supo por qué le dejaron en libertad. Sólo recuerda la voz del soldado que pronunció su nombre por primera vez: "Daniel Céspedes".

A la salida del estadio, decenas de familias aferradas a la verja se lanzan sobre él y le preguntan por otros presos. No sabe qué responder. No tiene ni documentos ni dinero. Una pareja le acompaña a casa de su madre. Ésta casi no le reconoce por lo que ha adelgazado. Despide un olor nauseabundo. Hace mes y medio que no se ducha. Su madre prefiere tirar la ropa sucia. Incluso la sahariana en cuyos bolsillos había anotado, por detrás, teléfonos de familiares de presos para darles noticias. 

"Mi madre me preparó carne y ensalada", prosigue, "pero al primer bocado vomité, mi estómago rechazaba el alimento". Durante semanas no se atreve a salir del piso. Acostumbrado a dormir en el suelo después de más de un mes en el estadio, sigue haciéndolo. Tiene pesadillas y se siente culpable al pensar en los que siguen "allí". El menor ruido le despierta. En el laboratorio en el que trabajaba le dan a entender que es mejor que dimita. Tarda más de un año en encontrar alguien dispuesto a darle trabajo sin pedirle sus antecedentes. 

Daniel renuncia a la política y se casa. "Una forma de romper con el pasado. Mi mujer tenía 16 años, era una niña. Yo estaba a disgusto conmigo mismo". La unión es un fracaso. Se separan poco después de que nazca su segunda hija. El mayor, Claudio, que hoy tiene 27 años, no puede alistarse en la marina debido al pasado de su padre y la separación del matrimonio (el divorcio está prohibido en Chile). Vive en España con su madre. Su hermana, Daniela, de 26 años, habita en Santiago y tiene un hijo. 

"Cuando conocí a Daniel no sabía nada de su vida", interrumpe Erika, que vive con él desde hace 12 años. En aquella época él no hablaba. Ahora (en 2003) habla deprisa, como si expresarse le consolara. Los ojos se le llenan de lágrimas con frecuencia, pero está impaciente por exorcizar el pasado y reconstruir su vida. "Pinochet es un nazi", exclama, y añade que quería "mucho a Allende". "Tenía buenas ideas, pero estaba mal asesorado", opina Daniel, que nunca quiso seguir con el Partido Comunista.

"Al salir del estadio me pidieron que participase en actos de sabotaje contra la dictadura, pero me negué. Ya no quería saber nada de la política. Estaba lleno de rabia y desconfianza". 

A pesar del regreso de la democracia en 1990, muchos empresarios se niegan a contratar a antiguos presos o sindicalistas. "Aún circulan listas negras", afirma Daniel. Cuando se queda sin trabajo, tiene que buscar un alquiler más barato.

"Nunca se ocupó de reclamar las indemnizaciones para presos de la dictadura", explica Erika. Tampoco ha cobrado ni un centavo de los derechos de la foto. Su sueño, hoy, es comprar una casa y pagar los estudios de Erik. 

El 11 de septiembre se emocionó al ver en televisión las ceremonias que conmemoraban el golpe de 1973. Un aniversario con gran despliegue mediático, con cientos de testimonios y documentos. "De repente me acordé de detalles olvidados", relata. "Descubrí nuevas informaciones. Me sentí menos solo". Con motivo del aniversario, el Estadio Chile de Santiago fue rebautizado con el nombre de Víctor Jara, el compositor detenido y torturado allí. Su cadáver, acribillado de balas y con múltiples fracturas, se encontró en un descampado. Daniel no ha salido de la sombra. Sigue siendo el hombre de Santiago, el hombre de la foto.